Un lugar para conocer la mística cisterciense en sus más variadas manifestaciones (las tradicionales: monásticas, caballerescas-Temple y otras órdenes de caballería- y las más actuales: laicales y el zen cristiano) abierto a tod@s los que sienten interes por ella o desean encarnar en sus vidas este carisma tan plural.

sábado, 26 de diciembre de 2009

La Contemplación Cristiana explicada por un monje cisterciense, Kevin Hunt, en un retiro zen


Padre Kevin Hunt, es monje cristiano en la Abadía de Saint Joseph en Spencer, Massachusetts, desde 1953. En 1970 conoció a Joshu Sasaki Roshi, un Maestro Zen que enseñaba en los Estados Unidos y empezó a practicar el Zen. Ha participado en numerosos encuentros Budista-Cristianos y es miembro del Diálogo Monástico entre Religiones: un grupo de monjes Benedictinos y Cistercienses formado en Norteamérica para promover intercambios y visitas, a veces de varios meses de duración, con monjes Hindús y Budistas de Asia. También ha participado en diversos encuentros con el Dalai Lama.

Tomado de http://www.gatelessgate.org/prison/spanish/contemplacion.html


Extraído de una charla del Padre Hunt en un retiro Cristiano-Budista en el Centro Zen de Providence en Octubre de 1998



La tradición CRISTIANA de oración empieza con Jesús. Sus discípulos vinieron a él y le dijeron: "Señor, enséñanos a orar como Juan el Bautista enseñó a sus discípulos a orar". Esto llevó a la enseñanza del "Padre Nuestro", lo cual es, en varias maneras, una completa expresión vocal u oración oral en la tradición cristiana. Pero no es el único medio de oración cristiana.


Sabemos que desde los primeros tiempos dentro de la iglesia Cristiana la oración y meditación eran consideradas como esenciales. Estos dos términos, oración y meditación, fueron usados por lo general intercambiablemente, donde el primero tiende a enfatizar un modo vocal, conceptualizando una manera de rezar, y el último tiende a ser en silencio. Los Evangelios nos dicen que Jesús frecuentemente iba a las montañas a orar solo.


La firme tradición de tradición de oración y meditación también aparece, por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles, donde leemos que el diácono Felipe tenía cinco hijas que eran vírgenes (que era un estilo de vida al comienzo de de la iglesia) y que ellas se dedicaban completamente a la oración y la meditación. La misma tradición nos dice también que Pedro y Pablo a menudo oraban y meditaban.


Las tradiciones escritas que nos han llegado desde el tiempo inmediatamente después del Nuevo Testamento, frecuentemente hablan de oración y meditación, aún cuando su propósito principal era una apología o controversia. Estás primeras escrituras en la tradición cristiana eran simplemente conferencias o sermones dados por los maestros cristianos y los obispos a la gente corriente. Esto era así inclusive pare escritos que son considerados troy en día bien como muy elevados y esotéricos.


Recuerden que por casi tres siglos, el monasticismo no existió en la tradición cristiana. De manera que cuando estos primeros maestros hablaban de oración, por ejemplo, el autor del Didache, ellos se referían a las personas ordinarias en la iglesia, gente como usted y yo.


Alrededor del año 300 después de Cristo, los primeros cristianos comenzaron a irse al desierto, y convertirse en monjes y monjas. Esto ocurrió simultáneamente en varios países del Medio Oriente; en Siria, lo que era conocido antes como Palestina, y especialmente en Egipto. Mientras la práctica de oración y meditación se intensifica, se edifica una tradición, ya sea en él cristianismo ó él budismo. Casi siempre toma varias generaciones o inclusive siglos pare que esta sabiduría se formalice o quede escrita. Estos primeros monjes cristianos dejaron tal impresión en el mundo conocido de entonces, que los primeros documentos escritos sobre el tema aparecieron dentro de dos décadas y una avalancha pronto les siguió.


Ustedes están hoy aquí tratando de compartir en la experiencia que yo percibo de mi tradición cristiana y los siglos de esfuerzo y meditación que la comunidad aquí en el Centro Zen de Providence conlleva. Existe una tendencia humana a pensar: "Bueno, estoy tratando, pero no estoy teniendo éxito". O: "Esto está sucediendo (ó no) y no lo entiendo..." "¿Que estoy haciendo?; ¿cómo lo estoy haciendo? y ¿Por qué lo estoy haciendo?". Esto es natural, inclusive para alguien como el profeta Elías. Una de las más tempranas realizaciones en la tradición es una mente en silencio.

Los padres y madres del desierto, como fueron llamados los primeros monjes, frecuentemente repiten la historia del profeta Elías (Reyes 1,19). El estaba siendo perseguido por ser fiel a Yahweh, así que él corre hacia el desierto para escapar. Extenuado se tira a descansar bajo un arbusto y se queda dormido. Había salido corriendo tan rápido que no llevaba comida ni agua con él. Un ángel lo despierta y le da un poco de pan y agua diciéndole: "Elías, levántate y come". De manera que él comió y bebió y con la fuerza del pan y él agua siguió su jornada en el desierto por cuarenta días hasta que llegó a Horeb, (el Monte del Señor). Aquí el oye la voz de Dios, quien le pregunta por qué ha venido. Elías responde: "Todo el mundo se ha salido del Camino que nos has enseñado. Yo soy el único que queda y me estoy sintiendo débil también. "¿Que está sucediendo aquí?". (Está es mi propia traducción de Hebreo original, claro está). Así que Dios contesta: "Bueno, no te desesperes. Tengo todo bajo control. Pero para probar que soy el "único verdadero Dios, voy a dejar que me veas". Elías dice: "¿Qué?!".


La tradición en las culturas judaicas y hebreas mantiene que nadie puede ver a Dios y sobrevivir. Elías no supo cómo responder. ¿Debería él ver a Dios y morir?, ó ¿rehusar ver a Dios y vivir?. Se encontró en la encrucijada de un dilema. Entonces Dios dirige a Elías a una pequeña cueva y le dice que se esconda mientras Dios pasa frente a él. La historia continúa diciendo que ocurrió un terremoto, pero que Dios no estaba en el temblor de tierra. Después vinieron truenos y rayos, pero Dios no estaba entre los truenos y rayos. Una tormenta de viento aparece, pero Dios no estaba en la tormenta. Finalmente, se quedó simplemente la quietud de una brisa suave. Cuando él oyó el susurro de la brisa, Elías se quitó su capa y se cubrió la cara gritando: "Yahweh, Yahweh, Señor de los ejércitos..." La voz de Yahweh dijo: "Está bien, puedes salir ahora".

Esa calmada brisa o callado momento antes de crearse la brisa era, para los primeros monjes cristianos, el ideal de la verdadera contemplación. Esta quietud persiste como una corriente constante en la meditación cristiana. Los primeros monjes lo llamaron "una mente silenciosa" ó "pureza de corazón". Por ejemplo, el Señor Juan Casiano, una de las figuras más prominentes en la tradición occidental, usa este término, así como Benito de Nursia, llamado el "Padre del Monasticismo Occidental".


Las personas que hablan griego usaban el término "apatheia". En la primera parte de este siglo, cierta confusión se creó cuando apatheia fue traducido al inglés como "apatía" o "indiferencia". No se habían dado cuenta que era un término técnico que se traducía mejor como "tranquilo" ó "sin disturbio".


Así pues, tenemos tres diferentes palabras en las cual este entendimiento básico llegó a nosotros: Tranquilidad o quietud de mente, pureza de corazón, pureza de pensamiento o apatheia.


Cada ejercicio o práctica que uno hace en oración o meditación, ya sea cantando, recitando oraciones oralmente, o postraciones físicas, están dirigidas a crear un silencio interior, una tranquilidad interna que nos pone en el mismo estado, en la misma condición que experimentó el Profeta Elías. En el silencio podemos ver a Dios cara a cara. Esta apatheia está más allá del pensamiento, más allá de toda descripción. De la emoción... va más allá de la imaginación, de la emoción... va más allá de toda descripción. Simplemente estamos en su presencia. Esto no quiere decir que no estamos conscientes muy a menudo, sabemos quién y qué somos, y quien y que es "Dios".


Como dije antes, todas las prácticas (religiosas) tienen esto como meta. Lo que estaremos haciendo hoy será una instrucción en, y como se le llama comúnmente hoy en día, "experiencia práctica", una eficiente y provechosa manera de volver a esta básica condición donde nos encontramos completamente en la presencia de Dios, del más allá, de lo inmanente (omnipresente). Hay muchas palabras y frases que se usan para describir esto, pero lo que vamos a hacer hoy es ser bien prácticos: Se le va a enseñar cómo sentarse, cómo mantener su cuerpo, cómo respirar; en otras palabras, ustedes aprenderán una técnica, un método.


La tranquilidad mental es uno de los grandes problemas que confrontan los seres humanos. ¿cómo controla usted esto que ocurre aquí arriba en su cabeza?. Los pensamientos saltan de un lado para otro, de adentro hacia afuera, de arriba y de abajo, y éstos a su vez llevan a sus emociones corriendo de aquí para allá, esto está sucediendo... ¡Y aquello también! ¡Increíble!. La gente ha tratado por siglos de pensar en maneras de cómo controlar sus mentes.


Mientras más usted piensa en controlar y en mantener "cosas" bajo control, más el "Yo" tiende a dominar. Pero él "Yo" tiene que desaparecer. Así que, ¿Cómo hacemos esto?


La mejor manera de conseguirlo es simplemente volver a un punto. Solo vuelva a un punto, una y otra vez. Después de cierta cantidad de práctica volviendo calladamente a un punto, uno mismo descubre que todo este corre-corre dentro del cerebro (ese diálogo que es como un disco roto dentro de la cabeza) realmente no es tan importante. Entonces se comienza a dejar ir, y se calla por sí solo. Al caerse (callarse), usted descubre espacio. En estos espacios no existe el "Yo", o el "mío" o el "tú". No hay un arriba y abajo, ni un adentro y afuera. Simplemente la consciencia de la presencia. El trabajo de hoy va a salir bien. Cómo dije antes, una "experiencia práctica", con una manera definida de hacerlo: descubriendo como sentarse, cómo caminar, como guardar silencio, etc. ; Yo vengo de una tradición, los Trapenses, de silencio absoluto. A Un monje Tibetano le preguntaron, que le habían enseñado cuando él entró en el monasterio. El contestó: "Pasé los primeros seis meses aprendiendo a cerrar la puerta calladamente". Eso es una exageración, aunque él probablemente fue corregido un poco por haber golpeado las puertas. Merton encontró en el silencio algo con lo que él tenía que trabajar. Sin embargo, más importante, silencio exterior no tiene uso sin el silencio interior. Uno de los primeros maestros en mi tradición, un inglés de nombre Aelred de Rievaulx (del siglo XII), en uno de sus sermones a sus monjes, dijo: "¿Cuál es el uso de tener un monasterio callado si no se tiene una mente en silencio?".


Así que hoy estamos en un monasterio silencioso. Hoy, vamos a experimentar el callar y el silencio tal y como Elías lo experimentó. Quizás los desconcierte la experiencia. Se van a sorprender al encontrar tanto ruido dentro de ustedes mismos. No dejen que eso los perturbe. La atmosfera callada y la práctica silenciosa que ustedes aprenderán hoy no la podrán dominar en un solo día. Pero, si la dejan trabajar en ustedes, les va a ensenar finalmente cómo ser puro de corazón, tranquilo de mente, y vivir en apatheia.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El Zen me ha encontrado, testimonio de un monje cisterciense sobre su experiencia en un monasterio zen japonés.




Bernard-Joseph Samain, ocso
Abbaye N.-D. D'Orval
Collectanea Cisterciensia 62 (2000) 287-290


Hace dos años tuve la oportunidad de ser acogido durante unas semanas en la vida cotidiana de los monasterios zen en Japón. Esto ocurría en el marco de los Intercambios espirituales que desde hace unos veinte años se vienen realizando en Europa y Japón. Monjes cristianos y budistas se ofrecen una mutua hospitalidad dentro del ámbito de sus vidas. La originalidad de estos encuentros reside en esta convicción ¡sea zen... sea cristiana!: lo más importante no es la discusión teológica, sino conocerse, respetarse, acogerse en el ambiente real de la vida ordinaria de cada día y en la experiencia espiritual que lo anima.

La invitación para participar en este intercambio espiritual fue para mí totalmente inesperada. En abril de 98, y después de algunas vacilaciones, me atreví a abrirme a la aventura que se me proponía, aceptando "salir" sin saber dónde me iba a llevar. Se imponía un primer paso: adquirir un cojín y comenzar a ejercitarme cada día en "sentarme", inmóvil, en la posición tan característica de los monjes zen; durante cinco, diez minutos... y, progresivamente, hasta media hora o tres cuartos. Entrar en el juego del encuentro y de la hospitalidad que se ofrecía, exigía de mi parte una preparación y entrenar mi cuerpo para que fuese capaz de participar, tanto como me fuera posible, en este ejercicio clave en un monasterio zen.


No voy a contar aquí los altibajos de mi aprendizaje. Intentaré decir sencillamente alguna cosa de lo que esta práctica ha aportado y modificado en mí. En un palabra, la práctica de sentarse (en japonés se dice "zazen", el "zen sentado") me ha dado un silencio del cuerpo mayor de lo que yo conocía hasta entonces. Y si ahora quiero ser fiel a esta práctica, es porque va calando en mí este silencio, un silencio que se enraíza en mi cuerpo y trae un fruto de unificación a toda mi vida.

El pasaje bíblico que el zen ha reavivado más en mí es sin duda el texto de la carta a los Hebreos (10, 5-10): "Al entrar en este mundo dice Cristo: Me has formado un cuerpo... Entonces yo dije: Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad". Escucho como un eco las palabras de poeta Mandelstam:

De un cuerpo se me ha hecho don
¿Qué hacer de este bien?,
¿qué hacer de este cuerpo tan único y tan mío?

"Sentarme, simplemente sentarme", en la acogida de mi cuerpo, este cuerpo que yo recibo, como un don. Por él me convierto "corporalmente" en hermano de Jesús: no "pienso" en él, le alcanzo por dentro, por la actitud interior, intentando estar con él, y como él, silencioso ante el misterio de mi ser, el misterio de la Vida, ante el Misterio.


Quisiera mostrar un poco los diferentes componentes de esta práctica corporal y espiritual, fruto de mi encuentro "intra-religioso". Por medio de este adjetivo (inventado por R. Panikkar), quiero decir que llevo en mí, en mi cuerpo, el encuentro zen y el cristianismo. El trabajo del diálogo se lleva a cabo dentro de mí, y en cierta manera en mi ignorancia, después a destiempo) fuera de tiempo) compruebo los beneficios. ¿Qué pasa cuando "me siento", cuando me ejercito en permanecer sentado? ¿Qué frutos se dan en mi cuerpo, en mi vida? ¿Qué actitud espiritual se refuerza?


Practicar el zazen, es ejercitarse en vivir una postura, un gesto global del cuerpo y de todo el ser. Inten-taré aquí caracterizarlo en sucesivas pinceladas:

• Una postura de simplicidad, o de humildad: permanezco en el suelo, por tierra, como un niño, aco-giendo la gracia primera de estar allí, viviendo, respirando.

• Una postura de parada: renuncio moverme, inquietarme, hacer. Delimito, con una clausura temporal un espacio, durante el cual no haré nada, no tengo nada que hacer, resisto a toda tentativa de inva-sión en este espacio de libertad. Y detengo la "locomotora interior".


• Una postura de abandono: me dejo llevar de todo mi peso, me apoyo en el suelo, me desato, abro la mano, dejo caer, suelto recuerdos y pensamientos, proyectos y disgustos, todo lo que me ata, me ocupa, me estorba y parlotea en mí.

• Una postura de acogida de todo lo real que me rodea: permanezco con los ojos abiertos, los oídos abiertos, las palmas abiertas, los hombros y el cuerpo abiertos (sin recovecos, ni cierres: recogerse no es aislarse o perder el contacto con el entorno).

• Una postura de atención y de vigilancia: dejo mi cuerpo erguirse desde dentro, dejarse suscitar del interior y buscar la verticalidad. Y estar dispuesto, presente aquí y ahora, acogiendo el instante pre-sente, acogiendo todo lo que se presenta, abriéndose, ofreciéndose en presente a lo que se presenta en él.


• Una postura de reposo, de "vacación", de "tiempo libre": como María (la hermana de Marta), que se está "sentada", que simplemente escucha, que no se agita, ni se pierde en la multiplicidad de tareas, permanece centrada en lo único necesario. A San Bernardo el gustaba comentar esta escena, en uno de sus sermones se encuentran estas palabras: "Hermano, te conviene permanecer sentado, como María". ¿Confesaré que he recibido esta exhortación de su parte como un estímulo personal para investirme en esta práctica de la sentada? Lo que aprendí de mis hermanos monjes zen toca mi vida cisterciense y se integra en este impulso que me habita. Lo que he escuchado de mis padres cistercienses: "En todas la cosas, he buscado la quietud", y se encuentra en consonancia con los consejos llegados de Oriente. Lo expresaría con estas palabra del poeta Guillevic: "Aprende a no hacer nada / Vivir la nada" o aún, "Estar, simplemente estar".
En este reposo del cuerpo, me dejo llevar por el ritmo de la respiración, por el soplo que mi cuerpo suelta sin cesar para recibirlo de nuevo, adherirse así al gran ritmo del viviente, recibiendo la vida para devolverla: "Padre en tus manos pongo mi aliento)".

Comulgando misteriosamente en la Fuente de mi ser, aprendo a vivir en comunión con todo buscador de Dios. "El desconocido / Es nuestro domicilio", decía Guillivic. Nuestro domicilio para todos nosotros, humanos. Porque, primero este "desconocido" fue el domicilio de Jesús, permaneciendo en él en la oscuri-dad de la fe.

Poco a poco, compruebo que crece en mí una doble unificación. Primero en mi vida personal: lo que afecta al cuerpo durante la sentada repercute en todos los gestos, en todos los tiempos, sea sentado en el oficio, de pie, andando, cantando, o escuchando una conferencia... Es mi forma de ser, de estar presente con mi cuerpo la que se encuentra modificada.


Crece también una unidad con los seres humanos, todos, sea cual sea su religión, su cultura, etc. El zazen, esta práctica corporal extensamente practicada, pacientemente reflexionada y puesta a punto a lo largo de los siglos en el mundo del extremo-oriente, representa un regalo para el hombre. Para todos nosotros que tenemos un cuerpo en común, vivimos en un cuerpo, un cuerpo habitado por un deseo de oración, un cuerpo que busca volverse oración. Trabajar para hacer que mi cuerpo esté disponible en la oración, me hace más solidario con el deseo de crecimiento espiritual que traspasa toda la humanidad.

Me gustaría terminar dejando resonar la voz de Etty Hillesum:

Después de la guerra, quiero recorrer los diferentes países de tu mundo, Dios mío, siento en mí esta necesidad de franquear todas la fronteras y descubrir el fondo común de todas las creaturas, tan diferentes y tan opuestas entre sí. Querría hablar de este fondo común con una vocecita dulce, pero incansable y persuasiva. Dame las palabras y la fuerza. (Diario, 24, septiembre, 1942).

Escucho el eco de la voz del Concilio y su preocupación por examinar "ante todo, aquello que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad".


La práctica del zazen me ayuda a responder a esta llamada que la Nostra aetate nos ha dirigido a todos "en nuestra época". El diálogo interreligioso "incorporado", asumido en mi cuerpo de carne, me ayuda a convertirme conscientemente en un ciudadano de esta edad planetaria, que exige una nueva solidaridad. Esto es una extensión de lo ocurrido en Jesús, este hombre único entre los hombre (Ecce homo). En el seguimiento de nuestro hermano mayor, libremente hecho carne en el cuerpo de todo hombre, puedo decir: "Soy nada más que hombre" (Montaigne), o incluso: "Soy humano, y considero que nada de lo que es humano me es extraño" (Terencio).

De los sermones de San Bernardo, abad (Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2) Ha aparecido la bondad de Dios... y su amor al hombre.




Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, ya que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Y que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de divinidad. Vino en carne mortal para que, al presenta así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por, su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido -dice el Apóstol- la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios

lunes, 21 de diciembre de 2009

El Papa Benedicto XVI habla sobre San Bernardo


Audiencia General

21- Octubre-2009

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablar sobre san Bernardo de Claraval, llamado el "último de los Padres" de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los Padres. No conocemos con detalles los años de su juventud, aunque sabemos que nació en el año 1090 en Fontaines, en Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada. De joven, se entregó al estudio de las llamadas artes liberales —especialmente de la gramática, la retórica y la dialéctica— en la escuela de los canónigos de la iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la decisión de entrar en la vida religiosa. Alrededor de los veinte años entró en el Císter, una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la práctica de los consejos evangélicos. Algunos años más tarde, en 1115, san Bernardo fue enviado por san Esteban Harding, tercer abad del Císter, a fundar el monasterio de Claraval (Clairvaux). Allí el joven abad, que tenía sólo 25 años, pudo afinar su propia concepción de la vida monástica, esforzándose por traducirla en la práctica. Mirando la disciplina de otros monasterios, san Bernardo reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y moderada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos, recomendando la sustentación y la solicitud por los pobres. Entretanto la comunidad de Claraval crecía en número y multiplicaba sus fundaciones.

En esos mismos años, antes de 1130, san Bernardo inició una vasta correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas condiciones sociales. A las muchas Cartas de este período hay que añadir numerosos Sermones, así como Sentencias y Tratados. También a esta época se remonta la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con Guillermo de Champeaux, personalidades muy importantes del siglo XII. Desde 1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves asuntos de la Santa Sede y de la Iglesia. Por este motivo tuvo que salir cada vez más a menudo de su monasterio, en ocasiones incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un notable epistolario con Pedro el Venerable, abad de Cluny, del que hablé el miércoles pasado. Dirigió principalmente sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico.

Otro frente contra el que san Bernardo luchó fue la herejía de los cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia, al Creador. Él, en cambio, sintió el deber de defender a los judíos, condenando los rebrotes de antisemitismo cada vez más generalizados. Por este último aspecto de su acción apostólica, algunas decenas de años más tarde, Ephraim, rabino de Bonn, rindió a san Bernardo un vibrante homenaje. En ese mismo periodo el santo abad escribió sus obras más famosas, como los celebérrimos Sermones sobre el Cantar de los cantares. En los últimos años de su vida —su muerte sobrevino en 1153— san Bernardo tuvo que reducir los viajes, aunque sin interrumpirlos del todo. Aprovechó para revisar definitivamente el conjunto de las Cartas, de los Sermones y de los Tratados. Es digno de mención un libro bastante particular, que terminó precisamente en este período, en 1145, cuando un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III. En esta circunstancia, san Bernardo, en calidad de padre espiritual, escribió a este hijo espiritual suyo el texto De Consideratione, que contiene enseñanzas para poder ser un buen Papa. En este libro, que sigue siendo una lectura conveniente para los Papas de todos los tiempos, san Bernardo no sólo indica cómo ser un buen Papa, sino que también expresa una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que desemboca, al final, en la contemplación del misterio de Dios trino y uno: "Debería proseguir la búsqueda de este Dios, al que no se busca suficientemente —escribe el santo abad—, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión. Pongamos, por tanto, aquí término al libro, pero no a la búsqueda" (XIV, 32: PL 182, 808), a estar en camino hacia Dios.

Ahora quiero detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina de san Bernardo: se refieren a Jesucristo y a María santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatuto científico de la teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval relaciona al teólogo con el contemplativo y el místico. Sólo Jesús —insiste san Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo—, sólo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón" (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". Precisamente de aquí proviene el título, que le atribuye la tradición, de Doctor mellifluus: de hecho, su alabanza de Jesucristo "fluye como la miel". En las intensas batallas entre nominalistas y realistas —dos corrientes filosóficas de la época— el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma —confiesa— si no se lo rocía con este aceite; insípido, si no se lo sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo allí a Jesús". Y concluye: "Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús" (Sermones in Cantica canticorum xv, 6: PL 183, 847). Para san Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerlo cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto nos suceda a cada uno de nosotros!

En otro célebre Sermón en el domingo dentro de la octava de la Asunción, el santo abad describe en términos apasionados la íntima participación de María en el sacrificio redentor de su Hijo. "¡Oh santa Madre —exclama—, verdaderamente una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en intensidad los sufrimientos físicos del martirio" (14: PL 183, 437-438). San Bernardo no tiene dudas: "per Mariam ad Iesum", a través de María somos llevados a Jesús. Él atestigua con claridad la subordinación de María a Jesús, según los fundamentos de la mariología tradicional. Pero el cuerpo del Sermón documenta también el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación, dada su particularísima participación como Madre (compassio) en el sacrificio del Hijo. Por eso, un siglo y medio después de la muerte de san Bernardo, Dante Alighieri, en el último canto de la Divina Comedia, pondrá en los labios del Doctor melifluo la sublime oración a María: "Virgen Madre, hija de tu Hijo, / humilde y elevada más que cualquier criatura / término fijo de eterno consejo, ..." (Paraíso 33, vv. 1 ss).

Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como san Bernardo, siguen inspirando hoy de forma saludable no sólo a los teólogos, sino a todos los creyentes. A veces se pretende resolver las cuestiones fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo únicamente con las fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad. La teología remite a la "ciencia de los santos", a su intuición de los misterios del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de referencia del pensamiento teológico. Junto con san Bernardo de Claraval, también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más fácilmente a Dios "con la oración que con la discusión". Al final, la figura más verdadera del teólogo y de todo evangelizador sigue siendo la del apóstol san Juan, que reclinó su cabeza sobre el corazón del Maestro.

Quiero concluir estas reflexiones sobre san Bernardo con las invocaciones a María que leemos en una bella homilía suya: "En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres —dice— piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta..." (Hom. ii super "Missus est", 17: PL 183, 70-71).

viernes, 18 de diciembre de 2009

El ayuno, un camino solidario de madurez humana y espiritual


Por José Eizaguirre SM

Tomado de http://www.marianistas.org/justiciaypaz/Materiales/Ayuno-oracion/Recuperar%20el%20ayuno%20VN%20Definitivo.pdf



Estas páginas han sido escritas desde la modesta experiencia de quien comenzó ayunando en solidaridad con los hambrientos y ha ido progresivamente descubriendo la rica variedad de dimensiones del ayuno cristiano. La intención ha sido la de ayudar a comprender esa riqueza e invitar a introducirse en ella.

Bertolt Brecht, en una interesante escena de teatro, representa a Galileo invitando a los sabios de su época a mirar por el telescopio que había construido y a cerciorarse por ellos mismos de la existencia de los satélites de Júpiter. Sin embargo, los sabios se niegan a mirar, argumentando que eso es imposible: “Tal vez sepa usted que, según las hipótesis de los antiguos, no existen ni estrellas que giran alrededor de otro centro que no sea la Tierra ni astros en el cielo que no tengan su correspondiente apoyo”. La insistencia de Galileo es inútil; los sabios “saben” que no puede haber dichos satélites y consideran inútil toda prue-
ba: “¡ni una palabra más!”.

La escena, leída con los ojos de nuestra época, tiene mucho de tragicómica. Si me he permitido citarla es porque algo parecido puede pasarnos con el tema del ayuno. ¿Para qué hablar de sus bondades si “sabemos” de antemano que no va con nosotros? ¿Por qué habríamos de probarlo –honradamente, sin engañarnos– si “sabemos” que no vamos a pasar de la prueba?

¿Por qué habríamos de intentarlo? Bueno, porque otros lo han llevado a cabo y con buen provecho. Porque durante siglos toda la Iglesia lo ha ejercido de forma natural viviendo su sentido purificador. Porque grandes figuras de todos los tiempos lo han practicado y recomendado. Y porque hoy se está recuperando con una intención renovada que añade el aspecto profético y solidario a las dimensiones de siempre. Y, en último término, porque nos fiamos de quienes han encontrado en el ayuno un medio positivo de crecimiento en la vida personal y de fe y un instrumento de compasión, denuncia y solidaridad ante los sufrimientos injustos de la humanidad.





Y para que estas líneas no se queden en un brindis al sol, he aquí una propuesta concreta:


- Empezar por prescindir de una comida al mes (o a la semana). Puede ser el desayuno, la comida o la cena, pero es bueno que siempre sea la misma, para que su regularidad nos recuerde de manera más efectiva el gesto que estamos haciendo. Y es que en nuestro ritmo de vida es fácil que haya días en que nos saltamos una comida: una noche que llegamos tarde a casa y nos acostamos directamente sin cenar, un día que no desayunamos porque no nos da tiempo o porque la noche anterior cenamos demasiado… Evidentemente, no se trata de eso.

- Dedicar a la oración el tiempo de esa comida. Lo que se propone no es sustituir el rato que antes dedicábamos a comer por un tiempo empleado en trabajar más o en hacer más cosas. ¡Ya hacemos bastante durante el resto del día! La intención es que nuestro ayuno nos vuelva hacia Dios, que nos recuerde que sin Él no podemos hacer nada, que nos ayude a reconocernos limitados e impotentes y a confiar en Él un drama que nos desborda.

- Acrecentar la limosna. No se trata sólo de calcular el dinero que nos ahorramos dejando de comer sino de aprovechar la ocasión para un plus de generosidad en nuestra comunicación cristiana de bienes, especialmente dirigida esta vez a instituciones que trabajan por combatir el hambre en el mundo. Que nuestro ayuno sirva efectivamente para que otros no tengan que ayunar.

Esta propuesta puede considerarse tanto individual como comunitariamente.

Y se invita además a revisarla periódicamente, descubriendo hasta qué punto vamos integrando el ayuno en nuestra vida. Porque si somos constantes poco a poco iremos pasando del gesto al hábito, de modo que lo que empieza siendo un gesto extraordinario se convierta en un hábito integrado en nuestra vida. Será entonces, quizás, el momento de plantearnos un paso más.

Y un último recordatorio: lo que se propone no es “rezar una vez al mes (o a la semana) por la justicia y la paz en solidaridad con los hambrientos”, sino “hacer una vez al mes (o a la semana) un ayuno solidario, rezando por la justicia y la paz”. No se trata de añadir más oración y más reflexión a nuestra vida sin más. Si nuestra oración y reflexión no nos hace cambiar nuestro estilo de vida, aunque sea un poquito, mejor dejar de rezar y de reflexionar. Si no somos capaces de privarnos de nada en nuestra preocupación por la justicia, nos pasará como al imprudente del Evangelio, que empezó a construir sin darse cuenta de lo inútil de su esfuerzo.

Pero si nuestra preocupación por la justicia nos hace cambiar en cosas chiquitas, entonces vamos por buen camino. Y ya conocemos la cita de Eduardo Galeano:

Son cosas chiquitas.

No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo,

no socializan los medios de producción,

y, de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá.

Pero quizás desencadenen la alegría del hacer y la traduzcan en actos.

Y, al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito,

es la única manera de probar que la realidad es transformable.

Y la mejor manera de probar que la realidad es transformable es mostrar que nosotros lo somos. Merece la pena intentarlo.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Ante el regreso de la abadía cisterciense alemana de Mariawald al rito preconciliar, unas reflexiones de Joan chittister sobre esta vuelta atrás.

Misa preconciliar en Mariawald

Tomado de http://www.atrio.org/?p=829

Por Joan Chittister, monja benedictina.

Si algunas personas prefieren la Misa en latín en vez de en el idioma local, ¿por qué no? La respuesta depende de cómo entendamos que la Misa articula la esencia de la fe cristiana. La Misa en latín, por ejemplo, en la que el sacerdote celebra la Eucaristía de espaldas a la gente, en un idioma extranjero –la mayor parte en silencio o, como mucho, en voz baja– convierte a la comunidad, a los laicos, en observadores del rito en vez de hacerles participantes del mismo. El celebrante es el centro del proceso, el ser humano especial, aquel para el que Dios es una especie de dominio privado exclusivo.

La simbología de un celebrante solitario, alejado de la comunidad e independiente de ella, es muy clara: las personas ordinarias no tienen acceso a Dios. Dependen completamente de una casta especial de hombres que contactan con Dios en su nombre. Ellos “no son dignos” de recibir la hostia, o como dice ahora la liturgia, ni siquiera de que Jesús “entre en su casa”. La Eucaristía en estas circunstancias no es ciertamente una celebración de la comunidad. Es un acto sacerdotal, una devoción privada tanto del sacerdote como de los fieles, que está integrada sólo por tres ‘partes principales’ –el ofertorio, la consagración y la comunión. La Liturgia de la Palabra –la explicación de lo que significa vivir la vida del Evangelio– es en el rito tridentino un elemento secundario en el mejor de los casos.

En la Misa en latín el sentido del misterio –de misterioso– el conjuro de un idioma “celestial” en vez de “vulgar” tanto en las oraciones como en los cantos, resalta una teología de la transcendencia. Saca a la persona del caos rutinario, polvoriento, ruidoso y agobiado de la vida diaria y la eleva a otro mundo. Nos recuerda el mundo venidero –hermoso, desconcertante, jerárquico, perfumado– y hace que este quede distante. Nos lleva más allá del presente, nos permite, aunque sólo sea por un rato, ‘librarnos de las ataduras de la tierra’ para entrar en un mundo más místico que mundano. Privatiza la vida espiritual. La Misa tridentina es una liturgia ‘de Dios y yo’.


La elección entre estas dos liturgias diferentes pone a la iglesia en un nuevo cruce de caminos: uno más abierto, más ecuménico, más comunitario, más prosaico que el otro. La cuestión es cuál de los dos tiene más probabilidades de crear el mundo que Jesús nos presenta y con el que nosotros soñamos. Hay muchas más cuestiones con las que nos enfrentaremos como resultado de esta nueva curva en la carretera litúrgica ... Las cuestiones teológicas que merodean bajo el incienso y quedan oscurecidas por el idioma son mucho más serias que todo eso. Cuestionan lo que realmente es bueno para la iglesia: ¿el ecumenismo o los guetos eclesiásticos?, ¿altares y barandillas que cierran el presbiterio?, ¿mística o misterio?, ¿tanta encarnación como divinidad?, ¿espiritualidad comunitaria o privada
?

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El carisma cisterciense laico, por Bernardo Olivera


La naturaleza monástica de nuestra Orden (Cst.2) no impide que muchos elementos de su espiritualidad (Cst.3) puedan ser compartidos con laicos en el mundo. De hecho, la Regla de san Benito ha sido vivida desde siglos por oblatos externos al mismo monasterio. Por lo demás, varios monasterios de la Orden Cisterciense pertenecientes a diferentes Congregaciones cuentan con oblatos laicos que viven en el mundo.

La separación del mundo (Cst.29), característica tan propia de nuestra vida monástica, no nos ha de hacer olvidar que, como miembros de la Iglesia, nuestra vida tiene "una auténtica dimensión secular" que hunde su raíz en el misterio del Verbo encarnado. Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia somos partícipes de la dimensión secular de la misma, pero lo somos en forma diversa. La "índole secular" de los fieles laicos es diferente y complementaria de la dimensión secular de los monjes y monjas (Christifideles laici 15).

Nuestro celo monástico por la "extensión del Reino de Dios y la salvación de todos los hombres" (Cst.31) abarca también "la restauración de todo el orden temporal" (Cf. Christifideles laici 15). Nuestra "secreta fecundidad apostólica" (Cst.3.4) encuentra profunda consonancia y complementación con la vocación de los fieles laicos, "llamados por Dios para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas" (Christifideles laici 15).

Nuestra misión de anunciar el Evangelio con nuestra presencia contemplativa (Cst.68.1) no es exclusiva ni excluyente, por el contrario, admite la complementariedad de la presencia contemplativa de laicos inmersos en el seno del mundo. La misión propia a nuestro carisma no se agota con nuestra forma de vivirla y manifestarla. La implicación de laicos seculares en nuestro carisma y misión hará más evidente la actualidad y utilidad de los mismos.

El misterio de la Iglesia-Comunión implica, en la práctica, un intercambio de dones al servicio de la nueva evangelización.

En consecuencia, respondiendo a la primera pregunta, considero que el hecho de que los seglares hoy día se sientan atraídos e identificados con el carisma cisterciense, puede ser entendido como un signo de que el Espíritu desea compartirlo asimismo con ellos, a fin de que dicho carisma reciba también una forma secular en el hoy de nuestra historia.

martes, 15 de diciembre de 2009

Dom. Isaac Totorika, nuevo abad de la Oliva.

El P. Isaac con el Obispo Blazquez en un acto por la paz

Con alegría recibo la noticia de la elección como nuevo abad del Monasterio cisterciense de la Oliva (Navarra) del P. Isaac Totorika, compañero del PREM, querido y recordado por tod@s.

Se resuelve así la situación producida por al dimisión del anterior superior. Que el Espíritu inspire la actuación de Isaac y felicitaciones a toda la Comunidad.

Esto supondrá la elección de un nuevo superior en Zenarruza, ya que Isaac realizaba este servicio hasta esta fecha. Nuestra solidaridad y oraciones para esta pequeña y prometedora comunidad.


Tomado de http://www.ocso.org/HTM/net/LaOliva-sp.htm

La Oliva

El 15 de diciembre de 2009, la comunidad de La Oliva (diócesis de Pamplona, España) eligió como abad por un mandato de seis años a


Dom Isaac Totorica Izaguirre,


quien prestaba el servicio de Superior de Zenarruza.


lunes, 14 de diciembre de 2009

CUARTO GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE SE AMA A SÍ MISMO, según San Bernardo.



Del Libro del Amor a Dios (De Diligendo Deo).

X. 27. Dichoso quien ha merecido llegar hasta el cuarto grado, en el que el hombre sólo se ama a sí mismo por Dios: Tu justicia es como los montes de Dios.
Este amor es un monte elevado, un monte excelso. En verdad: Monte macizo e inagotable. ¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién me diera alas como de paloma, volaría a un lugar de reposo? Tiene su tabernáculo en la paz, y su morada en Sión. ¡Ay de mí, que se ha prolongado mi destierro! ¿Puede conseguir esto la carne y la sangre, el vaso de barro y la morada terrera? ¿Cuándo experimentará el alma un amor divino tan grande y embriagador que, olvidada de sí y estimándose como cacharro inútil, se lance sin reservas a Dios y, uniéndose al Señor, sea un espíritu con Él, y diga: Desfallece mi carne y mi corazón, Dios de mi vida y mi herencia para siempre?
Dichoso, repito, y santo quien ha tenido semejante experiencia en esta vida mortal. Aunque haya sido muy pocas veces, o una sola vez, y ésta de modo misterioso y tan breve como un relámpago. Perderse, en cierto modo, a sí mismo, como si ya uno no existiera, no sentirse en absoluto, aniquilarse y anonadarse, es más propio de la vida celeste que de la condición humana.
Y si se le concede esto a un hombre alguna vez y por un instante, como hemos dicho, pronto le envidia este siglo perverso, le turban los negocios mundanos, le abate el cuerpo mortal, le reclaman las necesidades de la carne, se lamenta de la debilidad natural. Y lo que es más violento, le reclama la caridad fraterna. ¡Ay! Tiene que volver en sí, atender a sus propias miserias y gritar desconsolado: Señor, padezco violencia, responde por mí. Y aquello: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?



28. Si la Escritura dice que Dios lo hizo todo para sí mismo, llegará un momento en que la criatura esté plenamente conforme y concorde con su Hacedor. Es menester, pues, que participemos en sus mismos sentimientos. Y si Dios todo lo quiso para él, procuremos también de nuestra parte que tanto nosotros como todo lo nuestro sea para él, es decir, para su voluntad. Que nuestro gozo no consista en haber acallado nuestra necesidad, ni en haber apagado la sed de la felicidad. Que nuestro gozo sea su misma voluntad realizada en nosotros y por nosotros. Cada día le pedimos en la oración: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.



¡Oh amor casto y santo! ¡Oh dulce y suave afecto! ¡Oh pura y limpia intención de la voluntad! Tanto más limpia y pura cuanto menos mezclada está de lo suyo propio; y tanto más suave y dulce cuanto más divino es lo que se siente.
Amar así es estar ya divinizado. Como la gotita de agua caída en el vino pierde su naturaleza y toma el color y el sabor del vino; como el hierro candente y al rojo parece trocarse en fuego vivo olvidado de su propia y primera naturaleza; o como el aire, bañado en los rayos del sol, se transforma en luz, y más que iluminado parece ser él mismo luz. Así les sucede a los santos. Todos los afectos humanos se funden de modo inefable, y se confunden con la voluntad de Dios. ¿Sería Dios todo en todos si quedase todavía algo del hombre en el hombre? Permanecerá, sin duda, la sustancia; pero en otra forma, en otra gloria, en otro poder.


¿Cuándo será esto? ¿Quién lo verá? ¿Quién lo poseerá? ¿Cuándo vendré y veré el rostro de Dios? Señor, Dios mío, mi corazón te dice: mi rostro te busca a ti. Señor, busco tu rostro. ¿Cuándo contemplaré tu santuario?



29. Yo creo que no es posible amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, mientras el corazón no se vea libre de los cuidados del cuerpo, el alma no cese de conservarlo y vivificarlo, y sus fuerzas, desligadas de todas la dificultades, no se vigoricen con el poder, contemple continuamente su rostro, mientras viva ocupada y distraída, sirviendo a este cuerpo frágil y cargado de miserias.



Este cuarto grado de amor no espere el alma conseguirlo, o, mejor dicho, verse agraciada con él, sino en el cuerpo espiritual e inmortal, en el cuerpo íntegro, plácido y sosegado y sumiso por entero al espíritu. Es una gracia que procede del poder divino y no del esfuerzo humano.


Entonces –repito- obtendrá fácilmente el sumo grado. Cuando corra de buena voluntad y con gran deseo al gozo de su Señor, sin que le frenen los atractivos de la carne ni le turben sus molestias. ¿Podemos pensar que los santos mártires alcanzaron esta gracia, al menos en parte, mientras vivían en sus cuerpos gloriosos? Una gran fuerza arrebataba interiormente sus almas, y les hacía capaces de entregar sus cuerpos y despreciar los tormentos. Por eso los atroces dolores pudieron turbar su serenidad pero no se la hicieron perder.

El Papa Benedicto XVI denuncia el asesinato de tres sacerdotes y de la hermana cisterciense en Africa.


Tomado de http://www.combonianos.com/MNDigital/index.php?option=com_content&task=view&id=2951&Itemid=10

Ayer, al concluir el rezo del Ángelus dominical, el Papa Benedicto XVI expresó su profundo dolor por los tres sacerdotes y la religiosa que en la última semana han sido asesinados en distintos países de África. "Han sido fieles testimonios del Evangelio, incluso corriendo el riesgo de la propia vida", manifestó. El Santo Padre señaló que "esta semana he recibido tristes noticias de algunos países de África sobre el asesinato de cuatro misioneros. Se trata de los sacerdotes Daniel Cizimya (Congo), Louis Blondel (Sudáfrica) y Gerry Roche (Kenia) y de la hermana Denise Kahambu (Congo)".

"Mientras expreso mi cercanía a los familiares y las comunidades que están en el dolor, invito a todos a unirse a mi oración para que el Señor los acoja en su casa, consuele a cuantos lloran estos hechos y porte, con su venida, reconciliación y paz".

El padre Daniel Cizimya Nakamaga, de 51 años, recibió un disparo en la cabeza el domingo de la semana pasada cerca de la ciudad congoleña de Bukavu.

El mismo domingo, por la noche, fue asesinado en la localidad sudafricana de Diepsloot el sacerdote francés de 70 años Louis Blondel, de los Misioneros de África, tras recibir un disparo en su presbiterio de Diepsloot, en Sudáfrica.

La hermana Denise Kahambu fue asesinada el martes en un ataque a un monasterio trapense en el norte de Bukavu.

Y el misionero irlandés Gerry Roche, de la Sociedad Misionera de San Patricio, fue asesinado a puñaladas el jueves por la noche durante un robo en su casa de la localidad de Kericho, en el suroeste de Kenia

Orígenes monástico-benedictinos de la masonería, extracto de una conferencia de Ramón Martí, masón cristiano.







Mi exposición servirá para que entiendan, que Masonería y Cristianismo no constituyen un contrasentido, antes al contrario: la base de la masonería es precisamente el cristianismo, por mucho que una mayoría de masones, impregnados de una corriente liberal –absolutamente ajena a la masonería tradicional- se hayan esforzado y se esfuercen en demostrar lo contrario. No hay que entender tampoco que la Masonería Tradicional esté atacada de un conservadurismo trasnochado, ocurre simplemente, que la Masonería Tradicional se escapa y trasciende estos planteamientos simplistas de nuestra sociedad actual que tiende a etiquetarlo todo.

La primera cosa que debemos tener clara para entender lo que sigue, es que aquí y ahora, no podemos hablar de Masonería como si fuera algo monolítico, sino de varias masonerías. En su origen, la Masonería, si que fue una, pero a lo largo del tiempo y en la medida que el hombre se ha ido apartando de Dios, ha ido introduciendo nociones que le eran extrañas provocando su división. Podríamos decir, que en la medida que la masonería se ha ido secularizando, ésta se ha ido dividiendo hasta llegar a la maraña actual de pequeñas Obediencias masónicas, maraña que no ha parado ni parará de crecer y que constituye un problema en nuestro país y en la mayoría de países europeos, no sometidos a las prohibiciones que ha sufrido el nuestro y con tradición masónica extendida a lo largo de varios siglos.

Para mejor explicar la multiplicidad de distintas masonerías, me detendré a exponer ciertos retazos de las distintas tendencias del panorama masónico actual.

Podemos distinguir dos grandes grupos: el primero, está constituido por aquellas Obediencias (aclararé, que Obediencia es el conjunto de masones que configuran una determinada asociación en cada país), que exigen la creencia en Dios para poder pertenecer a ellas, y estipulan que los trabajos de las Logias sean presididos por un volumen de la Ley Sagrada. Inicialmente era la Biblia, pero con el tiempo han cedido a que sea el Talmud, el Corán, según se quiera, por separado o los tres Libros juntos; el segundo grupo, está formado por la masonería liberal que no tiene tal exigencia.

Dentro del primer grupo, tenemos lo que se autodenomina “masonería regular”, encabezada desde el año 1929 por la Gran Logia Unida de Inglaterra, en la que se alinean –cada una en su respectivo país- las distintas Obediencias con unos postulados teístas, es decir, que en teoría para pertenecer a ellas, es necesario que sus miembros crean en Dios. Antaño, ello suponía que sus miembros debían creer en un dios revelado, e inicialmente resultaba un tanto hermoso pues reunía en su seno tanto a cristianos, como a judíos y musulmanes en una suerte de “ecumenismo” que con el tiempo se ha tornado en sincretismo y a la práctica, por un proceso de degeneración, hace que hoy éstas Obediencias estén plagadas de agnósticos y descreídos, contentándose actualmente con ser un lugar donde prima lo social y las buenas maneras, habiendo sustituido en la práctica la trascendencia teísta por el ejercicio de la solidaridad social con tintes de beneficencia. Aún y así, insisten en representar a nivel mundial una “ortodoxia” que se traduce en un exclusivismo que hace que solo pueda existir una obediencia regular por país, constituyendo quizá dicha exclusividad, el único acicate de un cierto prestigio con aire “victoriano” un tanto caduco cada vez más contestado entre los masones. La masonería, autotitulada “regular”, no reconoce a ninguna otra Obediencia ni ninguna otra masonería que aquella que no esté alineada con ella. A nivel numérico representa la mayoría masónica en la mayor parte de países –incluido el nuestro- a excepción de Francia donde no es la obediencia más numerosa.

Dentro del grupo de Obediencias en las que se exige creer en Dios para poder pertenecer a ellas, y junto a las Obediencias autodenominadas “regulares” –a la derecha de ellas, sin que el apelativo deba entenderse en términos políticos- se encuentra la Obediencia que represento y me honro en presidir, denominada: Gran Priorato de Hispania, que exige a todos sus miembros no tan solo creer en Dios, sino más precisamente ser cristiano, es decir, agrupa aquellos que por el bautismo formamos el Cuerpo místico de Cristo, englobando, en nuestro país, a una mayoría católica romana, junto a ortodoxos, anglicanos, maronitas, cristianos todos en general, formando un auténtico ecumenismo, para nada manchado de sincretismo. Los trabajos de nuestras Logias y Capítulos están presididos, siempre y únicamente, por la Biblia -comprendiendo el Antiguo y el Nuevo Testamento- abierta por el Prólogo del Evangelio de san Juan. Es preciso decir, en nuestro caso, que hasta hace cinco años formamos parte de la Gran Logia de España, obediencia que en nuestro país representa a los “regulares” pero nos vimos obligados a marcharnos ante la difícil convivencia que hacía que nos miraran como “ultraortodoxos” dado el derrotero de descreimiento y sincretismo en que desde hace tiempo se halla inmersa la Gran Logia de España, derrotero por otra parte compartido por las Obediencias del resto de países alineadas dentro de la “regularidad”.

Sin salir del mismo grupo, pero situándose a la izquierda de los “regulares”, tenemos, de manera decreciente a nivel de exigencia en cuanto a la creencia en Dios, al resto de Obediencias, que hacen de dicha exigencia un corolario de matices con distintos tintes éticos y morales y diferentes niveles de excepticismo, que van aumentando en la medida que se apartan del Principio Único.

Frente a todos estos, tenemos el segundo grupo, compuesto por las Obediencias masónicas dichas “liberales”, encabezadas a nivel mundial por el Gran Oriente de Francia –mayoritario numéricamente en su país-, Obediencia, que desde 1877, decidió que sus Logias dejaran de trabajar a La Gloria del Gran Arquitecto del Universo, y renunciaron a que sus Tenidas (así se denominan las reuniones masónicas) fueran presididas por un Volumen de la Ley Sagrada, pudiendo disponer un libro con las páginas en blanco para que nadie se pelee. En este grupo se alinean los masones que son ateos, agnósticos o lo que les parezca, que por algo ellos son los más “liberales” y dejan la mayor libertad de conciencia a sus miembros, al menos en teoría, pues a la práctica el liberal a ultranza, lo es tanto que no acepta ningún tipo de creencia –salvo la no creencia-, y en mayor o menor medida se convierte en perseguidor de sus contrarios. Este grupo se caracteriza por una implicación directa de sus miembros en el mundo político y social, y sus Logias aficionadas al debate puro y duro Son los auténticos herederos de Garibaldi y todos los libertadores.

Podemos ver por nuestra exposición cual es el panorama masónico hoy por hoy, pero ¿siempre ha sido así? No, como antes decía, los orígenes de la Masonería son cristianos, y continuaron siéndolo a lo largo de toda su etapa “operativa” en que básicamente, ésta, se dedicó a la construcción de las catedrales y templos de cuyos vestigios Europa está tachonada, pero ya en la segunda etapa “especulativa” que va aproximadamente del siglo XVIII a nuestros días, en la que la Orden Masónica toma su actual forma, es cuando a través de sucesivas desviaciones y derivas la lleva al panorama poco alagueño anteriormente descrito.

Al parecer, no tan solo los orígenes de la masonería han sido cristianos, sino que la misma Iglesia, a través de la Orden de San Benito, le dará carta de naturaleza, si hacemos caso al estudio sobre el particular desarrollado por Eduardo R. Callaey, historiador, periodista y masón, nacido en Buenos Aires en 1958, estudio publicado en su libro “La Masonería y sus orígenes cristianos – Ordo Laicorum ab Monacorum Ordine”[1]. En su libro, Callaey, a partir del estudio de Walafrid Strabon, uno de los más notables exegetas benedictinos del medioevo, que lo remitió a las obras de otros dos exegetas, el primero, Rabano Mauro, abad de Fulda y arzobispo de Maguncia, y el segundo Beda, llamado el Venerable, famoso historiador del siglo VIII, elevado posteriormente a los altares y venerado como san Beda, ambos prominentes benedictinos, Callaey, descubre interesantes relaciones entre la orden benedictina y aquellos primeros masones operativos. El monje Beda, es autor de la obra denominada De Templo Salomonis Liber. La existencia de ésta obra es confirmada por uno de los documentos masónicos más antiguos de los que se conocen, el Manucrito Cooke[2], en el mismo, su anónimo autor menciona a Beda como una de las autoridades en las que basa su texto. La traducción de la obra de Beda del latín fue ardua, pero Callaey se dice compensado, al descubrir su carácter alegórico sobre la construcción del Templo de Salomón y su similitud con múltiples símbolos y conceptos aun vigentes en la doctrina masónica.

¿En qué criterio –se pregunta Callaey- debiéramos basar el vínculo entre los masones benedictinos y los masones operativos laicos? Un criterio historicista, susceptible a la comprobación de vínculos, relaciones y principios ya ha sido expuesto –afirma Callaey en su libro- Pero aun así, reconozco que sería incompleto, al ser la francmasonería una institución tradicional, conviene ampliar los criterios de análisis en términos de esa Tradición. (…) La vía conformada por los venerables Beda, Alcuino, Rabano Mauro y Walafrid Strabón ha sido señalada por historiadores, teólogos, filólogos y hebraístas, lo que demuestra su potencia y actividad. Esta corriente difundió en los vastos territorios del imperio carolingio las tradiciones y símbolos de los masones que actuaban bajo el impulso benedictino y que, luego, tuvieron su apogeo en la órdenes de Cluny y Hirsau. En segundo lugar, se han elegido un conjunto de ideas fundamentales que, originadas en la tradición de los monjes constructores, influyeron directamente en las asociaciones operativas laicas y, a través de estas últimas llegaron hasta la masonería moderna. Ellas son:
a) La tradición del Templo de Salomón,
b) El simbolismo del Templo,
c) la idea de una Gran Arquitecto del Universo,
d) El pensamiento simbólico-alegórico,
e) El trabajo interior –(lo que los masones denominamos desbastar
la Piedra Bruta)
f) El trabajo exterior: la construcción del Templo a la Virtud.

Termina concluyendo Callaey: No existe en occidente –fuera de la Orden Masónica y la Orden del Temple- otra institución que haya otorgado al Templo de Jerusalén el carácter alegórico que asume en la pluma de los maestros benedictinos [3]. Resulta paradójico comprobar en dicho libro la sorprendente similitud entre las alegorías del mundo monástico medieval y los elementos centrales del esoterismo masónico, abriendo un profundo interrogante sobre los orígenes cristianos de la Orden más combatida por los Pontífices romanos.

Al margen de la controversia, sobre la vigencia o no, de la excomunión que según la Iglesia de Roma pesa sobre los católicos que pertenezcan o quieran pertenecer a la Masonería, excomunión, que a nuestro juicio no tiene razón de ser, de acuerdo al actual Código de Derecho Canónico, aprobado por el Concilio Vaticano II, el estudio publicado en éste libro de Eduardo R. Callaey, viene a reafirmar y documentar las tesis que demuestran los orígenes cristianos de nuestra augusta Orden.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Visita al monasterio cisterciense de Azul , Argentina


Tomado de http://hesiquia.wordpress.com/2009/06/24/trapenses/

El viaje hacia el monasterio llevó doce horas y ya en el remis, campos vacíos y enorme cielo me regocijan, anticipando el silencio que prometieron.

Algunos pequeños bosques anuncian los edificios umbrosos, entre grises y verdes, antiguos, cansados.

Golpear la puerta gruesa y tosca de la portería y verlo aparecer anciano, arrugado, quedo, me introduce en un espacio interno críptico.

El monje aquel, me conduce solo con ademanes, a la oquedad del claustro; el ruido que nuestros pasos leves hacen sobre la piedra, parece lo único vivo.

Ya solo en la celda, reviso los horarios, que alternan entre oraciones cantadas y silenciosas, entre ceremonias y letanías repetitivas y centrantes.

Desde la madrugada cerrada hasta bien entrada la mañana, los orantes buscamos la sensación sagrada, la devoción que inflama, el encuentro sacro; mientras el sueño, la pesadez y el tedio, conspiran y alejan hacia fuera, hacia el cobijo de los sentidos.

Hábitos blancos y capuchas amplias esconden los rostros, que en lo íntimo, expresan lo que atraviesa el alma.

La biblioteca arcaica y devota destila un hermoso olor a pergaminos, que aventuran fórmulas, métodos, secretos atajos hacia el corazón de Dios.

La comida frugal, la lectura como compañía , las tareas del campo; atraviesan la tarde casi hasta vísperas, donde el crepúsculo esconde todo color y deja un mudo vacío.

La angustia hecha gemido resulta, ahora sí, oración eficaz.

Y es en la profundidad del llanto donde encuentra mi ser su calma, porque afianzo en la verdad de mi mismo, en mi desnuda ignorancia, en el absoluto desamparo.

Y es al reconocer la tragedia de la vida finita y condicionada al extremo, donde me siento obra de intención ajena y desconocida.

Es al sentirme vencido, abrumado por un plan inabarcable de ignoto sentido, cuando veo surgir, aleteando emancipada, una firme esperanza, una confianza terca en que tanto dolor y tanta maravilla escondan infinito amor.

(Recreación libre, recordando la visita al

Monasterio Nstra. Señora de Los Angeles

en Azul, Buenos Aires, Argentina; en Junio de 2005)

sábado, 12 de diciembre de 2009

Crónica de la canonización del H. Rafael, por el Hno. Israel María.


“PEREGRINOS DEL ROSTRO DE DIOS”


Hace ya unos días de la experiencia desbordante de gracia que he vivido en Roma, y ya va calando en mi corazón y hoy impulsado por el texto de la Biblia que en la lectio estoy orando, me dispongo a “balbucear” algunas cosas vividas en la ciudad Eterna.

El texto que me ha impactado y resuena en mí desde mi llegada a Huerta es el siguiente: “A aquellos a quienes el Padre ha llamado, de acuerdo con su plan, y hecho santos por el Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser purificados por su sangre: que la gracia y la paz se derramen sobre vosotros” (1 Pe 1,2).


Sí, realmente el lugar donde fui de peregrinación, era un lugar santo, donde la santidad de tantos hermanos, testigos de la fe, me precedía, la tierra gritaba desde lo profundo: “Israel, eres llamado a la santidad” y no una santidad “teórica” sino preparada para ti, por el Padre, desde toda la eternidad.


Es cierto que humanamente hubo momentos de “mucho cabreo” en los que mi amor propio, mi hombre viejo, salía a la luz, pero la gracia de Dios me fue modelando y haciéndome entrar en ese descanso de su Amor, preparándome para el momento de su gracia, abriendo mi corazón, a veces duro y egoísta, pero con sincero deseo de Dios.


La “visita” por la Roma de noche, fue algo que era como “lluvia” que cae en tierra para hacerla germinar, en todas esas maravillas pude ver la obra de Dios, como el hombre plasma la belleza que en Dios halla su plenitud, eso fue para mi la Piazza Navona, la Fontana di Trevi, el Panteón... y todo lo que mis ojos, los de la vista y los de la fe, pudieron ver y contemplar, hasta el punto de exaltar con el salmista “Que admirables son tus obras Señor...hiciste la tierra...y todo ser que alienta te alaba”. Esa noche mi corazón, reposo en la paz de Dios, y aún me quedaba mucho por ver...

El día siguiente fue un recorrido por Roma, vistas preciosas, contemplar la Basílica de Santa María la Mayor, pero este día al menos en la mañana el “plato fuerte” fue San Pietro in Vincoli, donde me encontré el Moisés y su rostro que irradiaba luz. La visita a la Capilla Sixtina, entre la multitud de gente, pero el estar allí, siendo por un momento “testigo” de momentos decisivos en la Iglesia, me hacía sentirme acompañado y apoyado en el seno de mi madre la Iglesia, fue un momento de comunión intensa, con hermanos que desde los cinco continentes profesan la fe católica, y somos responsables de que esta Iglesia a la que pertenecemos, presente un rostro lleno de radiante alegría por el encuentro amoroso e íntimo con Cristo la persona que nos ha fascinado con su amor, con su rostro misericordioso.

En la Plaza de San Pedro, mientras esperaba el momento de entrar para la Canonización, y apretujado por la gente, me sentía como Jesús, que todo el mundo le tocaba y él decía quien me está tocando...fueron muchos los hermanos “muy variopintos que allí estábamos y todos con una llamada “Sed santos como Él es santo...Imitad al que os llamo” (Cf 1 Pe 1,15), y el rostro de la santidad de la Iglesia, era el testimonio más hermoso que ante el mundo miles y miles de peregrinos veníamos a celebrar. Allí en este ambiente de celebración gozosa, la gracia se derramó, y fue impresionante el participar en esa celebración, si bien de un modo que yo personalmente no habría elegido (la pantalla en la plaza de San Pedro), no por ello fue menos fecundo e impactante para mi espíritu, que estos días en Roma se hallaba abierto en receptividad a todo lo que era nuevo para mi, mi primera experiencia... y allí se palpaba “un algo, mejor dicho, UN ALGUIEN, que había triunfado en nuestros nuevos santos” y que hoy quería hacerlo de nuevo en ti, en mi, en todos los que se abren a la gracia de Dios.


Cuando el Santo Padre, salió a saludar a los peregrinos, “vi” como en la Iglesia sigue habiendo vitalidad, miles y miles de personas aclamaban a un anciano, que es el sucesor de Pedro, el apóstol, en quien Jesús cimento su Iglesia... y en esos momentos mientras escuchaba su voz (la del Papa), me sentía impulsado, y así lo hice, a bendecir a Dios por todos los que un día fueron “servidores de los siervos de Dios” en esta cátedra de Roma.

Otro momento de fuerte impacto en mi vida espiritual, fue el poder acudir a Tre Fontane (nuestro monasterio en Roma) y la Casa General, pues uno de los pilares que cimentan mi deseo de Dios, es mi pertenencia a la Orden, y el conocer sitios donde otros hermanos viven como yo, fue algo super gratificante, y un momento de “reavivar” mi sentido de Orden y que pase lo que pase yo soy cisterciense de esta orden, que llevo en mi corazón y nada ni nadie me lo quitará. Quizá en esta experiencia, no pueda ser muy extenso, pues las palabras no pueden expresar lo que yo en estos momentos viví, pero quien me conoce sabe como fue cada uno de los latidos de mi corazón en estos momentos. Gracia difícil de olvidar.

Subiaco y Montecasino, fue un volver a la vitalidad de la orden, un afianzar la llamada recibida, pero confieso que me impacto menos que los lugares que yo considero más míos, como son Tre Fontane y la Casa General, me quedé con las ganas de Vitorchiano, pero otra vez será... aunque según dicen, si no he tirado la moneda en la Fontana di Trevi, no volveré...esto queda en manos de Dios, pues Él sabe que es lo que más me conviene.

Y como no todo ha de ser sólo lo espiritual, una gran experiencia fue mi “bautismo” en el avión, pues era la primera vez que volaba, y la experiencia ha sido tan grata que ya estoy deseando repetirla de nuevo, je, je

En fin que la peregrinación me ha afianzado en ese ser un peregrino sediento del rostro de Dios, y como decía San Rafael en sus escritos a su tío “Somos peregrinos en tierra extraña”, pues que Él que ya goza de la presencia de Dios, nos encienda el corazón en amores apasionados, que nos muevan a desear a “SOLO DIOS”

Fr. Israel María González
Santa María de Huerta
24 de Octubre de 2009

viernes, 11 de diciembre de 2009

Ataque a un monasterio cisterciense en la R. D. del Congo y asesinato de la Hna. Denis Kahambu.



La Guerra en la Republica democrática del Congo es una guerra olvidada por los medios de comunicación que está cobrándose numerosas vidas y cuyas causas parece ser están muy relacionadas con el Coltán y otras materias primas que son muy demandas por los intereses económicos occidentales.

Una de las últimas víctimas ha sido la Hermana Denise Kahambu, en un ataque al monasterio trapense (cisterciense de la estrecha observancia) al norte de Bukavu. Actualmente dos sacerdotes están secuestrados.

Aquí os dejo la crónica de este triste suceso. Y por supuesto, nuestra oración y nuestra denuncia a la comunidad internacional que no presta atención a este conflico


Después del asalto a la parroquia de Kabare, la noche del 5 al 6 de diciembre de 2009, en el que fue matado el Padre Daniel Cizimya, hoy en la tarde del 7 de diciembre ha tocado el turno al monasterio de las trapenses de Murhesa.

Cuando la Comunidad, a las 19,30 h., oyó gritos y disparos y se refugiaba en el dormitorio, la Madre Abadesa me llamó al momento por teléfono para darme el aviso. Puse al corriente sin tardar al arzobispo, Mons. Justin Nkunzi, encargado de la comisión arquidiocesana de Justicia y Paz, a los vecinos y a las unidades militares más próximas, por medio de las Hnas. Hijas de la Resurrección.

Según testigos del hecho, hospedados en el monasterio, la Hermana encargada de la acogida, que fue matada al momento, se dio cuenta de que detrás de ella iban tres hombres que no pertenecían al del grupo de los huéspedes. Tuvieron un encuentro en su despacho. Inmediatamente escapó corriendo al refectorio de la hospedería. Los asaltantes la alcanzaron y le preguntaron: ¿Dónde está el sacerdote? Le pidieron también que se les entregara el dinero.

Una de las huéspedes ha testimoniado que, cuando oyó los gritos de la Hermana y a un hombre armado que corría tras ella, se encerró en la habitación.

Los demás huéspedes han dicho que los asaltantes no tenían vehículo. Vieron a tres. Pedían dos cosas: que les indicaran dónde estaba el sacerdote y que les entregaran el dinero. A cuatro huéspedes les quitaron por la fuerza el teléfono.

Una señora de entre los huéspedes, que estaba limpiando los platos, oyó el ruido y salió afuera. El militar que acababa de matar a la Hermana le pidió el dinero. Cuando le dijo que no tenía nada, uno de los asaltantes le disparó a las piernas, pero la bala pasó a un lado. Era el segundo tiro disparado. La Hermana ya estaba muerta, cubierta en un baño de sangre. Cuando la señora comenzó a gritar con voz fuerte, el último de los asaltantes se fue.

Un tiempo antes, según los huéspedes y la Hermana de la tienda, apareció gente sospechosa hacia las 18 horas (ya puesto el sol) y no por la puerta principal sino por la trasera.

Minutos después del ataque a mano armada, la Madre Abadesa me llamó para decirme que la Hermana Denise estaba gravemente herida y si yo podía ir urgentemente para llevarla al hospital. El Padre François d´Asisse, director espiritual del teologado de San Pío X, fue con el chofer a buscar a dos militares a Mudaka (a 5 km. del seminario). Y fueron inmediatamente al Monasterio. Se encontraron en el trayecto con otros militares que venían de Bukava. Volvieron de inmediato para decirme que la Hermana ya había muerto. Entonces fuimos al Monasterio, yo mismo, Rector del Teologado, el P. Ecónomo, el Director espiritual, el chofer y algunos vigilantes del seminario. Llegamos al mismo tiempo que la policía nacional. Comenzaron a hacer las averiguaciones preliminares. La MONUC se presentó al momento. Hizo rápidamente su averiguación y se fue. No había nada que hacer.

Las verdaderas pruebas comenzaron con la llegada del Vicegobernador a los lugares, treinta minutos después.

El capellán, el P. Bernard Oberlin (monje trapense como las Hermanas) testimonia por su parte: Acababa de cerrar la puerta de la iglesia, por el lado exterior ( a las 19 horas), y fue a la hospedería, luego al taller para revisar el cuadro eléctrico antes de apagar el grupo electrógeno. En ese momento sintió un pitido anormal. Al advertir que el pitido cesaba, pensó que era la sirena del monasterio y volvió a dar la corriente. Fue a dar una vuelta al claustro por dentro para ver qué sucedía. Como todo quedaba claro y ninguna Hermana se hallaba en los locales visitados, comprendió que se trataba de un ataque (el cuarto desde la guerra del 96). Entonces, a su regreso a la capellanía, recibió una llamada telefónica de la Madre Abadesa diciéndole que fuera al dormitorio del claustro a protegerse junto con todas las Hermanas. (Hay otro dormitorio que tenía cerradas las puertas y las rejas.

Cerrado el dormitorio, las Hermanas estaban en el pasillo, sentadas en el suelo para evitar eventualmente algún balazo proveniente de la ventana de la celda. La Madre Abadesa y otras Hermanas me telefonearon al teologado apenas pudieron. La Madre Abadesa tuvo conocimiento de la muerte de la Hermana. Denise por la llamada telefónica de uno de los huéspedes, que estaba escondido. Hubo otros contactos telefónicos: con el Obispo y otras personas.

Durante todo este tiempo, las Hermanas rezaban el rosario y el “De profundis” por la Hermana difunta y por toda la Comunidad.

Hacia las 21, 30 h. fui con otros Hermanos a avisar a las Hermanas que ya podían salir del dormitorio.

La Nunciatura Apostólica de Kinshasa, el Secretario de la Conferencia episcopal nacional, el gobernador de la provincia de Sud-Kivu, el Ministro Katintima y el antiguo Procurador de la República, así como casi todas la comunidades diocesanas (sacerdotes, religiosos y religiosas) me llamaron por teléfono esta tarde para saber lo ocurrido.

El Vicegobernador me ha asegurado, al salir, que ellos proseguirían con la investigación y, con el Mayor de la Policía, han decidido dejar algunos policías.

He aquí cómo han sucedido las cosas.

Reciba, Excelencia, la expresión de mi profunda comunión con la Iglesia.

Dado en Murhesa (en el Monasterio), a 8 de diciembre de 2009, a la una menos diez de la noche.

P. Bunyakiri Mukengere Crispín.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Refundación, renovación y reforma del monacato cisterciense, por Bernardo Olivera, anterior Abad General de la Orden Cisterciense (S. O.)



El carisma de los fundadores ha sido transmitido a cada uno de nosotros a fin de que vivamos según el mismo, lo custodiemos, lo profundicemos y lo desarrollemos constantemente en comunión con el Cuerpo de Cristo siempre en crecimiento.

Ahora bien, vengamos a nuestro presente. Tratemos de esbozar un proyecto a partir de nuestros deseos y sueños anclados la tradición benedictina y cisterciense y abiertos al Espíritu que todo lo hace nuevo.

El futuro de nuestra vida monástica depende de su enraizamiento en la persona de Jesucristo y en su santo Evangelio. Una cierta cuota de realismo y una pizca de sentido común me obligan a hablar hoy de re-evangelización monástica. Este proceso evangelizador implica tres realidades distinguibles pero íntimamente relacionadas: refundar, renovar y reformar el monaquismo.

- Refundación

La refundación se refiere al hecho de cimentar nuestra existencia en la experiencia mística fundante del fenómeno monástico: un encuentro transformativo con el Absoluto, fruto de una búsqueda asidua del rostro del Dios Viviente. La búsqueda y el encuentro se viven en el deseo apasionado, y purificado de su presencia.

El camino hacia el rostro de Dios se transita cotidianamente gracias a un cierto número de mediaciones o exercitia. Entre los de ayer, de hoy y de siempre, hay que enumerar los siguientes:

-La oración silenciosa y contínua.

-La plegaria litúrgica centrada en la Eucaristía.

-La lectio divina.

-La ascesis del ayuno, de las vigilias, del trabajo, de la pobreza voluntaria y de las diversas renuncias (castidad y obediencia).

-Todo en un clima de soledad y silencio.

Ahora bien, nuestra búsqueda benedictina y cisterciense de Dios la vivimos en un contexto de relaciones interpersonales y comunitarias. La koinonia o vida en comunión de amor es también algo esencial en nuestra tradición monástica. A Dios se lo busca y encuentra en comunidad. Y podemos agregar algo más: el hermano y la hermana, habitados por el Señor, son también “santuario” del encuentro con Dios.

Soy de la opinión, nacida de una convicción, que la vida monástica carece de sentido sin la unión mística o contemplativa con el Dios que llama, purifica, desposa y transforma mediante las tinieblas luminosas de su Amor. ¡Si el monaquismo del futuro no es una re-edición viva y actualizada del Cantar de los Cantares tendrá muy poco que decir a las generaciones del presente y del futuro! ¡Sin misterio no hay mística, y sin mística no hay monaquismo! Pero todo esto sin intimismos individualistas ni encapsulamientos aislantes de los demás. San Benito lo expresa en forma lapidaria: ¡Qué Él nos lleve todos juntos a la vida eterna! (RB, 72:12).

- Renovación

La renovación se refiere al hecho de enraizar los corazones en la nueva alianza con su mandamiento nuevo: amor a Dios y al prójimo como Jesús amó. Único y doble precepto que encuentra su unidad en el “nada preferir al amor de Cristo”, Dios hecho hombre para nuestra salvación. La radicalidad de esta opción se comprueba con el amor ardentísimo y sin medida de unos para con otros.

Nuestra vida monástica contemporánea, abierta a un futuro desconocido, está invitada a seguir a Jesús abrazando el bienaventurado radicalismo del Evangelio. No se trata de tener el monopolio del radicalismo sino de ser fieles a la propia identidad.

La palabra de Jesús nos interpela: Sed perfectos en misericordia, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt.5:48; Lc.6:36). El Maestro nos está diciendo que nuestra vida no consiste en tradiciones, usos, permisos, observancias... sino en la perfección del amor fraterno que nos identifica con el Padre que está en los cielos.

Las exigencias del amor nos llevan a las raíces mismas de la enseñanza de Jesús: el reinado de Dios como Padre de todos los seres humanos y la consecuente fraternidad y sororidad universales.

La monja y el monje radicales son aquellos que están arraigados y fundamentados en el amor (Ef.3:17), enraizados y cimentados en Cristo (Col.2:7). Si creemos, y espero que sí creamos, que Él nos amó y se entregó por nosotros, sólo nos queda una opción: morir para vivir en Él y servir a los demás.

- Reforma

La reforma se refiere a la forma histórica o institucionalizada que presenta nuestra vida monástica a fin de hacerla cultural o contraculturalmente significativa. La historia nos enseña que la experiencia fundante buscó pronto formas de institucionalización, y esto por dos motivos: para poder perdurar en el tiempo y para poder hacerse comunicable y significativa.

-Estas formas institucionales son siempre transitorias y condicionadas por tiempos y lugares. Su actualidad se discierne con un doble criterio: la capacidad de promover la experiencia fundante y la posibilidad de testimoniar significativamente ante la Iglesia y el mundo.

En este campo estamos hoy invitados a ser creativos a fin de ser fieles a la tradición y al Dador de los carismas eclesiales. Objeto de nuestro discernimiento y opciones podrían ser:

-La redimensión de nuestros edificios según la medida de la comunidad actual.

-La reubicación de nuestras economías en un mundo globalizado y marginador sin quedar englobado ni marginar a los pobres.

-El ajuste del trabajo a fin de ponerlo al servicio del objetivo espiritual de nuestra existencia.

-La inculturación (geográfica, temporal, generacional y de género) de nuestras liturgias para que expresen más entrañablemente nuestro culto a Dios en espíritu y verdad.

-La adecuación de las formas de autoridad a fin de que ésta sea un servicio afectivo y efectivo a la vida y a las personas concretas.

-Los ajustes necesarios a fin de procurar un equilibrio real y dinámico entre los diferentes elementos de nuestra conversatio.

-La significatividad de muchos de nuestros símbolos, costumbres y tradiciones domésticas.

-La búsqueda de nuevas formas de vivir algunos valores tradicionales, tales como, el ayuno, la pobreza, las austeridades, la soledad, el silencio, la corrección fraterna...

Los monjes y monjas tenemos sin ninguna duda una larga historia que contar y, Dios mediante, tenemos también una historia por crear. En el purgatorio hay un rincón gélido reservado para los monjes y monjas, de ayer y de siempre, que pecan por fidelidad servil a la tradición en lugar de arriesgarse y apostar por la creatividad a fin de comunicarla enriquecida. También hay allí un hueco inestable preparado para quienes reforman sin renovar y, peor aún, sin verificar los fundamentos.

martes, 17 de noviembre de 2009

El Carisma Cisterciense y el Zen:¿Hacia un zen cisterciense?.

Thomas Merton y Suzuki


Es curioso cómo, de manera más o menos espontánea, se ha ido produciendo el encuentro entre el Zen y la espiritualidad cisterciense a lo largo del siglo XX. Aunque, bien mirado, el Zen y Císter son dos espiritualidades que sin tener un contacto histórico tienen una perspectiva, en muchos aspectos, similar: sencillez, austeridad, búsqueda de la experiencia contemplativa… lo cual puede facilitar mucho el diálogo y comprensión mutuos.

No hay duda que ha sido T. Merton el primero que ha difundido el zen entre los cistercienses y que ha sido bajo su influencia que los encuentros entre monjes cistercienses y monjes zen se han ido propiciando. Merton nos dejó dos libros muy conocidos sobre zen y cristianismo: Místicos y maestros zen y El Zen y los pájaros del Deseo, que son prueba de su comprensión del zen y de la tradición cristiana.

Más reciente es la relación del zen y del monje cisterciense Thomas Keating, quien conoció el zen a través del maestro Sasaki Roshi, que acudía al monasterio cisterciense de Spencer (EE.UU) para dar retiros o sesshin a los monjes que estaban interesados.

Hoy los contactos son muy numerosos, muchos monjes cistercienses acuden a sesshin zen y también monjes zen visitan monasterios católicos. Pero me interesa fijarme en estos dos monjes, Merton y Keating, porque son representativos de dos actitudes que los cristianos han asumido habitualmente tras el encuentro con el zen.

Merton mantiene al zen y al cristianismo en diálogo, sin unirlos pero en mutua relación. Ahora bien, no quiere hacer mezclas o sincretismos que deformen el zen y el cristianismo, falseándolos. Zen y cristianismo están llamados a dialogar e influirse mutuamente sin pretender explicar el zen desde el cristianismo o el cristianismo desde el zen. En la práctica esto supone conservar el rostro occidental del cristianismo y el rostro japonés u oriental del zen. El cristiano que conozca el zen será “profeta de dos lenguas” dicen algunos, hablará dos lenguas espirituales diferentes aunque con equivalencias entre ellas que permiten la traducción de la una a la otra y que enriquecen a quien conoce ambas experiencias, que en lo profundo son una.


Keating, representa otra de las actitudes cristianas ante el zen, aquella que se inspira en sus prácticas y estilo para dar un nuevo impulso a la mística cristiana. La oración centrante de Keating no pretende, en absoluto, ser zen pero está muy influida por el zen. Aquí, por lo tanto, se trataría de ser enriquecidos con el zen para redescubrir la mítica cristiana, sin abandonarla ni integrarse en el zen de forma completa.

Ambas son posturas legítimas y dan frutos valiosos. Sin embargo, no agotan todas las posibilidades que surgen del encuentro entre el zen y el cristianismo. Existe también en occidente un zen que no quiere limitarse a repetir más o menos el zen japonés sino que quiere adaptarse plenamente a Occidente y a la espiritualidad cristiana sin dejar de ser zen. Willigis Jäger podría ser un ejemplo de esta línea de zen occidental o secular, que no se limita a reproducir el zen japonés.

No se trata de mezclar y confundir sino de crear algo nuevo pero plenamente legítimo, un zen cristiano u occidental. Un zen diferente al japonés y budista, pero plenamente zen. Un zen impulsado por cristianos o por laicos que descubren un rostro zen oculto en el cristianismo o en la mística occidental (por ejemplo, con la existencia de auténticos koan en los evangelios y en la tradición mística occidental) y un rostro cristiano (o humanista) en el zen japonés, con la existencia de algunos maestros japoneses más o menos marginados por al corriente principal del zen, que emplean un lenguaje más personalista en su descripción de la experiencia zen. Y es que el diálogo, si es un auténtico encuentro, siempre transforma a los que lo viven y produce cambios, algo nuevo. Esto nuevo sería este zen occidental, laico y cristiano.

También el carisma cisterciense puede participar de este movimiento. Y en esta dirección es en la que también algunas personas vinculadas al carisma cisterciense y al zen queremos ir trabajando, intentando que pueda ser posible un zen cisterciense, respetuoso con ambas tradiciones, que renueve e impulse el carisma cisterciense y el zen para que, en unión, puedan ser, para quienes se sienten identificados con ambas espiritualidades, una de las vías de difusión de la experiencia espiritual en la sociedad actual, en vistas a trabajar por el Reino en términos cristianos o a vivir desde la mente compasiva original, en términos zen.