domingo, 26 de julio de 2009

San Bernardo, un maestro espiritual "actual".


En este renacer actual del interés por la espiritualidad es habitual dirigirse a los maestros de Oriente, creyendo encontrar en ellos una experiencia espiritual más elevada que en Occidente. Y es que muchas veces, la lectura meramente erudita de los textos de los maestros cristianos occidentales se ha fijado más en aspectos literarios, filosóficos, teológicos o morales, que en la experiencia misma que transmiten. Creo que debemos redescubrir a los maestros de occidente, limpiándolos de la erudición acumulada sobre ellos, que oculta su enseñanza, en muchas ocasiones.

Si hay un maestro espiritual de Europa Occidental ése es, sin duda, San Bernardo. Por supuesto, sé que es alguien conocido, estudiado... y sin embargo, os animaría a releerlo no como teólogo, como filósofo o maestro literario, sino como maestro espiritual, lo que él siempre quiso ser.

J. Leclercq así lo define "San Bernardo es un maestro espiritual. Lo ha sido y sigue siéndolo: su influjo ha sido constante mientras vivía, después de su muerta y en nuestros días, como lo patentiza el hecho de que no hay añoque no aparezca un libro sobre él".

Os animaría a perder el miedo a los escritos de los autores cistercienses medievales, que poco tienen que ver con la escolástica posterior, que transmiten la experiencia espiritual que vivían de modo poético, espontáneo, muy libre y con mucha ternura.

Aquí os dejo un ejemplo del propio Bernardo hablando del últinmo grado del amor a Dios, que expresa de modo poético pero transmitiendo claramente una experiencia personal de él.

Del Libro del Amor a Dios (X-27-28):

Dichoso quien ha merecido llegar hasta el cuarto grado, en el que el hombre sólo se ama a sí mismo por Dios... Dichoso repito y santo quien ha tenido semejante experiencia en esta vida mortal. Aunque haya sido muy pocas veces, o una sola vez, y ésta de modo misterioso y tan breve como un relámpago. Perderse, en cierto modo, a sí mismo, como si ya uno no existiera, no sentirse en absoluto, aniquilarse y anonadarse, es más propio de la vida celeste que de la condición humana.

Y precisando que la experiencia no es una experiencia de vacío intelectual o emocional, sino de relación y unificación con Dios más allá del ego, de amor más allá del sentimentalismo, sin perder la propia identidad dice:

Que nuestro gozo no consista en haber acallado nuestra necesidad ni en haber apagado la sed de la felicidad. Que nuestro gozo sea su misma voluntad realizada en nosotros y por nosotros.