No sé si conocéis al hno. Rafael Arnáiz, un monje trapense (una de las ramas de la familia cisterciense) del monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia- España), que va a ser canonizado el próximo 11 de Octubre del 2009.
El Hno. Rafael es un ejemplo, aún sin querer serlo conscientemente, de sana rebeldía y humilde denuncia de una Iglesia rígida y autoritaria, aliada de las clases sociales más aburguesadas, que creen ser religiosas, al identificar sus convencionalismos de clase con la identidad católica, siendo en realidad los privilegiados defensores de un sistema basado en el poder, el dinero y la vanidad, muy alejado de la autenticidad, la libertad y la igualdad que constituyen la fraternidad cristiana.
Rafael es un buscador de Dios nacido en un ámbiente tóxico, devoto y convencional, mucho más peligroso, en ocasiones, para el verdadero buscador de Dios que los ambientes abiertamente hostiles a la espiritualidad, ya que por su ambigüedad pueden llegar a confundirlo, cosa que la hostilidad abierta no puede hacer.
Destinado a ser arquitecto, Rafael corta con el destino de un "hijo de buena familia" y decide ingresar en un monasterio trapense. Huye de una familia asfixiante para acercarse a una comunidad cristiana, pobre y sencilla, en la que cree poder encontrar la libertad espiritual que desea. Pronto descubre la realidad.
La orden trapense es en esos momentos una orden extremadamente rígida. Centrada en el valor de la penitencia, el sacrificio, que basa su vida comunitaria en el cumplimiento de las "observancias", las normas que rigen toda la vida del monje. Un silencio extremo, un trato frío y deshumanizado es el clima con el que creen es posible alcanzar la experiencia espiritual a base de "puños" y ascesis. El rechazo hacia el valor de la formación intelectual, la exaltación del trabajo manual y una piedad sensiblera y devocional completan el cuadro. Un decorado que oculta la decadencia de una verdadera vida espiritual, fraterna y humana.
Rafael, incluso sin ser muy consciente de ello, logrará con su vida denunciar la ausencia de autenticidad de ambos mundos en los que está atrapado (su familia, su comunidad) y, a la vez, logrará avanzar y profundizar en su experiencia espiritual a pesar de los obstáculos que le rodean.
Con este ambiente, Rafael enferma y debe abandonar el monasterio en varias ocasiones regresando con su familia. Agobiado entre estos dos mundos y deseando sinceramente la experiencia espiritual decide realizar un acto de afirmación de su identidad como contemplativo, un acto de rebeldía espiritual.
Abandona a su familia y regresa el monasterio sabiendo que por su enfermedad no podrá llevar la vida de un monje y será despreciado por muchos de los monjes "de verdad". En el fondo, se rebela contra los modelos predeterminados por la familia y por la Iglesia, pero de forma humilde y con las luces que su juventud y su escasa formación religiosa y social le permitirán.
Rafael sufrirá en la Trapa el desprecio que ya preveía, aunque conseguirá que el abad le reconozca su validez personal concediéndole el hábito monástico que no le corresondía (no era monje sino oblato). Sin ser conscientes de ello, los monjes se verán obligados a reconocer que su sistematización rígida de la búsqueda espiritual no es el único camino para llegar a la espiritualidad (más bien es un obstáculo). Con su humilde esfuerzo y sus escasos recursos humanos, Rafael humilla la soberbia espiritual de muchos monjes y la vanidad de su familia. Poco después morirá.
Sin comprender este mensaje que Rafael manifestó con su vida, la figura de Rafael es fácilmente manipulable para servir al sistema religioso y social que denunció, ya que se alimentó de la piedad y de los valores con los que este sistema se intentaba reproducir y sostener, utilizando el lenguaje que este sistema también utilizaba. Sus escritos pueden, por ello, ser hoy una fuente de neurosis, masoquismo, autoritarismo...
Los escritos de Rafael, sin embargo, si son leídos con discernimiento y capacidad crítica, yendo más allá del lenguaje propio de la clase social a la que pertenecía y de la piedad sensiblera que conocía, transmiten, sin embargo, la autenticidad, la sencillez, la ternura de un verdadero contemplativo encerrado en un ambiente eclesial y una clase social que creen ser religiosos y espirituales sin serlo en absoluto.
Con estas precauciones, Rafael puede ser un referente para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, en pleno cambio cultural que conocemos la falsedad del mundo en el que vivió Rafael y deseamos la autenticidad que su experiencia espiritual le proporcionó.
Es hora de liberar a Rafael de la utilización piadosa y sensiblera de su figura, hora de que se realizara un verdaero estudio crítico y maduro de su figura, que nos revelara el sentido de denuncia de su vida y de su muerte y que pudiera separar la experiencia más auténtica de Rafael, del lenguaje sensiblero y neurótico, en ocasiones, que la recubre.