viernes, 11 de diciembre de 2009

Ataque a un monasterio cisterciense en la R. D. del Congo y asesinato de la Hna. Denis Kahambu.



La Guerra en la Republica democrática del Congo es una guerra olvidada por los medios de comunicación que está cobrándose numerosas vidas y cuyas causas parece ser están muy relacionadas con el Coltán y otras materias primas que son muy demandas por los intereses económicos occidentales.

Una de las últimas víctimas ha sido la Hermana Denise Kahambu, en un ataque al monasterio trapense (cisterciense de la estrecha observancia) al norte de Bukavu. Actualmente dos sacerdotes están secuestrados.

Aquí os dejo la crónica de este triste suceso. Y por supuesto, nuestra oración y nuestra denuncia a la comunidad internacional que no presta atención a este conflico


Después del asalto a la parroquia de Kabare, la noche del 5 al 6 de diciembre de 2009, en el que fue matado el Padre Daniel Cizimya, hoy en la tarde del 7 de diciembre ha tocado el turno al monasterio de las trapenses de Murhesa.

Cuando la Comunidad, a las 19,30 h., oyó gritos y disparos y se refugiaba en el dormitorio, la Madre Abadesa me llamó al momento por teléfono para darme el aviso. Puse al corriente sin tardar al arzobispo, Mons. Justin Nkunzi, encargado de la comisión arquidiocesana de Justicia y Paz, a los vecinos y a las unidades militares más próximas, por medio de las Hnas. Hijas de la Resurrección.

Según testigos del hecho, hospedados en el monasterio, la Hermana encargada de la acogida, que fue matada al momento, se dio cuenta de que detrás de ella iban tres hombres que no pertenecían al del grupo de los huéspedes. Tuvieron un encuentro en su despacho. Inmediatamente escapó corriendo al refectorio de la hospedería. Los asaltantes la alcanzaron y le preguntaron: ¿Dónde está el sacerdote? Le pidieron también que se les entregara el dinero.

Una de las huéspedes ha testimoniado que, cuando oyó los gritos de la Hermana y a un hombre armado que corría tras ella, se encerró en la habitación.

Los demás huéspedes han dicho que los asaltantes no tenían vehículo. Vieron a tres. Pedían dos cosas: que les indicaran dónde estaba el sacerdote y que les entregaran el dinero. A cuatro huéspedes les quitaron por la fuerza el teléfono.

Una señora de entre los huéspedes, que estaba limpiando los platos, oyó el ruido y salió afuera. El militar que acababa de matar a la Hermana le pidió el dinero. Cuando le dijo que no tenía nada, uno de los asaltantes le disparó a las piernas, pero la bala pasó a un lado. Era el segundo tiro disparado. La Hermana ya estaba muerta, cubierta en un baño de sangre. Cuando la señora comenzó a gritar con voz fuerte, el último de los asaltantes se fue.

Un tiempo antes, según los huéspedes y la Hermana de la tienda, apareció gente sospechosa hacia las 18 horas (ya puesto el sol) y no por la puerta principal sino por la trasera.

Minutos después del ataque a mano armada, la Madre Abadesa me llamó para decirme que la Hermana Denise estaba gravemente herida y si yo podía ir urgentemente para llevarla al hospital. El Padre François d´Asisse, director espiritual del teologado de San Pío X, fue con el chofer a buscar a dos militares a Mudaka (a 5 km. del seminario). Y fueron inmediatamente al Monasterio. Se encontraron en el trayecto con otros militares que venían de Bukava. Volvieron de inmediato para decirme que la Hermana ya había muerto. Entonces fuimos al Monasterio, yo mismo, Rector del Teologado, el P. Ecónomo, el Director espiritual, el chofer y algunos vigilantes del seminario. Llegamos al mismo tiempo que la policía nacional. Comenzaron a hacer las averiguaciones preliminares. La MONUC se presentó al momento. Hizo rápidamente su averiguación y se fue. No había nada que hacer.

Las verdaderas pruebas comenzaron con la llegada del Vicegobernador a los lugares, treinta minutos después.

El capellán, el P. Bernard Oberlin (monje trapense como las Hermanas) testimonia por su parte: Acababa de cerrar la puerta de la iglesia, por el lado exterior ( a las 19 horas), y fue a la hospedería, luego al taller para revisar el cuadro eléctrico antes de apagar el grupo electrógeno. En ese momento sintió un pitido anormal. Al advertir que el pitido cesaba, pensó que era la sirena del monasterio y volvió a dar la corriente. Fue a dar una vuelta al claustro por dentro para ver qué sucedía. Como todo quedaba claro y ninguna Hermana se hallaba en los locales visitados, comprendió que se trataba de un ataque (el cuarto desde la guerra del 96). Entonces, a su regreso a la capellanía, recibió una llamada telefónica de la Madre Abadesa diciéndole que fuera al dormitorio del claustro a protegerse junto con todas las Hermanas. (Hay otro dormitorio que tenía cerradas las puertas y las rejas.

Cerrado el dormitorio, las Hermanas estaban en el pasillo, sentadas en el suelo para evitar eventualmente algún balazo proveniente de la ventana de la celda. La Madre Abadesa y otras Hermanas me telefonearon al teologado apenas pudieron. La Madre Abadesa tuvo conocimiento de la muerte de la Hermana. Denise por la llamada telefónica de uno de los huéspedes, que estaba escondido. Hubo otros contactos telefónicos: con el Obispo y otras personas.

Durante todo este tiempo, las Hermanas rezaban el rosario y el “De profundis” por la Hermana difunta y por toda la Comunidad.

Hacia las 21, 30 h. fui con otros Hermanos a avisar a las Hermanas que ya podían salir del dormitorio.

La Nunciatura Apostólica de Kinshasa, el Secretario de la Conferencia episcopal nacional, el gobernador de la provincia de Sud-Kivu, el Ministro Katintima y el antiguo Procurador de la República, así como casi todas la comunidades diocesanas (sacerdotes, religiosos y religiosas) me llamaron por teléfono esta tarde para saber lo ocurrido.

El Vicegobernador me ha asegurado, al salir, que ellos proseguirían con la investigación y, con el Mayor de la Policía, han decidido dejar algunos policías.

He aquí cómo han sucedido las cosas.

Reciba, Excelencia, la expresión de mi profunda comunión con la Iglesia.

Dado en Murhesa (en el Monasterio), a 8 de diciembre de 2009, a la una menos diez de la noche.

P. Bunyakiri Mukengere Crispín.

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