lunes, 14 de diciembre de 2009

Orígenes monástico-benedictinos de la masonería, extracto de una conferencia de Ramón Martí, masón cristiano.







Mi exposición servirá para que entiendan, que Masonería y Cristianismo no constituyen un contrasentido, antes al contrario: la base de la masonería es precisamente el cristianismo, por mucho que una mayoría de masones, impregnados de una corriente liberal –absolutamente ajena a la masonería tradicional- se hayan esforzado y se esfuercen en demostrar lo contrario. No hay que entender tampoco que la Masonería Tradicional esté atacada de un conservadurismo trasnochado, ocurre simplemente, que la Masonería Tradicional se escapa y trasciende estos planteamientos simplistas de nuestra sociedad actual que tiende a etiquetarlo todo.

La primera cosa que debemos tener clara para entender lo que sigue, es que aquí y ahora, no podemos hablar de Masonería como si fuera algo monolítico, sino de varias masonerías. En su origen, la Masonería, si que fue una, pero a lo largo del tiempo y en la medida que el hombre se ha ido apartando de Dios, ha ido introduciendo nociones que le eran extrañas provocando su división. Podríamos decir, que en la medida que la masonería se ha ido secularizando, ésta se ha ido dividiendo hasta llegar a la maraña actual de pequeñas Obediencias masónicas, maraña que no ha parado ni parará de crecer y que constituye un problema en nuestro país y en la mayoría de países europeos, no sometidos a las prohibiciones que ha sufrido el nuestro y con tradición masónica extendida a lo largo de varios siglos.

Para mejor explicar la multiplicidad de distintas masonerías, me detendré a exponer ciertos retazos de las distintas tendencias del panorama masónico actual.

Podemos distinguir dos grandes grupos: el primero, está constituido por aquellas Obediencias (aclararé, que Obediencia es el conjunto de masones que configuran una determinada asociación en cada país), que exigen la creencia en Dios para poder pertenecer a ellas, y estipulan que los trabajos de las Logias sean presididos por un volumen de la Ley Sagrada. Inicialmente era la Biblia, pero con el tiempo han cedido a que sea el Talmud, el Corán, según se quiera, por separado o los tres Libros juntos; el segundo grupo, está formado por la masonería liberal que no tiene tal exigencia.

Dentro del primer grupo, tenemos lo que se autodenomina “masonería regular”, encabezada desde el año 1929 por la Gran Logia Unida de Inglaterra, en la que se alinean –cada una en su respectivo país- las distintas Obediencias con unos postulados teístas, es decir, que en teoría para pertenecer a ellas, es necesario que sus miembros crean en Dios. Antaño, ello suponía que sus miembros debían creer en un dios revelado, e inicialmente resultaba un tanto hermoso pues reunía en su seno tanto a cristianos, como a judíos y musulmanes en una suerte de “ecumenismo” que con el tiempo se ha tornado en sincretismo y a la práctica, por un proceso de degeneración, hace que hoy éstas Obediencias estén plagadas de agnósticos y descreídos, contentándose actualmente con ser un lugar donde prima lo social y las buenas maneras, habiendo sustituido en la práctica la trascendencia teísta por el ejercicio de la solidaridad social con tintes de beneficencia. Aún y así, insisten en representar a nivel mundial una “ortodoxia” que se traduce en un exclusivismo que hace que solo pueda existir una obediencia regular por país, constituyendo quizá dicha exclusividad, el único acicate de un cierto prestigio con aire “victoriano” un tanto caduco cada vez más contestado entre los masones. La masonería, autotitulada “regular”, no reconoce a ninguna otra Obediencia ni ninguna otra masonería que aquella que no esté alineada con ella. A nivel numérico representa la mayoría masónica en la mayor parte de países –incluido el nuestro- a excepción de Francia donde no es la obediencia más numerosa.

Dentro del grupo de Obediencias en las que se exige creer en Dios para poder pertenecer a ellas, y junto a las Obediencias autodenominadas “regulares” –a la derecha de ellas, sin que el apelativo deba entenderse en términos políticos- se encuentra la Obediencia que represento y me honro en presidir, denominada: Gran Priorato de Hispania, que exige a todos sus miembros no tan solo creer en Dios, sino más precisamente ser cristiano, es decir, agrupa aquellos que por el bautismo formamos el Cuerpo místico de Cristo, englobando, en nuestro país, a una mayoría católica romana, junto a ortodoxos, anglicanos, maronitas, cristianos todos en general, formando un auténtico ecumenismo, para nada manchado de sincretismo. Los trabajos de nuestras Logias y Capítulos están presididos, siempre y únicamente, por la Biblia -comprendiendo el Antiguo y el Nuevo Testamento- abierta por el Prólogo del Evangelio de san Juan. Es preciso decir, en nuestro caso, que hasta hace cinco años formamos parte de la Gran Logia de España, obediencia que en nuestro país representa a los “regulares” pero nos vimos obligados a marcharnos ante la difícil convivencia que hacía que nos miraran como “ultraortodoxos” dado el derrotero de descreimiento y sincretismo en que desde hace tiempo se halla inmersa la Gran Logia de España, derrotero por otra parte compartido por las Obediencias del resto de países alineadas dentro de la “regularidad”.

Sin salir del mismo grupo, pero situándose a la izquierda de los “regulares”, tenemos, de manera decreciente a nivel de exigencia en cuanto a la creencia en Dios, al resto de Obediencias, que hacen de dicha exigencia un corolario de matices con distintos tintes éticos y morales y diferentes niveles de excepticismo, que van aumentando en la medida que se apartan del Principio Único.

Frente a todos estos, tenemos el segundo grupo, compuesto por las Obediencias masónicas dichas “liberales”, encabezadas a nivel mundial por el Gran Oriente de Francia –mayoritario numéricamente en su país-, Obediencia, que desde 1877, decidió que sus Logias dejaran de trabajar a La Gloria del Gran Arquitecto del Universo, y renunciaron a que sus Tenidas (así se denominan las reuniones masónicas) fueran presididas por un Volumen de la Ley Sagrada, pudiendo disponer un libro con las páginas en blanco para que nadie se pelee. En este grupo se alinean los masones que son ateos, agnósticos o lo que les parezca, que por algo ellos son los más “liberales” y dejan la mayor libertad de conciencia a sus miembros, al menos en teoría, pues a la práctica el liberal a ultranza, lo es tanto que no acepta ningún tipo de creencia –salvo la no creencia-, y en mayor o menor medida se convierte en perseguidor de sus contrarios. Este grupo se caracteriza por una implicación directa de sus miembros en el mundo político y social, y sus Logias aficionadas al debate puro y duro Son los auténticos herederos de Garibaldi y todos los libertadores.

Podemos ver por nuestra exposición cual es el panorama masónico hoy por hoy, pero ¿siempre ha sido así? No, como antes decía, los orígenes de la Masonería son cristianos, y continuaron siéndolo a lo largo de toda su etapa “operativa” en que básicamente, ésta, se dedicó a la construcción de las catedrales y templos de cuyos vestigios Europa está tachonada, pero ya en la segunda etapa “especulativa” que va aproximadamente del siglo XVIII a nuestros días, en la que la Orden Masónica toma su actual forma, es cuando a través de sucesivas desviaciones y derivas la lleva al panorama poco alagueño anteriormente descrito.

Al parecer, no tan solo los orígenes de la masonería han sido cristianos, sino que la misma Iglesia, a través de la Orden de San Benito, le dará carta de naturaleza, si hacemos caso al estudio sobre el particular desarrollado por Eduardo R. Callaey, historiador, periodista y masón, nacido en Buenos Aires en 1958, estudio publicado en su libro “La Masonería y sus orígenes cristianos – Ordo Laicorum ab Monacorum Ordine”[1]. En su libro, Callaey, a partir del estudio de Walafrid Strabon, uno de los más notables exegetas benedictinos del medioevo, que lo remitió a las obras de otros dos exegetas, el primero, Rabano Mauro, abad de Fulda y arzobispo de Maguncia, y el segundo Beda, llamado el Venerable, famoso historiador del siglo VIII, elevado posteriormente a los altares y venerado como san Beda, ambos prominentes benedictinos, Callaey, descubre interesantes relaciones entre la orden benedictina y aquellos primeros masones operativos. El monje Beda, es autor de la obra denominada De Templo Salomonis Liber. La existencia de ésta obra es confirmada por uno de los documentos masónicos más antiguos de los que se conocen, el Manucrito Cooke[2], en el mismo, su anónimo autor menciona a Beda como una de las autoridades en las que basa su texto. La traducción de la obra de Beda del latín fue ardua, pero Callaey se dice compensado, al descubrir su carácter alegórico sobre la construcción del Templo de Salomón y su similitud con múltiples símbolos y conceptos aun vigentes en la doctrina masónica.

¿En qué criterio –se pregunta Callaey- debiéramos basar el vínculo entre los masones benedictinos y los masones operativos laicos? Un criterio historicista, susceptible a la comprobación de vínculos, relaciones y principios ya ha sido expuesto –afirma Callaey en su libro- Pero aun así, reconozco que sería incompleto, al ser la francmasonería una institución tradicional, conviene ampliar los criterios de análisis en términos de esa Tradición. (…) La vía conformada por los venerables Beda, Alcuino, Rabano Mauro y Walafrid Strabón ha sido señalada por historiadores, teólogos, filólogos y hebraístas, lo que demuestra su potencia y actividad. Esta corriente difundió en los vastos territorios del imperio carolingio las tradiciones y símbolos de los masones que actuaban bajo el impulso benedictino y que, luego, tuvieron su apogeo en la órdenes de Cluny y Hirsau. En segundo lugar, se han elegido un conjunto de ideas fundamentales que, originadas en la tradición de los monjes constructores, influyeron directamente en las asociaciones operativas laicas y, a través de estas últimas llegaron hasta la masonería moderna. Ellas son:
a) La tradición del Templo de Salomón,
b) El simbolismo del Templo,
c) la idea de una Gran Arquitecto del Universo,
d) El pensamiento simbólico-alegórico,
e) El trabajo interior –(lo que los masones denominamos desbastar
la Piedra Bruta)
f) El trabajo exterior: la construcción del Templo a la Virtud.

Termina concluyendo Callaey: No existe en occidente –fuera de la Orden Masónica y la Orden del Temple- otra institución que haya otorgado al Templo de Jerusalén el carácter alegórico que asume en la pluma de los maestros benedictinos [3]. Resulta paradójico comprobar en dicho libro la sorprendente similitud entre las alegorías del mundo monástico medieval y los elementos centrales del esoterismo masónico, abriendo un profundo interrogante sobre los orígenes cristianos de la Orden más combatida por los Pontífices romanos.

Al margen de la controversia, sobre la vigencia o no, de la excomunión que según la Iglesia de Roma pesa sobre los católicos que pertenezcan o quieran pertenecer a la Masonería, excomunión, que a nuestro juicio no tiene razón de ser, de acuerdo al actual Código de Derecho Canónico, aprobado por el Concilio Vaticano II, el estudio publicado en éste libro de Eduardo R. Callaey, viene a reafirmar y documentar las tesis que demuestran los orígenes cristianos de nuestra augusta Orden.

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