lunes, 19 de abril de 2010

La humildad en la espiritualidad benedictino-cisterciense: Un camino hacia la contemplación y el Amor.




La humildad es uno de los valores, o mejor, experiencias, que más importancia recibe por parte de san Benito, dedicándole un largo e importante capítulo de su Regla. San Benito elabora una escala de grados de humildad que el monje debe ir recorriendo, al principio de manera trabajosa, al final de modo espontáneo y libre.

Para San Benito la humildad es el único camino hacia el amor, por ello sólo el que alcanza el último grado de la humildad puede empezar a Amar de verdad:


Cuando el monje ha remontado todos estos grados de
humildad, llegará pronto a ese grado de amor a Dios que por perfecto
echa fuera todo temor, gracias al cual cuanto cumplía antes no sin recelo ahora comenzar a realizarlo sin esfuerzo, como instintivamente, como por costumbre, no va por temor al infierno sino por amor a Cristo. (RB 7, 67- 68)”.


San Bernardo dedicará su primer tratado doctrinal precisamente a este tema, es el conocido “Tratado de los grados de la humildad y la soberbia”. Con este documento intenta explicar porque la humildad es tan importante y expone su propia experiencia elaborando un mapa de los pasos que se deben recorrer para alcanzarla, así como la meta que se consigue con la humildad.

Dice Bernardo que “a la humildad se le llama camino que lleva a la verdad”. Es por lo tanto la humildad la experiencia más allá de conceptos o razonamientos de la realidad, la experiencia que nos une a la realidad, que nos “realiza” (hace reales).

Nos recuerda en este tratado que la experiencia de la verdad o de la realidad que es la humildad tiene tres grados que han de vivir de en un determinado orden para poder ir alcanzando los niveles más elevados. Dice que hemos de” buscar la verdad en nosotros, en el prójimo y en sí misma”. Sólo siguiendo este orden podremos alcanzar el fruto de la humildad que es la experiencia contemplativa.

Primero hemos de conocer la verdad en nosotros mismos, en este sentido la humildad “incita al hombre a menospreciarse ante la clara luz de su propio entendimiento”. No se trata de una visión que desprecia lo humano. No podemos separar la enseñanza de este tratado de la contenida en otros tratados de Bernardo, conocido es su humanismo y su frase “Que gran cosa es el hombre”. ¿A qué se refiere pues Bernardo? A ver nuestra verdadera naturaleza más allá del ego, del egoísmo, a no identificarnos con el ego y a experimentarnos más allá de él, como Hijos de Dios y no como dioses. Sólo así podemos amarnos verdaderamente más allá del narcisismo.


El siguiente paso es experimentar la verdad del prójimo, si hemos vivido la primera experiencia de verdad, entonces desarrollamos un sentimiento de compasión hacia nuestros hermanos, no juzgamos sus actos tan duramente pues sabemos que sufren la enfermedad egoica como nosotros y colaboramos con ellos para liberar su naturaleza de Hijos de Dios.

Sólo quien experimenta y ejerce la caridad con sus hermanos puede llegar a la contemplación, de ahí la importancia de la comunidad y de la caridad en la espiritualidad benedictino-cisterciense.


El último grado es contemplar la verdad en sí, experimentar la realidad, a Dios, es lo que llamamos la iluminación o experiencia mística, que Bernardo describe de modo poético:


Allí, en medio de un gran silencio que reina en el cielo por espacio de media hora, descansa dulcemente entre lso deseados abrazos y se duerme; pero su corazón vigila”.

Como dirá Bernardo en el “Tratado del Amor a Dios” la contempalción oiluminación no es la meta del camino, la meta es amar al hombre con esa gratuidad vivida en la experiencia contemplativa, amar al hombre desde Dios, comprometiéndonos en su Liberación y redención unidos a Cristo. La contempalción nos ha de llevar a al vida y en especial a los lugares donde la vida está más oprimida, más deformada, más explotada colaborando en liberarlos.


La Compasión, la caridad, es esencial en la espiritualidad cisterciense, sin ella no es posible alcanzar la contemplación y una vez saboreada ésta la compasión por Todo y todos es la meta final, dar la mano a otros dicen en el zen.


Por eso Thomas Merton, habiendo captado el centro de la experiencia cisterciense que es esa compasión por lo más pobre y sencillo, lo que llamamos pobreza fecunda escribirá:


La voz de Dios se oye en el Paraíso:
“Lo que era vil se ha vuelto precioso. Lo que ahora es precioso no fue nunca
vil… Lo que era cruel se ha vuelto misericordioso. Lo que ahora es misericordioso
no fue nunca cruel. Yo siempre he eclipsado a Jonás con Mi misericordia, y no
conozco en absoluto la crueldad. ¿Me has visto alguna vez, Jonás, hijo mío?
Misericordia sobre misericordia sobre misericordia. He perdonado al universo sin
medida, porque nunca he conocido el pecado.
Lo que era pobre se ha vuelto infinito. Lo que es infinito no fue nunca
pobre. Para mí la pobreza siempre ha sido algo infinito: no amo a los ricos…
Lo que era frágil se ha vuelto poderoso. Yo amé lo que era máximamente
quebradizo. Me preocupé de lo que no era nada. Toqué lo que carecía de sustancia
y, en el interior de lo que no era, yo soy.”

5 comentarios:

  1. Gracias José Antonio. El texto sintetiza mucho contenido y lo hace accesible. Sirve y ayuda. El final...inmejorable.
    Lo pongo en "Claustro" para bien de todos.
    Un abrazo en Cristo

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  2. Muchas gracias a ti, por supuesto es un honor que consideres que esta reflexión pueda ayudar a los heman@s, bendiciones.

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  3. Gracias, José Antonio, por poner este texto tan "grande" (decir que es hermoso es incompleto); por dar a conocer a "vividores de Dios" cistercienses de los de siempre y de los que todavía están con nosotros y conocemos de un modo u otro; gracias por tantas fotos de lugares compartidos y amados, y por tener la ocasión de conocer y "poner cara" a quienes comparten tu vida ahora.
    Doy gracias a Dios y a ti. Tu hermanica.

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  4. Gracias ti, Bernardo es verdaderamente un gran desconocido y pienso que la profundidad y sencillez de su doctrina puede ser un camino muy fecundo hoy para los buscadores de Dios.

    un abrazo.

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  5. Es Bernardo, y Guillermo de Saint-Thierry, y Merton... y más maestros y maestras, hombres y mujeres de buena voluntad por todo el mundo y épocas y en tantas religiones y formas de vida.
    ¿No es una verdadero privilegio y también "iluminación" (aunque no sé si vosotros usáis esta palabra con otro significado más específico) dejarse llenar por "homenajes al hombre", palabras que ayuden y construyan más y reparen un corazón herido como “Lo que ahora es precioso no fue nunca vil. (...) Yo siempre he eclipsado a Jonás con Mi misericordia (...) Lo que es infinito no fue nunca pobre. Para mí la pobreza siempre ha sido algo infinito.(...) Toqué lo que carecía de sustancia y, en el interior de lo que no era, yo soy.”? Gracias.

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