viernes, 2 de abril de 2010

“¿Qué va a pasar con los monasterios dentro de poco? ¿Habrá que cerrarlos o se extinguirán por sí mismos?”.








Voy a tratar de ser claro en la medida de mi propia experiencia y de mi saber, y no voy a hacer de profeta de calamidades, sino de profeta de esperanza.


Los años 60, los del pre y postconcilio Vaticano II, fueron años de grandes convulsiones en Europa –que de una forma u otra han durado hasta la caída del muro de Berlín, la clarificación del fiasco del comunismo y la puesta en marcha de una aún precaria Unión Europea-. Poca gente de sociedad y de Iglesia era clarividente en los 60 para prever el futuro que se nos ha venido encima y el cambio tan rápido, profundo y universal que han sufrido todas las estancias sociales, cambio que ha repercutido notablemente en la concepción de lo religioso, la familia, los valores “tradicionales”, la educación y la gestación de la idea del mundo como “aldea global” (y ello en medio de un vertiginoso descenso de la natalidad en Europa y de una continua presión de inmigrantes de África y Asia).



Tras los años 60 se produce una gran crisis en la vida religiosa y monástica en Europa, caracterizado por grandes abandonos y escasos ingresos, lo cual se observa hoy día claramente en el índice de edad media de las comunidades, tendentes al envejecimiento. Los monasterios ya no son lugar de refugio ni de promoción humana, como sucede siempre tras una gran crisis social (en España en la posguerra civil y en Europa y USA tras la II Guerra Mundial, por ejemplo). En Europa (y más concretamente en España, y particularmente en el caso de las monjas) existen demasiados monasterios, y muchos de ellos –aunque artística y arquitectónicamente admirables- poco confortables para una vida con las nuevas comodidades que ofrece la sociedad a la clase media, habitados por comunidades “mayores” y, en bastantes casos, poco receptivas ya prácticamente incapaces de recibir nuevas vocaciones.




La juventud actual sufre un retraso (provocado por los sistemas educativos y las condiciones económicas y laborales) en su decisión de elegir una vocación, y los valores culturales en que se ve envuelta favorecen más la “actividad social” como medio de realización que el cultivo de los valores que propiciarían una dimensión contemplativa de la persona. Por otra parte, muchas personas de entre 25 y 30 años encuentran a las comunidades monásticas actuales muy “ancladas” en estructuras del pasado, resultándoles difícil encontrar entre los monjes auténticos guías espirituales, y, en la vida diaria de la comunidad, la liberación de ciertas preocupaciones y trabajos que favoreciera una mayor dedicación a la formación en la vida y disciplina contemplativas.


Finalmente, en los últimos años, debido a las causas señaladas, el mayor conocimiento en muchos sectores seculares de métodos de oración y meditación, de experiencias contemplativas entre laicos, de reuniones, seminarios, retiros, etc., tendentes a descubrir la vía contemplativa en medio de la actividad secular, ha contribuido a que, por una parte las vocaciones que llaman a las puertas de los monasterios sean más exigentes en el itinerario contemplativo –dentro de las incongruencias de muchos jóvenes- y, por otra, que sólo los monasterios y comunidades que son capaces de entrar en diálogo y saber formar a estas personas tienen garantizada su perseverancia y desarrollo contemplativo.


Y dentro de este ‘finalmente’ del párrafo anterior, unas líneas nada más para apuntar que hay un renacer de nuevas comunidades contemplativas con formas y costumbres que aunque inspiradas en los usos benedictinos y cartujanos, carecen, por el momento, de los montajes de las grandes abadías, lo cual les permite una vida contemplativa más fluida y desahogada (y mucho más atractiva para los jóvenes de hoy…).


En fin, la vida monástica tiene ante sí muchos retos. No es el más importante, ni el que debe polarizar sus esfuerzos, la supervivencia de muchas comunidades (que en los próximos años ciertamente desaparecerán… y de hecho ya están desapareciendo); más bien el reto es que las comunidades monásticas se hagan cada vez más contemplativas en consonancia con lo que fue y será siempre el origen del monacato: la fidelidad al Evangelio y la exclusividad en cultivo de la interioridad. Sé que muchas comunidades están empeñadas en esta tarea, a pesar de variadas dificultades, y sé que Vds. podrán encontrar en ellas el reflejo vivo de lo que en realidad son, al margen de lo que hagan (que a veces es lo que más se ve…).



No sé si he dicho lo que Vds. deseaban oir. Pero muchos monjes y monjas de los monasterios de hoy, en su vida sencilla, oculta, comprometida, siguen cantando en sus himnos del oficio de vísperas esta estrofa maravillosa, que define muy bien lo que es un contemplativo:



Dichoso el fascinado por tu rostro, Señor Jesús,
y cuyo amor en todo vio la huella de tu imagen.
Dichoso el despojado por presencia: Tú le invadiste,
asido a Ti te deja ver su vida en transparencia.
Viviente icono de tu misterio en el camino:
dichoso aquel, Señor Jesús, que pasa
en tus manos contigo al Padre




Francisco Rafael de Pascual, ocso,
Abadía Cisterciense de Sta. Mª de Viaceli,

3 comentarios:

  1. Todo lo que nos ha expuesto es cierto.Nosotras las dominicas de clausura hemos cerrado muchos monasterios, monjas con edad inferior a 60 años en todo España hay rededor de 120, el panorama para futuras vocaciones no es el más idoneo cuando la vida monástica se ha tenido que acomodar a las necesidades de las monjas por enfermedad. No obstante, aunque el panorama no es muy alentador humanamente, hemos de mantener la esperanza que dentro de 10-15 años, el panorama cambiará, seremos muchas menos pero no de edades tan avanzadas y será posible un rebrote en nuestras sociedades de regresar a las sanas costumbres, a tener una fe comprometida que nos lleve a crear sociedades más cristianas de las que ahora tenemos donde el laicismo pretende taparnos la boca y de cierto a los más débiles se las ha tapado.
    Estoy convencida y por ello lucho desde mis artículos y en el libro que estoy intentando terminar de escribir, que la vida monástina, nunca desaparecerá, podrán herirnos, pero no de muerte, antes tendrían que matarnos y es de saber, que los mártires originan más vocaciones, más hombres y mujeres que descubren el amor misericordioso de Dios Padre.
    Oremos y seamos nosotros fieles, que nosotros somos vocaciones.
    Reciba con ternura mi abrazo fraterno.
    FELICES PASCUAS.
    Sor.Cecilia Codina Masachs O.P

    ResponderEliminar
  2. Así es. Quizás lo que está en crisis es un modo exterior de vivir el monaquismo, que en cierto sentido está asistiendo a una "vuelta a lo interior". Pareciera que lo monástico forma parte de la estructura de la conciencia humana, es un modo de acceso a lo sagrado en cierta manera inscripto en nosotros.
    La oración final representa creo una síntesis muy hermosa del sentimiento de lo monástico o de lo que nos lleva hacia esa vida: "Dichoso el fascinado por tu rostro, Señor Jesús,
    y cuyo amor en todo vio la huella de tu imagen."
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Un abrazo a ambos, valoro mucha vuestras opiniones y aportaciones por el conocimiento que tenéis de lo monástico y por ser vosotros mismos expresión y manifestación de esa vocación monástica hoy.

    Felices Pascuas. ¡Cristo ha Resucitado!.

    ResponderEliminar