viernes, 12 de febrero de 2010

Monjes en el corazón del mundo, por Miquel Calsina.




La Fraternidad de San Pablo es hoy, en definitiva, una experiencia que intenta insertar y vivir los ideales del monaquismo original en un contexto original de frontera, una comunidad católica de inspiración monástica cuyos miembros viven una presencia cristiana de “vecindad evangélica” en zonas urbanas o barrios en los que el encuentro entre nativos y extranjeros, entre personas excluidas y otras con mejor suerte, entre culturas de procedencia diversa, o entre religiones dispares -especialmente entre cristianos y musulmanes- es hoy una realidad abierta. Siguiendo la línea del movimiento de renovación monástica manifestada en las doce columnas del nuevo monaquismo expresadas en Durham en el año 2004, sus miembros apuestan por una opción de vida monástica hecha realidad y encarnada en los barrios pobres de las grandes ciudades, en comunión con sus obispos y formando parte de sus diócesis.


En la Declaración escrita el 2 de noviembre de 2001 del cardenal arzobispo de Marsella, Mon. Panafieu, fue reconocida como “comunidad católica que trabaja en estrecha colaboración con él y bajo su responsabilidad”.

Su estilo de vida se concreta en lo que ellos denominan los siete pilares:


1. celibato;


2. oración común tres veces al día (“es esencial -dice Henry- porque es la que ritma nuestra jornada”);


3. vida en ciudad o en barrios y zonas urbanas periféricas; 4. trabajo a tiempo parcial (media jornada);



5. hospitalidad;


6. convivencia fraternal y atención a los vecinos, y


7. participación en la comunidad parroquial local.

Son las siete de la tarde. Comenzamos la oración de vísperas en el espacio del piso habilitado como oratorio. Hace poco menos de veinte minutos, este lugar y la adjunta sala de estar-comedor estaban ocupados por numerosos niños y niñas de la cité Saint Paul, que dos o tres tardes por semana vienen para recibir clases de apoyo escolar por parte de Henry, Karim, Gautier, Jean Paul y algunos voluntarios amigos de la Fraternidad. “Este servicio no nos lo propusimos desde el comienzo -dice Karim-, fueron los propios vecinos quienes nos lo pidieron… Fue fruto de la proximidad y las relaciones normales entre vecinos”. Después de las vísperas, empezamos a cenar. Llaman a la puerta… Un vecino de ocho o nueve años del piso de arriba nos trae un cuenco con la especialidad argelina que cenará él con su familia, y que su madre ha tenido el detalle de prepararnos. La frugalidad de la cena monástica quedará, por un día, en segundo plano. Después de la cena, hacia las diez, nos retiraremos cada uno a su habitación. A la mañana siguiente, a las seis, los cantos y la recitación de los salmos de laudes acompañarán rítmicamente los ruidos de cualquier barrio que despierta. La hora larga de lectio individual dará paso al desayuno rápido que precede a una jornada laboral concentrada en la mañana. Henry y Karim irán al instituto en el que imparten clase; Gautier, a la entidad estatal de protección de la infancia donde ejerce de abogado, y Jean Paul, recién llegado de Bélgica, seguirá buscando trabajo. Al mediodía regresarán a casa para la oración y la comida. Por la tarde… los encontraréis a los cuatro en la cité Saint Paul, en el discreto monasterio HLM de la travesía de La Palud, número 40, edificio B1, apartamento 28.

Experiencias como la de la Fraternidad de San Pablo de Marsella ponen de manifiesto, en definitiva, la irrupción de nuevas formas monásticas como consecuencia de las profundas transformaciones de las sociedades occidentales actuales, entre las cuales destacan la preeminencia del mundo urbano, la secularización, la aparición masiva de nuevas comunidades étnicas, culturales y religiosas que plantean nuevos retos a los que también tiene que poder dar respuesta el nuevo monaquismo desde lo más esencial que representa la Iglesia. Uno se pregunta si en Cataluña, en Barcelona, no sería necesario también, hoy, una presencia monástica de rostro nuevo.

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