miércoles, 21 de abril de 2010

El amor iluminado como camino hacia la plenitud humana.



Para la antropología cisterciense el amor no es un mero sentimiento, es un modo de conocer que transforma al conocedor en lo conocido; por el amor se descubre el conocedor como relación inseparable con lo conocido sin fusionarse ni separarse de él. No es que descubra que está en relación sino que descubre que ES Relación (eso es lo que significa ser persona: ser relación). El Amor nos hace ver que el Tú y el Yo son como los dos polos de una única realidad sin dejar de ser lo que son.


Para San Bernardo el núcleo de lo humano no es la razón abstracta ni el sentimiento, es la Voluntad, entendida no como mera capacidad de elegir, sino como “inteligencia sentiente” (Zubiri), como inteligencia que une e integra la razón y los sentimientos conociendo la realidad en un solo acto de intelección que verdaderamente transforma, deja una huella (afectus es el término empleado por los cisterciense para hablar de este tipo de conocimiento o amor que impresiona el “alma” y la transforma).


El camino espiritual supone ir ordenando los “afectus”, es decir, ir creciendo en el amor, haciendo que su objeto y su modo de unirse a él sea cada vez más amplio hasta abarcar toda la realidad. El hombre no puede limitarse a un amor meramente humano porque es Capax Dei (San Agustin), imagen y semejanza de Dios, llamado a amar con el amor infinito de Dios desde su finitud. Por eso, se preguntará San Bernardo: ¿Cuál es la medida del amor (humano)? Y se responderá: Amar sin medida.

Bernardo elaborará un mapa de los grados del amor que debemos ir recorriendo hasta alcanzar la plenitud del amor que es la plenitud humana, lo que llaman el amor iluminado, un amor en el que la razón y el sentimiento se transcienden y a la vez se unifican e integran, uniéndose el hombre a toda la realidad: Dios, el Hombre y el Cosmos.

El primer grado del amor para Bernardo es al amor al hombre como hombre, es el amor primero que debemos tener para poder recorrer el camino espiritual, si no nos amamos a nosotros mismos no podremos amar a los demás, ni a Dios. Este amor nos humaniza, nos hace crecer como personas y nos debería llevar al amor social, el amor a los demás, aunque a veces se encierra en sí mismo y nos lleva al narcisismo y al pecado. Sin embargo, es un amor que no nos satisface plenamente, necesitamos seguir creciendo en nuestro amor y por ello, nos abrimos a la realidad Transcendente, a Dios, para encontrar sentido en nuestra vida.

El segundo grado del amor es el amor a Dios porque lo necesitamos, es un amor a Dios inmaduro, poco gratuito, buscamos que nos solucione la vida y satisfaga nuestras necesidades, es un amor a Dios todavía egoísta, pero necesario para ir creciendo a formas mayores; hemos de pasar por este amor muy sentimental y ciertamente algo narcisista, a veces fundamentalista. Para Bernardo es un amor de mercenario, buscamos una recompensa.

El tercer grado del amor es el Amor a Dios por él mismo, el amor gratuito, el amor de Hijo. Es el momento de las experiencias de iluminación, de olvido de nosotros en Dios. Sin embargo para Bernardo no es el último grado, pues el hijo todavía espera una cierta herencia en el fondo de sí (la experiencia espiritual). Puede generar un narcisismo espiritual.

El cuarto y último grado del amor es el amor al hombre desde Dios, volvemos nuestros ojos hacia el mundo y los hombres y los vemos con los ojos de Dios, ojos amorosos, redentores y liberadores. Es amor de esposa que colabora con el esposo en redimir y liberar el mundo. Se libera incluso del deseo de experiencias espirituales, lo importante es cumplir la Voluntad del Padre unido a Cristo sin dejar de ser lo que somos. Nunca se alcanza en plenitud y, de hecho, nunca podemos estar seguros de estar en este nivel, pues es un nivel que se escapa a todo control humano, actúa más allá de nosotros, nosotros sólo podemos hacer lo que nos toca hacer y ser lo que somos, pobres de Cristo; sin embargo, desde este lugar somos bendición sin saberlo para el mundo por pura Gracia de Dios. La plenitud del amor nos hace totalmente pobres y totalmente plenos, lo divino y lo humano se unifican sin fusionarse ni separarse, cuanto más humanos más divinos y cuanto más divinos más humanos.

2 comentarios:

  1. A veces los afectos nos pierden :)
    Un abrazo. Pablo.

    http://41grados.blogspot.com

    ResponderEliminar
  2. Pues sí, Pablo, por ello dicen los padres y madres cistercienses que hay que ordenarlos, integrarlos y transcenderlos.

    un abrazo.

    ResponderEliminar