viernes, 23 de abril de 2010

El misterio de la Piedra Cisterciense



El patrimonio de la mística cisterciense no sólo está compuesto por los documentos fundacionales históricos o jurídicos, ni por los tratados de mística de lso Padres y Madres de la orden, sino también de un modo muy destacado por el arte cisterciense, en especial, por la arquitectura cisterciense de los monasterios.


La arquitectura cisterciense posee un simbolismo que expresa la experiencia mística cisterciense y quiere servir de pedagogía para llevar a esa experiencia. En este simbolismo arquitectónico el cuadrado es fundamental. El monasterio está construido en torno al cuadrado del claustro y los elementos fundamentales de construcción son las piedras rectangulares, piedras desnudas, unidas unas a otras.

Para la antropología cisterciense el hombre posee cuatro dimensiones: el corpus, el anima (aspecto emocional) el animus (racional) y el spiritus (dimensión más allá de la razón , dimensión existencial y relacional o personal). El hombre perfecto es el homo quadratus, el hombre que ha unificado todas sus dimensiones, toda su naturaleza.


En la situación actual el hombre vive en el “país de la desemejanza”, ha perdido su unidad interna, hasta su spiritus o corazón está dañado, está herido en lo más profundo, a nivel existencial y relacional, se ha convertido en un “alma curva” (encerrado en sí mismo, en pecado, egocentrado). Debe “rectificarse”, el alma debe hacerse recta. El símbolo del alma recta es la piedra rectangular con la que se construyen los monasterios, piedra desnuda, sin adornos (necesidad de despojarse de los vicios, de la ascesis) y piedra, que una vez está hecha recta (rectificada), puede unirse a otros para construir el Templo, la comunidad. Para los cistercienses un símbolo de la conversión es la palabra edificación. El claustro cuadrado es el lugar donde el monje va unificando todo su ser al recorrer los cuatro lados correspondientes a las cuatro dimensiones del ser humano: el lado del refectorio o comedor corresponde a la dimensión corporal, el lado del capítulo (sala de reuniones y donde le abad ejerce su magisterio) es la dimensión racional, el lado de la iglesia (dimensión espiritual) y el lado de ala puerta al exterior (dimensión relacional). Día día recorre todas estas estancias y a lo largo de toda su vida, hasta ir unificando su ser.


Ahora bien, el “alma curva” no puede salir por sí misma de su estado, necesita de Otro, de la gracia, del Misterio, de Cristo que la saque de su desgraciada situación. Cristo es la Piedra Cuadrada, la piedra angular de todo el edificio. Para los cistercienses Cristo es el Mysterium Quadratus y es el origen, el camino y el destino de todo el viaje espiritual. Es un camino cristocéntrico, o como dice San Elredo : vamos “ per Christum ad Christum”. Cristo se ha hecho uno de nosotros para entrar en relación con nosotros y que nosotros pudiésemos entrar en relación con él y salir de nuestro estado de cerramiento y desemejanza, recuperando nuestro verdadero “rosto”, nuestra imagen y semejanza de Dios.


La mística cisterciense es una mística relacional por excelencia, Cristo es el Verbo Abbreviatus, el Verbo abreviado, el Verbo que se acerca a (entra en relación con) nosotros para que nosotros podamos amarle y así acercarnos a Dios. La Palabra (la Relación) es por lo tanto el camino fundamental, Verbo, Palabra entendida como Relación personal con Dios, expresada en la meditación y rumia de la Palabra y del misterio y los misterios de la vida de Cristo, resumidos en , por supuesto, cuatro: su encarnación, pasión, resurrección y ascensión.


Este camino de rumia amorosa de la Palabra es un camino en el que vamos evolucionando y creciendo en el conocimiento y el amor de Cristo, comenzamos con un amor carnal (interpretación literal propia del hombre carnal) pasamos a una interpretación alegórica (propia del hombre racional) y culminamos en una interpretación tropológica o moral (propia del hombre espiritual que ha hecho vida la Palabra, la aplica y la vive en el día a día).

Toda la vida del monje es una rumia de la palabra: en la liturgia, en la lectio, en la oración jaculatoria del trabajo, en el oración silenciosa. El monje es un oyente, que practica por excelencia la escucha, la obediencia (ob audire- escuchar), el monasterio es un “auditorio” del Espíritu.. Por eso, el modelo de todo monje es María, que rumiaba todas las cosas en su corazón. María es fundamental en la mística cisterciense, el monje debe desarrollar su dimensión “femenina”, amorosa y acogedora, dulcificarse para acoger al Verbo, ser madre de Cristo, todo el monasterio es Madre de Cristo, por ello todo monasterio cisterciense está dedicado a María. La experiencia cisterciense culmina siempre en el desarrollo de la fraternidad, de la empatía y compasión por los demás hasta llegar a la amistad espiritual con los demás. Un monasterio cisterciense debe tener una dimensión de reunión de amigos espirituales que juntos caminan hacia Cristo.


La vía de acceso al Misterio, a Dios, es por lo tanto la vía del amor (un monasterio cisterciense es una escuela de la Caridad), amor que es un tipo de conciencia y de conocimiento directo de la Realidad, del Otro, de Dios, más allá de los conceptos y que nos transforma en lo conocido, sin dejar de ser quienes somos. Por eso, el modelo del amor no es el conocimiento racional (siempre dual) sino los sentidos corporales que son modos de aprehender la realidad de modo directo, por eso, los cisterciense al hablar de diversas experiencia del amor hablan de los sentidos ”espirituales” (el olfato, el tacto, la vista, el oído espiritual) siendo el sentido más importante y el que agrupa a todos los demás el gusto espiritual, el saborear a Dios, es un signo de la sabiduría (sapere-gustar) que nos habita cuando el amor alcanza su madurez. El amor es el “sentido” espiritual por el que percibimos la realidad por excelencia: Dios.

El monje que ha alcanzado el gusto de Dios, que saborea la dulzura del Amado ha alcanzado el sentido anagógico de la Escritura, su sentido escatológico, la realidad celestial, sin salir de este mundo, vive las realidades últimas en la realidad concreta, por eso todo monasterio cisterciense es un “saboreo anticipado” (siempre limitado) de la Vida Eterna, pero vivido en la vida cotidiana y corriente, todo monasterio es un símbolo de la Jerusalén Celeste, ciudad cuadrada (perfecta), nuestra verdadera patria que anhela nuestro herido corazón.

4 comentarios:

  1. Querido José Antonio<.

    <me ha gustado mucho este texto, y hay frases que delimitan, aclaran y ponen palabra a experiencias personales, es como si las palabras diesen luz y mostrasen la coherencia perfecta:
    - "el monasterio es un “auditorio” del Espíritu."
    - entender que "todo el monasterio es Madre de Cristo", lo dicho unifica dos realidades que yo no asociaba tanto y tan bien: "la devoción tan cisterciense a María" y el espíritu que ha de tener toda comunidad cisterciense, el de María, con esa calidad e identidad de escucha.
    - y de los sentidos espirituales: "los cisterciense al hablar de diversas experiencia del amor hablan de los sentidos ”espirituales” (el olfato, el tacto, la vista, el oído espiritual)." Yo sabía del del gusto, pero no cómo son los demás, a ver si nos los explicas otro día, ¿eh?

    Muchas gracias, José Antonio, y a ver si a la tercera va la vencida, pues ya dos veces no me ha cogido el comentario, esta tarde y hace unos días. Un gran abrazo.

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  2. Pues ya ves que ahora, de repente, han salido los dos, ya ves, con identidades distintas. Si quieres y puedes, eliminas el primero pues no hace falta. Gracias y recuerdos siempre.

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  3. Me alegro que tu experiencia confirme las intuiciones de los Padres cistercienses, gracias a ti, no sé cómo borrar el comentario, intentaré ver cómo lo puedo hacer,
    un abrazo.

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