Un lugar para conocer la mística cisterciense en sus más variadas manifestaciones (las tradicionales: monásticas, caballerescas-Temple y otras órdenes de caballería- y las más actuales: laicales y el zen cristiano) abierto a tod@s los que sienten interes por ella o desean encarnar en sus vidas este carisma tan plural.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Aspectos sociales del carisma cisterciense



El carisma cisterciense es una manera determinada de vivir el Evangelio, no puede entenderse al margen ni por encima del mismo. Y, por ello, al igual que ha pasado con el mensaje cristiano se ha visto reducido en muchas ocasiones a una “espiritualidad” individualista (centrada en la transformación del individuo), privatizada (al margen de lo social), intimista (centrada en los aspectos internos del ser humano y sin referencia a su dimensión estructural) y espiritualizada (opuesta a la corporalidad y la dimensión encarnada de lo humano).



Si lo central del mensaje cristiano es la construcción del Reino (una nueva manera de vivir que implica una transformación integral de la persona y de la sociedad en orden a construir un mundo más fraterno, igualitario, libre y profundo), el carisma cisterciense es un modo de concretar esa construcción del Reino en la historia.




El monacato quiere vivir lo ideales de la Iglesia de los orígenes (la iglesia de los pobres, de los que hacen una opción en contra de poner el centro en el dinero, el prestigio o el poder) en el contexto de una sociedad que dice ser ya cristiana y de una Iglesia que tiende al eclesiocentrismo y la teocracia. Este monacato de los orígenes y esta iglesia de los pobres son la referencia del monacato cisterciense, que buscan vivir esos ideales en la sociedad feudal del siglo XII.




Esencial al carisma es por lo tanto este deseo de mantenerse fieles a la Iglesia de los pobres y a la Iglesia primitiva.



Los cistercienses, como los monjes en general, creerán que el monacato es heredero de la Iglesia primera, la Iglesia de Jerusalén, descrita por los Hechos de los Apóstoles, en la que todo era común, frente a la Iglesia institucional que se habría mundanizado buscando el poder, el dinero o el prestigio, valores mundanos o del sistema dominante. La plasmación de esos ideales primeros, olvidados por la Iglesia institucional en demasiadas ocasiones, será la reivindicación de la Iglesia de los pobres (los cistercienses se van a llamar a sí mismos pobres de Cristo) como garantía de libertad y autenticidad para la iglesia.



Esencial al carisma es, por lo tanto, también este deseo de fidelidad a la iglesia de los pobres (la Iglesia que no busca el poder sino ser auténtica y vivir de un modo diferente y más fraterno) frente a las tendencias burocratizadoras de la Institución. El deseo de reforma en la Iglesia es algo propio del carisma cisterciense y no algo simplemente circunstancial a la época.



Císter es un proyecto de Iglesia diferente a la iglesia integrada en el sistema feudal, que busca la libertad de la Iglesia, pidiendo que se abandonen los compromisos con las clases nobles feudales que terminaban haciendo a la Iglesia colaboradora de un sistema injusto y poco evangélico.



El modelo eclesial para los cistercienses es muy colegial, es decir, más democrático y quiere dar mucha importancia a los obispos, más que a la burocracia central del papado. Se busca una organización unida pero más colegial, al estilo de la orden cisterciense, gobernada por una asamblea y no por un individuo como en Cluny.




Esencial al carisma es la idea de que la Iglesia no debe buscar el poder, o la riqueza como base de su libertad, sino salirse del sistema y fomentar modos de estar en el mundo diferentes al estilo feudal (el monacato cisterciense es un modo de estos alternativos). Se reconoce la autoridad moral de la espiritualidad cristiana, de la Iglesia, del papado, pero para ello, la Iglesia debe permanecer desvinculada de la alianza con el poder, en caso contrario, su autoridad se pierde.




Se apoya un poder laico autónomo, no sometido a la Iglesia, pero sometido a la ética y a la espiritualidad para que sea un poder verdaderamente humanizador y, por lo tanto, legítimo. El dinero, la erudición, la técnica, el poder… no son la meta de la sociedad y de la cultura, la meta es el Amor (fraternidad) y la justicia social. Sólo así el poder laico cumple su misión, pero para que el poder acepte sus límites, no debe la Iglesia dominarlo al estilo de una teocracia, pues entonces ella misma se convierte en un poder opresivo.




El poder social debe ser laico y espiritual o ético, desde la autonomía respecto de la Iglesia. Se deben buscar modos de autocontrol del poder laico y no de control del mismo desde la Iglesia. La Iglesia sólo tendrá autoridad moral si se pone del lado de los pobres, de su defensa, de la justicia y se hace más contemplativa, que no quiere decir, más pasiva sino menos eclesiocéntrica y más reinocéntrica.



Es frecuente que en las exposiciones del carisma cisterciense se olviden estos aspectos esenciales al carisma y que lo hacen tan actual y tan cercano, a la vez, a los ideales evangélicos.




No es casual este olvido, evidentemente, en el carisma cisterciense a hay una crítica implícita a muchas de las opciones que la Iglesia y al sociedad hicieron y hacen, por ello, resulta para muchos unos aspectos que les denuncian determinadas actitudes y estilos actuales.



Recurperar estos aspectos es esencial si queremos revitalizar el carisma hoy, sin ellos, el carisma seguirá viviendo a medias y sin desarrollarse en toda su plenitud.

domingo, 24 de abril de 2011

Feliz Pascua 2011

Homilia Vigilia Pascual en Santa María de Huerta, monasterio cisterciense en Soria.



En esta noche santa, donde parece no tenemos prisa, celebramos una fiesta muy especial, un acontecimiento que da sentido a nuestro pasado y nos abre las puertas de un futuro nuevo. En las fiestas familiares, donde se reúnen todos los hermanos, los padres, los hijos, los abuelos, a veces se saca el álbum de fotos para recordar otros tiempos, el paso de nuestras vidas. Miramos las fotos y vamos contemplando los distintos momentos de nuestra existencia desde que nacimos. En el álbum aparecen nuestros padres, recordándonos cómo vinimos al mundo partiendo de una relación de amor, y si eso no se dio, al menos nos queda la seguridad de que el autor de la Vida nos miró con amor al ser concebidos y nos dio su misma imagen. En otras fotos puede que aparezcamos solos, pero normalmente nos encontramos con otros seres queridos, viendo que nuestra vida se puede explicar toda ella como una historia de amor más o menos afortunada, una vida de relación que nos recuerda que no vamos solos por el mundo.







Algo parecido ha sucedido en el tiempo transcurrido en esta vigilia. Como si de un álbum de fotos se tratase, hemos ido repasando en nueve lecturas bíblicas nuestra historia, desde nuestra “concepción” en la mente de Dios y nuestro nacimiento como seres humanos. Ese álbum de fotos que es la historia de nuestra salvación, se nos ha ido presentando también como una relación de amor entre Dios y nosotros, nosotros en plural, como pueblo o comunidad, hermanos, hijos de un mismo Padre, descolgándose los solitarios.




Comienza el álbum con el libro del Génesis, que relata la obra creadora de un amor in crescendo. Dios sobreabundó de amor dentro de sí de tal forma que, de alguna manera, “desbordó” hacia fuera en una creación llamada a vivir unida a su Creador con los lazos del amor de su propio ser. Cada cosa refleja el amor de Dios y a Dios mismo siendo aquello que ha sido llamado a ser por el que dijo al finalizar su obra: “Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno”. Obra que concluyó con el ser humano, imagen divina, capaz de conocer y amar a Dios para poder entrar en una relación de amor participando del mismo Espíritu. Obra ante la cual nosotros también tenemos que decir: y todo ser humano es muy bueno en sí mismo, digno de ser amado más allá de sus obras.




El amor que nos concibió obtiene una respuesta probada en Abrahán, nuestro padre en la fe, que supo supeditar todo amor –aún el de su propio hijo- al amor de Dios, confiando en Él hasta un límite sin límites.




Amor que lleva a Dios a mirar con entrañas de misericordia a su pueblo, sacándole de la esclavitud de Egipto.




Amor que lleva a pedir una alianza en libertad, alianza esponsal como nos presenta el profeta Isaías. Una libertad que hace experimentar el dolor de la infidelidad y la generosidad del perdón, dando lugar a una nueva alianza no sólo libre, sino libre y humilde, conocedora de la propia debilidad y de la infinita gratuidad con que se es redimido.



Es entonces cuando recibimos el corazón nuevo que profetizó Ezequiel, un corazón que ya no es de piedra –centrado en sí mismo- sino un corazón de carne, de la carne de misericordia de Dios que se abajó por una locura de amor haciéndose carne como nosotros para divinizarnos, devolviéndonos a nuestra primera casa, el corazón mismo de Dios. Más todavía, quiso bajar a nuestros mismos infiernos, como decimos en el Credo, a ese estado donde la muerte reina de múltiples formas. Bajó primero al infierno del dolor, la injusticia, el desprecio, la desnudez; ese infierno que padecen tantos hermanos nuestros en nuestro mundo y que nosotros quizá hayamos experimentado alguna vez. Pero bajó también al infierno definitivo, al infierno existencial donde se toma la decisión entre la vida y la muerte, abriéndonos las puertas para que nosotros elijamos salir o no, vivir desde Dios o vivir desde nosotros mismos.




Por ello no nos extraña ver en el álbum también momentos de luto. El luto que trae la muerte física, afectiva, moral o espiritual. Y según vamos avanzando en años más fotos de éstas acumulamos, presintiendo que nos acercamos a la primera fila. La muerte cierra el libro de la vida. Pero, ¿y si no existe la muerte?



Este es el mensaje principal de esta noche. La muerte no existe. El Señor ha vencido a la muerte. A todo tipo de muerte. Afirmar eso es vivir en la esperanza y creer en el amor que nos ha concebido. Negar eso es haber dado muerte a la esperanza y no creer en el amor que nos trajo a la vida.




¿Y por qué hemos de creer? Unas personas sencillas de Galilea nos lo contaron. Ya. ¿Y por qué habríamos de creerles? Ellos mismos no creían, eran recelosos, pero algo les pasó que llegaron a dar su vida por lo que habían visto y oído, les trasformó la vida de tal forma que dejaron todo lo suyo para ponerse en camino anunciando que Jesús era el Hijo de Dios, que había sido injustamente matado y había resucitado, que ellos habían sido testigos y había trasformado sus vidas.




Pero ellos tuvieron que acercarse al sepulcro vacío. Y ese camino que ellos hicieron no nos vale a nosotros. Cada uno tiene que hacerlo por sí mismo. Experiencia de derrota, experiencia de silencio y anonadamiento, experiencia de duda que permanece en el lugar vacío porque el amor le ata. Experiencia finalmente del que me llama por mi nombre con esa voz que sólo el amor capta y entiende, la voz del espíritu que anida en cada uno de nosotros.



La experiencia del Resucitado abre un nuevo álbum, el álbum de la fe, de una vida que se deja iluminar por la luz de Cristo y persevera humilde, callada, contra toda esperanza, sabiendo que no quedará defraudada. FELIZ NOCHE PASCUAL a todos.



Isidoro Mª Anguita, abad de Huerta

lunes, 31 de enero de 2011

El Combate contra los “logismoi” -pensamientos erróneos- en la tradición monástica: propuesta de un método simplificado y actual.


El monacato ha dado mucha importancia al llamado “combate espiritual” o combate contra los “pensamientos erróneos” o “logismoi”, pensamientos que nos deforman la realidad, nos hacen sufrir, nos producen inquietud y no proceden de nuestra naturaleza original imagen y semejanza de Dios.

Los monjes buscan recobrar la armonía interna o Paraíso perdido, uno de los medios para ello es el trabajo con los pensamientos, hasta lograr la pureza del corazón o autenticidad, salir de la duplicidad interna.

Evagrio Póntico (monje del siglo IV) nos proporciona una serie de mapas y una metodología para combatir los logismoi y convertirlos en logoi (pensamientos correctos). Escribe un libro el antirrheticos , en el que elabora un mapa de los ocho logismoi principales: gastrimargía (glotonería, gula), porneía (lujuria), filargyría (avaricia, amor al dinero), lype (tristeza), orgé (cólera), acedía (desabrimiento, pereza), cenodoxía (vanagloria), hyperefanía (soberbia), y un método a base de afirmaciones de la Escritura, útiles para combatir cada tipo de logismoi.

El método que propone Evagrio y el monacato egipcio se basa en la observación de los propios pensamientos, la comunicación de estos pensamientos a otro (que los acoge sin juzgarlos) y la repetición de afirmaciones de la Escritura que los combatieran (antirrhesis).

En la actualidad, en los talleres de espiritualidad cisterciense continuamos esta tradición adaptándola a la antropología y a los conocimientos de la psicología actual.

Proponemos guiarnos por un mapa simplificado del modelo evagriano elaborado a partir de la espiritualidad de San Bernardo, que considera que todos los logismoi tienen su origen en tres: la avaricia, la ambición y la curiositas (superficialidad, dispersión).

Al igual que Evagrio creemos que una buena forma de combatir estos tres logismoi son: por un lado, la introspección y toma de conciencia sin juicio de su actuación en nosotros y por otro lado, empleo de frases contrarias a los mismo para ir generando un patrón mental que exprese mejor nuestra verdadera naturaleza.


Curiosamente es posible encontrar un paralelismo entre el pensamiento de San Bernardo y la experiencia de una de las terapias psicológicas actuales: el rebirthing.

Consideran algunos de los terapeutas de esta corriente que en la práctica hay tres ideas erróneas que todos tenemos y que debemos combatir: Yo no valgo, yo no puedo o yo no sé. Estas afirmaciones pueden ser el modo de expresar el malestar que se oculta detrás de la avaricia (yo non valgo y busco valer mediante el tener cosas), detrás de la ambición (yo no puedo y busco dominar todo) o la curiositas (yo no sé y busco información fuera de mí constantemente).

Valiéndonos de este mapa de san Bernardo y del Rebirthing, que se complementan, podemos valernos para ver cual es el logismoi o idea falsa que nos domina en este momento y cómo combatirla mediante el uso de afirmaciones contrarias.


Así para localizar nuestra idea errónea actual nos podemos preguntar ¿La razón por la que no consigo lo que me propongo es que yo…? Y elijo cuál de los tres logismoi me parece más adecuado para mí o bien pregunto ¿Lo que no me gustaría que los demás supieran de mí es que Yo…? Y elijo de nuevo una de las tres ideas erróneas. Si en ambos se repite la misma idea errónea esa es la que debemos trabajar, si no se repite, nos quedamos con la última.

Determinados los logismoi a trabajar pasamos a combatirlos con afirmaciones contrarias: Por ejemplo, si he elegido “Yo no Puedo” la afirmación que debo hacer es: yo (Mi Nombre) soy un hombre capaz o que puede.


El ejercicio se hace combinado con la respiración, se hacen 20 respiraciones, en 4 ciclos de 5 respiraciones, dentro de cada ciclo las cuatro primeras respiraciones son cortas, se inhala con cierta energía y se espira de manera relajada sin forzar, la quinta respiración de cada ciclo es larga. El ejercicio se hace sentados, las manos en las rodillas, la espalda recta y los ojos cerrados. Se inspira y espira por la nariz. Es importante que no haya intervalos entre respiraciones.


Al inspirar realizamos la afirmación “yo x soy un hombre o mujer capaz” y observo que ideas me viene a la mente (muchas veces contrarias a la afirmación que digo) las observo sin juzgarme, sólo observarlas es purificador. Es una forma de limpieza de ideas erróneas y de imprimación de ideas correctas, además de ser un estupendo ejercicio respiratorio.


Habría que hacerlo una vez al día al menos, pero se puede hacer más veces.

martes, 11 de enero de 2011

Símbolos Fundamentales del Carisma Cisterciense:


(extraído de las reuniones de formación de la fraternidad Cristianía: Fraternidad Cisterciense Católica ecuménica).
Los monjes cistercienses no tenían una mentalidad sistemática, ni escolástica. Expresaron su experiencia espiritual a través de símbolos que evocaban de modo poético experiencias espirituales más que conceptos teológicos o filosóficos.


Tenían una cierta reticencia al pensamiento filosófico racionalista y partían de una concepción intuitiva del conocimiento. Al expresar esa sabiduría que intentan transmitir en torno a la experiencia espiritual lo hacen buscando no describirla de modo analítico, sino narrarla para evocar en el oyente “su propia experiencia” que está más allá de las palabras.

El carisma se reviste de símbolos en su expresión, tiene un estilo de lenguaje performativo o narrativo (que intenta provocar en el oyente aquello de lo que habla). La teología cisterciense es simbólica y experiencial más que intelectual. Su estilo responde al de una razón poética más que el de una razón filosófica. Es una mística más que una teología.

Con esta orientación me gustaría hablar de símbolos fundamentales de esta tradición cisterciense que nos ayudan a comprender la experiencia que subyace bajo el carisma y a discernir si sentimos que puede ser nuestra experiencia, nuestra vocación.

a) Paraíso, Caída y Exilio. La experiencia humana actual.


Siguiendo los relatos del Génesis los cistercienses, con toda la tradición patrística cristiana, se valen de estas imágenes para describir cómo el hombre se percibe en su realidad actual.

Paraíso: Hay en nosotros una nostalgia, una utopía de un mundo en armonía, un mundo pacificado y ordenado, que se ha perdido. Para Císter el Paraíso es ante todo una imagen de armonía y comunión de Dios, el hombre y el cosmos y de armonía interior entre todas las dimensiones que nos constituyen (corporal, mental, espiritual). Ese es el proyecto de Dios sobre nosotros, para eso nos creó Dios. Para ser “monjes”, unificados.


Caída: Nuestra experiencia actual es de fragmentación, de división, de separación, de falta de armonía entre nuestras dimensiones internas y en relación con el Cosmos y con Dios. Esta experiencia actual y esa nostalgia de algo mejor se simboliza con la imagen de una Caída, un pecado original. El alma del hombre se ha separado de Dios, se ha hecho curva (encerrado en sí misma- conciencia egoica y egocéntrica-) cortando las relaciones con las otras realidades, y se ha volcado en el exterior de sí misma. Hemos perdido la armonía, nos sentimos aislados y sin comunión. Vivimos una duplicidad del corazón, nuestro propio ser esta dañado en sí mismo, fragmentado y roto. Hemos “caído” del paraíso de la buena conciencia y hemos sido revestidos con pieles de Adán (duplicidad del corazón). No nos conocemos y no conocemos a Dios ni a los otros.

Exilio: La consecuencia de la “caída” es la “elongatio”, el alejamiento de la “región natal”, el paraíso o armonía interna. Erramos sin brújula ni dirección por el tiempo y el espacio. Vivimos en el exilio, como hijos pródigos.

b) La Imagen y la Semejanza. El hombre es bueno en esencia.


Para los cistercienses la situación de exilio y caída afecta a nuestro propio ser, pero no lo ha corrompido totalmente. Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios, nuestra naturaleza original es imagen y semejanza del Dios Amor, es Amor. El Paraiso sigue estando dentro de nosotros pero cerrado a la conciencia egoica o caída.


Al encerrarnos en la conciencia egoica hemos perdido la semejanza (comunión, armonía) pero conservamos la imagen, la libertad, si bien herida y deformada, en situación desarmónica. El Pecado en Císter es una deformación, una pérdida de la armonía interna y externa.


Vivimos en “la tierra de la desemejanza” o inarmonía y falta de comunión. La desemejanza nos afecta vitalmente, a nuestro propio interior, es la miseria o dolor que supone la conciencia egoica con sentimiento de culpa, miedos, concupiscencia. Nos dominan las pasiones o emociones desordenadas y no la libertad interna y la razón. Para Bernardo esa concupiscencia se expresa en tres pasiones o vicios fundamentales: la avaricia, la ambición y la curiositas o superficialidad. El propio ambiente social está en gran medida construido sobre estos vicios y nos lleva al error y a fomentar el egoísmo.

c) La conversión: La terapia cisterciense.

Estamos heridos en nuestro propio interior, hay una duplicidad del corazón, una fragmentación interior. Císter se plantea una terapia del corazón herido a partir de aquello que fue causa de la caída: la libertad de la que gozamos ahora de modo muy restringido. La libertad nos hizo esclavos y la libertad nos hará libres. El camino espiritual es un camino de liberación, de crecimiento en libertad, entendiendo por tal, no la mera capacidad de elegir, sino el crecimiento en armonía y unificación. Libertad del pecado y de la miseria.

El primer paso es entrar dentro de nosotros mismos y reconocer el drama del corazón, reconocer la “miseria” o fragmentación que nos habita.


El siguiente paso es el consensus, “consentir es salvarse” dice san Bernardo, pasar del orgullo a la humildad, reconocer que desde la conciencia egoica no podemos salir de nuestra miseria-fragmentación, sólo mediante el “matrimonio” o “comunión” con Dios, el Misterio, la unidad de espiritus (humano y divino) podemos salir de la dualidad que nos habita.

Mediante ese entrar en relación con Dios, con el Misterio, recuperamos y crecemos en la libertad. Alcanzamos la libertad del pecado (podemos hacer el bien que sentimos somos en lo profundo) y la libertad de la miseria (salir del dolor del egocentramiento). Nunca se recuperan del todo en esta vida por su limitación intrínseca. La libertad de la miseria sólo se da en experiencias muy escasas y raras (experiencias de iluminación).


La conversión: Es el trabajo de edificación del Paraíso perdido, es un trabajo, una ascesis, una disciplina. Para ello, el comienzo es entrar en nosotros mismos y huir del mundo (salir de la dispersión y desorientación), concentrarnos en el deseo del Paraíso perdido.

Otra imagen de la conversión es salir de la oscuridad y caminar hacia la luz, que simboliza la caridad fraterna, la bondad.

El camino es una disciplina espiritual en la que la oración y la pobreza (sencillez y libertad de lazos con el mundo) son fundamentales.

d) La Piedra Cisterciense:


Dado que el trabajo espiritual se describe como una edificación el símbolo de la espiritualidad que nos habita es la piedra. Los que trabajan en el camino cisterciense son piedras.

La piedra cisterciense es cuadrada y desnuda. Buscamos ser cuadrados, equilibrados, rectos, sencillos, auténticos, pasar de la superficialidad y desorientación a la autenticidad y el sentido.


Es necesaria una disciplina: el trabajo, la oración y el estudio.

Hay que vivir unas virtudes: humildad, pobreza, simplicidad, caridad.

Es importante la perseverancia en la disciplina, por ella, nos vamos rectificando, haciendo piedras y entrando en comunión con la Piedra angular que es Cristo. La perseverancia en la disciplina rompe el corazón de piedra del hombre, la perseverancia en el afecto a Cristo nos hace transformarnos en él sin dejar de ser quienes somos.


Cuadrado es símbolo de disciplina y perseverancia. La disciplina nos obliga a ser humildes y por la humildad alcanzamos el amor, la disciplina nos lleva a vivir la espiritualidad como una experiencia no como una ideología.

La disciplina cisterciense es una escuela de caridad, de humildad, escuela de Cristo, escuela del Verbo.


e) Cristo, la Piedra Angular:


La espiritualidad cisterciense es Cristocéntrica, Cristo es la referencia, su vida y sus obras, sus palabras, todo él es el camino para salir de nuestra situación. Cristo es el unificado (hombre-Dios) y el creador de unificación.

Por ello, la disciplina fundamental es el escuchar la Palabra de Dios y meditarla, pasando de un amor carnal (amor al Jesús histórico) a un amor espiritual al Cristo Total `presente en Todo y todos.

Lo fundamental es la escucha, la apertura a la huella que la Palabra nos deja, huella a todos los niveles (corporal, mental y espiritual). La mejor forma de oración es el silencio contemplativo, atención escucha amorosa.


En Císter hay una cierta indiferencia hacia los signos litúrgicos externos para que no nos distraigamos de la fundamental: dirigirnos al interior, al misterio de la Palabra, a la experiencia espiritual que expresa.

Nuestra liturgia debería ser muy simple: En realidad, toda la vida del monje es liturgia si hace de su vida una expresión de la transformación del corazón. Su cuerpo entonces será liturgia viva.


f) El Claustro. La importancia de un lugar vivificador.

Conversión es edificación no sólo de nosotros mismos sino que tiene una expresión social, histórica, es tomar conciencia de la importancia del lugar, de crear un ámbito humanizante y espiritual: el claustro, imagen del Paraíso y de la Jerusalén celeste.


Lo más característico de un claustro es que sea un lugar separado o retirado de los lazos sociales egocéntricos. La soledad es importante en el camino, pues es una forma de libertad y de encuentro con nosotros y el misterio. Silencio, respeto y orden flexible deben garantizar esa soledad libertad de cada miembro.

El claustro es un Desierto (Eremus) pero también una casa, debe haber un ambiente de fraternidad.


El claustro o casa de la fraternidad debe estar protegido de la vorágine externa y expresar los ideales de la fraternidad pero sin perder la sencillez.


En Císter las casas son funcionales, sencillas y simbólicas, sin primar lo estético sobre lo funcional y sencillo, incluso vulgar y pobre.

Sugerencias para nuestras casas cistercienses.


- No debe haber muchas imágenes y figuras, y las que tengamos deben expresar valores (fundadores, sabios…) debe haber una sensación de sencillez incluso de despojo (paredes desnudas) para propiciar el concentrarse en la oración de la Palabra.

- Importancia de algunos símbolos propios nuestros:


o La Palabra tiene que tener un lugar destacado.
o Debe haber referencia a la Piedra cisterciense y al símbolo de la cuaternidad, símbolo de la “disciplina” de vida.
o Referencia al Círculo (rosetón) de cuyo simbolismo hablaremos después.
o Algún elemento vegetal que recuerde al jardín del claustro y en relación con él alguna referencia a la fuente del claustro.
o Velas o similares símbolos de la conversión (paso a la luz)
o Iconos (referencia a la vinculación con Oriente y los orígenes de la Tradición Monástica).
o Debe haber una referencia a la Trinidad y a la Cruz, centro del camino cristiano.
o Importancia de María.

g) Del cuadrado al círculo (el rosetón).


La perseverancia en la disciplina hace que el cuadrado se haga círculo, amor, comunión. Recuperación de la armonía, la unidad, la imagen y semejanza, de modo siempre limitado.

La vivencia de la cuaternidad desarrolla el lado femenino del monje, el monje se hace esposa del Verbo, es un intuitivo, acogedor, receptivo, previsor.

La feminidad o madurez emocional del monje le hace capaz de vivir la transcendencia en la inmanencia, le hace equilibrado, en especial en las relaciones humanas.

El monje se despoja de su dureza y se hace dulce y pobre para dar la mano a otros y dejarse poseer por el Misterio, por la Palabra, por Dios.

Es la ternura lo que crea la fraternidad, la capacidad de crear comunidad y de que esta persevere. Ternura que llega a ser universal, hacia el cosmos y hacia todos. Ternura ecuménica.


h) María, la Señora.


María tiene una importancia fundamental en el Císter, es el modelo del monje, modelo de escucha y ternura, modelo de iglesia que acoge a todos sin juzgar, modelo de vivencia del amor.

Dulzura-ternura en la sencillez es la experiencia del amor cisterciense, amor que siempre está en búsqueda aunque ya esté saciado. Eructatio es el modo simbólico de expresar esa ternura.

i) Interim


Lo característico del carisma cisterciense es que es una mística, que busca vivir los misterios “escatológicos” aquí, en este tiempo intermedio de la inmanencia, en el interim. Es el misterio de la pobreza fecunda:es en la realidad secular y cotidiana donde el Misterio se encuentra mejor, en la realidad que parece pobre o fea a los ojos del ego, donde mejor podemos vivir la mística sin caer en los espejismos del narcisismo espiritual. De ahí la importancia del trabajo y de la vida secular convertida en sagrada para el místico cisterciense.