Un lugar para conocer la mística cisterciense en sus más variadas manifestaciones (las tradicionales: monásticas, caballerescas-Temple y otras órdenes de caballería- y las más actuales: laicales y el zen cristiano) abierto a tod@s los que sienten interes por ella o desean encarnar en sus vidas este carisma tan plural.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Aspectos sociales del carisma cisterciense



El carisma cisterciense es una manera determinada de vivir el Evangelio, no puede entenderse al margen ni por encima del mismo. Y, por ello, al igual que ha pasado con el mensaje cristiano se ha visto reducido en muchas ocasiones a una “espiritualidad” individualista (centrada en la transformación del individuo), privatizada (al margen de lo social), intimista (centrada en los aspectos internos del ser humano y sin referencia a su dimensión estructural) y espiritualizada (opuesta a la corporalidad y la dimensión encarnada de lo humano).



Si lo central del mensaje cristiano es la construcción del Reino (una nueva manera de vivir que implica una transformación integral de la persona y de la sociedad en orden a construir un mundo más fraterno, igualitario, libre y profundo), el carisma cisterciense es un modo de concretar esa construcción del Reino en la historia.




El monacato quiere vivir lo ideales de la Iglesia de los orígenes (la iglesia de los pobres, de los que hacen una opción en contra de poner el centro en el dinero, el prestigio o el poder) en el contexto de una sociedad que dice ser ya cristiana y de una Iglesia que tiende al eclesiocentrismo y la teocracia. Este monacato de los orígenes y esta iglesia de los pobres son la referencia del monacato cisterciense, que buscan vivir esos ideales en la sociedad feudal del siglo XII.




Esencial al carisma es por lo tanto este deseo de mantenerse fieles a la Iglesia de los pobres y a la Iglesia primitiva.



Los cistercienses, como los monjes en general, creerán que el monacato es heredero de la Iglesia primera, la Iglesia de Jerusalén, descrita por los Hechos de los Apóstoles, en la que todo era común, frente a la Iglesia institucional que se habría mundanizado buscando el poder, el dinero o el prestigio, valores mundanos o del sistema dominante. La plasmación de esos ideales primeros, olvidados por la Iglesia institucional en demasiadas ocasiones, será la reivindicación de la Iglesia de los pobres (los cistercienses se van a llamar a sí mismos pobres de Cristo) como garantía de libertad y autenticidad para la iglesia.



Esencial al carisma es, por lo tanto, también este deseo de fidelidad a la iglesia de los pobres (la Iglesia que no busca el poder sino ser auténtica y vivir de un modo diferente y más fraterno) frente a las tendencias burocratizadoras de la Institución. El deseo de reforma en la Iglesia es algo propio del carisma cisterciense y no algo simplemente circunstancial a la época.



Císter es un proyecto de Iglesia diferente a la iglesia integrada en el sistema feudal, que busca la libertad de la Iglesia, pidiendo que se abandonen los compromisos con las clases nobles feudales que terminaban haciendo a la Iglesia colaboradora de un sistema injusto y poco evangélico.



El modelo eclesial para los cistercienses es muy colegial, es decir, más democrático y quiere dar mucha importancia a los obispos, más que a la burocracia central del papado. Se busca una organización unida pero más colegial, al estilo de la orden cisterciense, gobernada por una asamblea y no por un individuo como en Cluny.




Esencial al carisma es la idea de que la Iglesia no debe buscar el poder, o la riqueza como base de su libertad, sino salirse del sistema y fomentar modos de estar en el mundo diferentes al estilo feudal (el monacato cisterciense es un modo de estos alternativos). Se reconoce la autoridad moral de la espiritualidad cristiana, de la Iglesia, del papado, pero para ello, la Iglesia debe permanecer desvinculada de la alianza con el poder, en caso contrario, su autoridad se pierde.




Se apoya un poder laico autónomo, no sometido a la Iglesia, pero sometido a la ética y a la espiritualidad para que sea un poder verdaderamente humanizador y, por lo tanto, legítimo. El dinero, la erudición, la técnica, el poder… no son la meta de la sociedad y de la cultura, la meta es el Amor (fraternidad) y la justicia social. Sólo así el poder laico cumple su misión, pero para que el poder acepte sus límites, no debe la Iglesia dominarlo al estilo de una teocracia, pues entonces ella misma se convierte en un poder opresivo.




El poder social debe ser laico y espiritual o ético, desde la autonomía respecto de la Iglesia. Se deben buscar modos de autocontrol del poder laico y no de control del mismo desde la Iglesia. La Iglesia sólo tendrá autoridad moral si se pone del lado de los pobres, de su defensa, de la justicia y se hace más contemplativa, que no quiere decir, más pasiva sino menos eclesiocéntrica y más reinocéntrica.



Es frecuente que en las exposiciones del carisma cisterciense se olviden estos aspectos esenciales al carisma y que lo hacen tan actual y tan cercano, a la vez, a los ideales evangélicos.




No es casual este olvido, evidentemente, en el carisma cisterciense a hay una crítica implícita a muchas de las opciones que la Iglesia y al sociedad hicieron y hacen, por ello, resulta para muchos unos aspectos que les denuncian determinadas actitudes y estilos actuales.



Recurperar estos aspectos es esencial si queremos revitalizar el carisma hoy, sin ellos, el carisma seguirá viviendo a medias y sin desarrollarse en toda su plenitud.

domingo, 24 de abril de 2011

Feliz Pascua 2011

Homilia Vigilia Pascual en Santa María de Huerta, monasterio cisterciense en Soria.



En esta noche santa, donde parece no tenemos prisa, celebramos una fiesta muy especial, un acontecimiento que da sentido a nuestro pasado y nos abre las puertas de un futuro nuevo. En las fiestas familiares, donde se reúnen todos los hermanos, los padres, los hijos, los abuelos, a veces se saca el álbum de fotos para recordar otros tiempos, el paso de nuestras vidas. Miramos las fotos y vamos contemplando los distintos momentos de nuestra existencia desde que nacimos. En el álbum aparecen nuestros padres, recordándonos cómo vinimos al mundo partiendo de una relación de amor, y si eso no se dio, al menos nos queda la seguridad de que el autor de la Vida nos miró con amor al ser concebidos y nos dio su misma imagen. En otras fotos puede que aparezcamos solos, pero normalmente nos encontramos con otros seres queridos, viendo que nuestra vida se puede explicar toda ella como una historia de amor más o menos afortunada, una vida de relación que nos recuerda que no vamos solos por el mundo.







Algo parecido ha sucedido en el tiempo transcurrido en esta vigilia. Como si de un álbum de fotos se tratase, hemos ido repasando en nueve lecturas bíblicas nuestra historia, desde nuestra “concepción” en la mente de Dios y nuestro nacimiento como seres humanos. Ese álbum de fotos que es la historia de nuestra salvación, se nos ha ido presentando también como una relación de amor entre Dios y nosotros, nosotros en plural, como pueblo o comunidad, hermanos, hijos de un mismo Padre, descolgándose los solitarios.




Comienza el álbum con el libro del Génesis, que relata la obra creadora de un amor in crescendo. Dios sobreabundó de amor dentro de sí de tal forma que, de alguna manera, “desbordó” hacia fuera en una creación llamada a vivir unida a su Creador con los lazos del amor de su propio ser. Cada cosa refleja el amor de Dios y a Dios mismo siendo aquello que ha sido llamado a ser por el que dijo al finalizar su obra: “Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno”. Obra que concluyó con el ser humano, imagen divina, capaz de conocer y amar a Dios para poder entrar en una relación de amor participando del mismo Espíritu. Obra ante la cual nosotros también tenemos que decir: y todo ser humano es muy bueno en sí mismo, digno de ser amado más allá de sus obras.




El amor que nos concibió obtiene una respuesta probada en Abrahán, nuestro padre en la fe, que supo supeditar todo amor –aún el de su propio hijo- al amor de Dios, confiando en Él hasta un límite sin límites.




Amor que lleva a Dios a mirar con entrañas de misericordia a su pueblo, sacándole de la esclavitud de Egipto.




Amor que lleva a pedir una alianza en libertad, alianza esponsal como nos presenta el profeta Isaías. Una libertad que hace experimentar el dolor de la infidelidad y la generosidad del perdón, dando lugar a una nueva alianza no sólo libre, sino libre y humilde, conocedora de la propia debilidad y de la infinita gratuidad con que se es redimido.



Es entonces cuando recibimos el corazón nuevo que profetizó Ezequiel, un corazón que ya no es de piedra –centrado en sí mismo- sino un corazón de carne, de la carne de misericordia de Dios que se abajó por una locura de amor haciéndose carne como nosotros para divinizarnos, devolviéndonos a nuestra primera casa, el corazón mismo de Dios. Más todavía, quiso bajar a nuestros mismos infiernos, como decimos en el Credo, a ese estado donde la muerte reina de múltiples formas. Bajó primero al infierno del dolor, la injusticia, el desprecio, la desnudez; ese infierno que padecen tantos hermanos nuestros en nuestro mundo y que nosotros quizá hayamos experimentado alguna vez. Pero bajó también al infierno definitivo, al infierno existencial donde se toma la decisión entre la vida y la muerte, abriéndonos las puertas para que nosotros elijamos salir o no, vivir desde Dios o vivir desde nosotros mismos.




Por ello no nos extraña ver en el álbum también momentos de luto. El luto que trae la muerte física, afectiva, moral o espiritual. Y según vamos avanzando en años más fotos de éstas acumulamos, presintiendo que nos acercamos a la primera fila. La muerte cierra el libro de la vida. Pero, ¿y si no existe la muerte?



Este es el mensaje principal de esta noche. La muerte no existe. El Señor ha vencido a la muerte. A todo tipo de muerte. Afirmar eso es vivir en la esperanza y creer en el amor que nos ha concebido. Negar eso es haber dado muerte a la esperanza y no creer en el amor que nos trajo a la vida.




¿Y por qué hemos de creer? Unas personas sencillas de Galilea nos lo contaron. Ya. ¿Y por qué habríamos de creerles? Ellos mismos no creían, eran recelosos, pero algo les pasó que llegaron a dar su vida por lo que habían visto y oído, les trasformó la vida de tal forma que dejaron todo lo suyo para ponerse en camino anunciando que Jesús era el Hijo de Dios, que había sido injustamente matado y había resucitado, que ellos habían sido testigos y había trasformado sus vidas.




Pero ellos tuvieron que acercarse al sepulcro vacío. Y ese camino que ellos hicieron no nos vale a nosotros. Cada uno tiene que hacerlo por sí mismo. Experiencia de derrota, experiencia de silencio y anonadamiento, experiencia de duda que permanece en el lugar vacío porque el amor le ata. Experiencia finalmente del que me llama por mi nombre con esa voz que sólo el amor capta y entiende, la voz del espíritu que anida en cada uno de nosotros.



La experiencia del Resucitado abre un nuevo álbum, el álbum de la fe, de una vida que se deja iluminar por la luz de Cristo y persevera humilde, callada, contra toda esperanza, sabiendo que no quedará defraudada. FELIZ NOCHE PASCUAL a todos.



Isidoro Mª Anguita, abad de Huerta

lunes, 31 de enero de 2011

El Combate contra los “logismoi” -pensamientos erróneos- en la tradición monástica: propuesta de un método simplificado y actual.


El monacato ha dado mucha importancia al llamado “combate espiritual” o combate contra los “pensamientos erróneos” o “logismoi”, pensamientos que nos deforman la realidad, nos hacen sufrir, nos producen inquietud y no proceden de nuestra naturaleza original imagen y semejanza de Dios.

Los monjes buscan recobrar la armonía interna o Paraíso perdido, uno de los medios para ello es el trabajo con los pensamientos, hasta lograr la pureza del corazón o autenticidad, salir de la duplicidad interna.

Evagrio Póntico (monje del siglo IV) nos proporciona una serie de mapas y una metodología para combatir los logismoi y convertirlos en logoi (pensamientos correctos). Escribe un libro el antirrheticos , en el que elabora un mapa de los ocho logismoi principales: gastrimargía (glotonería, gula), porneía (lujuria), filargyría (avaricia, amor al dinero), lype (tristeza), orgé (cólera), acedía (desabrimiento, pereza), cenodoxía (vanagloria), hyperefanía (soberbia), y un método a base de afirmaciones de la Escritura, útiles para combatir cada tipo de logismoi.

El método que propone Evagrio y el monacato egipcio se basa en la observación de los propios pensamientos, la comunicación de estos pensamientos a otro (que los acoge sin juzgarlos) y la repetición de afirmaciones de la Escritura que los combatieran (antirrhesis).

En la actualidad, en los talleres de espiritualidad cisterciense continuamos esta tradición adaptándola a la antropología y a los conocimientos de la psicología actual.

Proponemos guiarnos por un mapa simplificado del modelo evagriano elaborado a partir de la espiritualidad de San Bernardo, que considera que todos los logismoi tienen su origen en tres: la avaricia, la ambición y la curiositas (superficialidad, dispersión).

Al igual que Evagrio creemos que una buena forma de combatir estos tres logismoi son: por un lado, la introspección y toma de conciencia sin juicio de su actuación en nosotros y por otro lado, empleo de frases contrarias a los mismo para ir generando un patrón mental que exprese mejor nuestra verdadera naturaleza.


Curiosamente es posible encontrar un paralelismo entre el pensamiento de San Bernardo y la experiencia de una de las terapias psicológicas actuales: el rebirthing.

Consideran algunos de los terapeutas de esta corriente que en la práctica hay tres ideas erróneas que todos tenemos y que debemos combatir: Yo no valgo, yo no puedo o yo no sé. Estas afirmaciones pueden ser el modo de expresar el malestar que se oculta detrás de la avaricia (yo non valgo y busco valer mediante el tener cosas), detrás de la ambición (yo no puedo y busco dominar todo) o la curiositas (yo no sé y busco información fuera de mí constantemente).

Valiéndonos de este mapa de san Bernardo y del Rebirthing, que se complementan, podemos valernos para ver cual es el logismoi o idea falsa que nos domina en este momento y cómo combatirla mediante el uso de afirmaciones contrarias.


Así para localizar nuestra idea errónea actual nos podemos preguntar ¿La razón por la que no consigo lo que me propongo es que yo…? Y elijo cuál de los tres logismoi me parece más adecuado para mí o bien pregunto ¿Lo que no me gustaría que los demás supieran de mí es que Yo…? Y elijo de nuevo una de las tres ideas erróneas. Si en ambos se repite la misma idea errónea esa es la que debemos trabajar, si no se repite, nos quedamos con la última.

Determinados los logismoi a trabajar pasamos a combatirlos con afirmaciones contrarias: Por ejemplo, si he elegido “Yo no Puedo” la afirmación que debo hacer es: yo (Mi Nombre) soy un hombre capaz o que puede.


El ejercicio se hace combinado con la respiración, se hacen 20 respiraciones, en 4 ciclos de 5 respiraciones, dentro de cada ciclo las cuatro primeras respiraciones son cortas, se inhala con cierta energía y se espira de manera relajada sin forzar, la quinta respiración de cada ciclo es larga. El ejercicio se hace sentados, las manos en las rodillas, la espalda recta y los ojos cerrados. Se inspira y espira por la nariz. Es importante que no haya intervalos entre respiraciones.


Al inspirar realizamos la afirmación “yo x soy un hombre o mujer capaz” y observo que ideas me viene a la mente (muchas veces contrarias a la afirmación que digo) las observo sin juzgarme, sólo observarlas es purificador. Es una forma de limpieza de ideas erróneas y de imprimación de ideas correctas, además de ser un estupendo ejercicio respiratorio.


Habría que hacerlo una vez al día al menos, pero se puede hacer más veces.

martes, 11 de enero de 2011

Símbolos Fundamentales del Carisma Cisterciense:


(extraído de las reuniones de formación de la fraternidad Cristianía: Fraternidad Cisterciense Católica ecuménica).
Los monjes cistercienses no tenían una mentalidad sistemática, ni escolástica. Expresaron su experiencia espiritual a través de símbolos que evocaban de modo poético experiencias espirituales más que conceptos teológicos o filosóficos.


Tenían una cierta reticencia al pensamiento filosófico racionalista y partían de una concepción intuitiva del conocimiento. Al expresar esa sabiduría que intentan transmitir en torno a la experiencia espiritual lo hacen buscando no describirla de modo analítico, sino narrarla para evocar en el oyente “su propia experiencia” que está más allá de las palabras.

El carisma se reviste de símbolos en su expresión, tiene un estilo de lenguaje performativo o narrativo (que intenta provocar en el oyente aquello de lo que habla). La teología cisterciense es simbólica y experiencial más que intelectual. Su estilo responde al de una razón poética más que el de una razón filosófica. Es una mística más que una teología.

Con esta orientación me gustaría hablar de símbolos fundamentales de esta tradición cisterciense que nos ayudan a comprender la experiencia que subyace bajo el carisma y a discernir si sentimos que puede ser nuestra experiencia, nuestra vocación.

a) Paraíso, Caída y Exilio. La experiencia humana actual.


Siguiendo los relatos del Génesis los cistercienses, con toda la tradición patrística cristiana, se valen de estas imágenes para describir cómo el hombre se percibe en su realidad actual.

Paraíso: Hay en nosotros una nostalgia, una utopía de un mundo en armonía, un mundo pacificado y ordenado, que se ha perdido. Para Císter el Paraíso es ante todo una imagen de armonía y comunión de Dios, el hombre y el cosmos y de armonía interior entre todas las dimensiones que nos constituyen (corporal, mental, espiritual). Ese es el proyecto de Dios sobre nosotros, para eso nos creó Dios. Para ser “monjes”, unificados.


Caída: Nuestra experiencia actual es de fragmentación, de división, de separación, de falta de armonía entre nuestras dimensiones internas y en relación con el Cosmos y con Dios. Esta experiencia actual y esa nostalgia de algo mejor se simboliza con la imagen de una Caída, un pecado original. El alma del hombre se ha separado de Dios, se ha hecho curva (encerrado en sí misma- conciencia egoica y egocéntrica-) cortando las relaciones con las otras realidades, y se ha volcado en el exterior de sí misma. Hemos perdido la armonía, nos sentimos aislados y sin comunión. Vivimos una duplicidad del corazón, nuestro propio ser esta dañado en sí mismo, fragmentado y roto. Hemos “caído” del paraíso de la buena conciencia y hemos sido revestidos con pieles de Adán (duplicidad del corazón). No nos conocemos y no conocemos a Dios ni a los otros.

Exilio: La consecuencia de la “caída” es la “elongatio”, el alejamiento de la “región natal”, el paraíso o armonía interna. Erramos sin brújula ni dirección por el tiempo y el espacio. Vivimos en el exilio, como hijos pródigos.

b) La Imagen y la Semejanza. El hombre es bueno en esencia.


Para los cistercienses la situación de exilio y caída afecta a nuestro propio ser, pero no lo ha corrompido totalmente. Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios, nuestra naturaleza original es imagen y semejanza del Dios Amor, es Amor. El Paraiso sigue estando dentro de nosotros pero cerrado a la conciencia egoica o caída.


Al encerrarnos en la conciencia egoica hemos perdido la semejanza (comunión, armonía) pero conservamos la imagen, la libertad, si bien herida y deformada, en situación desarmónica. El Pecado en Císter es una deformación, una pérdida de la armonía interna y externa.


Vivimos en “la tierra de la desemejanza” o inarmonía y falta de comunión. La desemejanza nos afecta vitalmente, a nuestro propio interior, es la miseria o dolor que supone la conciencia egoica con sentimiento de culpa, miedos, concupiscencia. Nos dominan las pasiones o emociones desordenadas y no la libertad interna y la razón. Para Bernardo esa concupiscencia se expresa en tres pasiones o vicios fundamentales: la avaricia, la ambición y la curiositas o superficialidad. El propio ambiente social está en gran medida construido sobre estos vicios y nos lleva al error y a fomentar el egoísmo.

c) La conversión: La terapia cisterciense.

Estamos heridos en nuestro propio interior, hay una duplicidad del corazón, una fragmentación interior. Císter se plantea una terapia del corazón herido a partir de aquello que fue causa de la caída: la libertad de la que gozamos ahora de modo muy restringido. La libertad nos hizo esclavos y la libertad nos hará libres. El camino espiritual es un camino de liberación, de crecimiento en libertad, entendiendo por tal, no la mera capacidad de elegir, sino el crecimiento en armonía y unificación. Libertad del pecado y de la miseria.

El primer paso es entrar dentro de nosotros mismos y reconocer el drama del corazón, reconocer la “miseria” o fragmentación que nos habita.


El siguiente paso es el consensus, “consentir es salvarse” dice san Bernardo, pasar del orgullo a la humildad, reconocer que desde la conciencia egoica no podemos salir de nuestra miseria-fragmentación, sólo mediante el “matrimonio” o “comunión” con Dios, el Misterio, la unidad de espiritus (humano y divino) podemos salir de la dualidad que nos habita.

Mediante ese entrar en relación con Dios, con el Misterio, recuperamos y crecemos en la libertad. Alcanzamos la libertad del pecado (podemos hacer el bien que sentimos somos en lo profundo) y la libertad de la miseria (salir del dolor del egocentramiento). Nunca se recuperan del todo en esta vida por su limitación intrínseca. La libertad de la miseria sólo se da en experiencias muy escasas y raras (experiencias de iluminación).


La conversión: Es el trabajo de edificación del Paraíso perdido, es un trabajo, una ascesis, una disciplina. Para ello, el comienzo es entrar en nosotros mismos y huir del mundo (salir de la dispersión y desorientación), concentrarnos en el deseo del Paraíso perdido.

Otra imagen de la conversión es salir de la oscuridad y caminar hacia la luz, que simboliza la caridad fraterna, la bondad.

El camino es una disciplina espiritual en la que la oración y la pobreza (sencillez y libertad de lazos con el mundo) son fundamentales.

d) La Piedra Cisterciense:


Dado que el trabajo espiritual se describe como una edificación el símbolo de la espiritualidad que nos habita es la piedra. Los que trabajan en el camino cisterciense son piedras.

La piedra cisterciense es cuadrada y desnuda. Buscamos ser cuadrados, equilibrados, rectos, sencillos, auténticos, pasar de la superficialidad y desorientación a la autenticidad y el sentido.


Es necesaria una disciplina: el trabajo, la oración y el estudio.

Hay que vivir unas virtudes: humildad, pobreza, simplicidad, caridad.

Es importante la perseverancia en la disciplina, por ella, nos vamos rectificando, haciendo piedras y entrando en comunión con la Piedra angular que es Cristo. La perseverancia en la disciplina rompe el corazón de piedra del hombre, la perseverancia en el afecto a Cristo nos hace transformarnos en él sin dejar de ser quienes somos.


Cuadrado es símbolo de disciplina y perseverancia. La disciplina nos obliga a ser humildes y por la humildad alcanzamos el amor, la disciplina nos lleva a vivir la espiritualidad como una experiencia no como una ideología.

La disciplina cisterciense es una escuela de caridad, de humildad, escuela de Cristo, escuela del Verbo.


e) Cristo, la Piedra Angular:


La espiritualidad cisterciense es Cristocéntrica, Cristo es la referencia, su vida y sus obras, sus palabras, todo él es el camino para salir de nuestra situación. Cristo es el unificado (hombre-Dios) y el creador de unificación.

Por ello, la disciplina fundamental es el escuchar la Palabra de Dios y meditarla, pasando de un amor carnal (amor al Jesús histórico) a un amor espiritual al Cristo Total `presente en Todo y todos.

Lo fundamental es la escucha, la apertura a la huella que la Palabra nos deja, huella a todos los niveles (corporal, mental y espiritual). La mejor forma de oración es el silencio contemplativo, atención escucha amorosa.


En Císter hay una cierta indiferencia hacia los signos litúrgicos externos para que no nos distraigamos de la fundamental: dirigirnos al interior, al misterio de la Palabra, a la experiencia espiritual que expresa.

Nuestra liturgia debería ser muy simple: En realidad, toda la vida del monje es liturgia si hace de su vida una expresión de la transformación del corazón. Su cuerpo entonces será liturgia viva.


f) El Claustro. La importancia de un lugar vivificador.

Conversión es edificación no sólo de nosotros mismos sino que tiene una expresión social, histórica, es tomar conciencia de la importancia del lugar, de crear un ámbito humanizante y espiritual: el claustro, imagen del Paraíso y de la Jerusalén celeste.


Lo más característico de un claustro es que sea un lugar separado o retirado de los lazos sociales egocéntricos. La soledad es importante en el camino, pues es una forma de libertad y de encuentro con nosotros y el misterio. Silencio, respeto y orden flexible deben garantizar esa soledad libertad de cada miembro.

El claustro es un Desierto (Eremus) pero también una casa, debe haber un ambiente de fraternidad.


El claustro o casa de la fraternidad debe estar protegido de la vorágine externa y expresar los ideales de la fraternidad pero sin perder la sencillez.


En Císter las casas son funcionales, sencillas y simbólicas, sin primar lo estético sobre lo funcional y sencillo, incluso vulgar y pobre.

Sugerencias para nuestras casas cistercienses.


- No debe haber muchas imágenes y figuras, y las que tengamos deben expresar valores (fundadores, sabios…) debe haber una sensación de sencillez incluso de despojo (paredes desnudas) para propiciar el concentrarse en la oración de la Palabra.

- Importancia de algunos símbolos propios nuestros:


o La Palabra tiene que tener un lugar destacado.
o Debe haber referencia a la Piedra cisterciense y al símbolo de la cuaternidad, símbolo de la “disciplina” de vida.
o Referencia al Círculo (rosetón) de cuyo simbolismo hablaremos después.
o Algún elemento vegetal que recuerde al jardín del claustro y en relación con él alguna referencia a la fuente del claustro.
o Velas o similares símbolos de la conversión (paso a la luz)
o Iconos (referencia a la vinculación con Oriente y los orígenes de la Tradición Monástica).
o Debe haber una referencia a la Trinidad y a la Cruz, centro del camino cristiano.
o Importancia de María.

g) Del cuadrado al círculo (el rosetón).


La perseverancia en la disciplina hace que el cuadrado se haga círculo, amor, comunión. Recuperación de la armonía, la unidad, la imagen y semejanza, de modo siempre limitado.

La vivencia de la cuaternidad desarrolla el lado femenino del monje, el monje se hace esposa del Verbo, es un intuitivo, acogedor, receptivo, previsor.

La feminidad o madurez emocional del monje le hace capaz de vivir la transcendencia en la inmanencia, le hace equilibrado, en especial en las relaciones humanas.

El monje se despoja de su dureza y se hace dulce y pobre para dar la mano a otros y dejarse poseer por el Misterio, por la Palabra, por Dios.

Es la ternura lo que crea la fraternidad, la capacidad de crear comunidad y de que esta persevere. Ternura que llega a ser universal, hacia el cosmos y hacia todos. Ternura ecuménica.


h) María, la Señora.


María tiene una importancia fundamental en el Císter, es el modelo del monje, modelo de escucha y ternura, modelo de iglesia que acoge a todos sin juzgar, modelo de vivencia del amor.

Dulzura-ternura en la sencillez es la experiencia del amor cisterciense, amor que siempre está en búsqueda aunque ya esté saciado. Eructatio es el modo simbólico de expresar esa ternura.

i) Interim


Lo característico del carisma cisterciense es que es una mística, que busca vivir los misterios “escatológicos” aquí, en este tiempo intermedio de la inmanencia, en el interim. Es el misterio de la pobreza fecunda:es en la realidad secular y cotidiana donde el Misterio se encuentra mejor, en la realidad que parece pobre o fea a los ojos del ego, donde mejor podemos vivir la mística sin caer en los espejismos del narcisismo espiritual. De ahí la importancia del trabajo y de la vida secular convertida en sagrada para el místico cisterciense.




viernes, 24 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD 2010

(Claustro de Sta. María de Huerta, navidad 2010)


El silencio es el lugar en el que Cristo nacerá en nosotros.
Anselm Grün O.S.B.

Génesis de la espiritualidad cisterciense.




1. Introducción Histórica:

El monacato benedictino es uno de los fenómenos espirituales, culturales y sociales más importantes de Occidente. Surge en el siglo VI con la figura de San Benito de Nursia, cuya vida será dada a conocer a través del Papa Gregorio Magno en su obra el “ libro de los Diálogos”.

Verdaderamente el benedictinismo pasa a ser dominante en Europa a partir de Benito de Aniano, fundador de un monasterio benedictino en el siglo VIII, cuyo modelo consigue el respaldo de Carlomagno y Luis el Piadoso, los emperadores de Occidente, que impondrán e impulsarán el uso de la regla de san Benito en todo el monacato Occidental. Su modelo tiende al centralismo y al legalismo.


Con el surgimiento de Cluny en el siglo X (910) se constituye una orden extendida por toda Europa, la más importante del momento, con una estructura centralizada en Cluny. El monacato benedictino alcanzará su máximo esplendor.


El origen remoto de toda esta historia del monacato europeo hay que buscarlo en Egipto, a finales del siglo III y comienzo del IV con el nacimiento del monacato eremítico (San Antonio, cuya vida escribió San Atanasio) y del cenobítico con San Pacomio.

En el siglo IV destaca la figura de san Basilio de Cesarea (monacato cenobítico) y Evagrio Póntico (monacato eremítico, culto, origenista). Su discípulo Juan Casiano, en el siglo V, traerá el monacato egipcio a Europa escribiendo dos libros fundamentales: las Colaciones y las Instituciones, fundando un monasterio en Marsella. También influirá San Agustín (S. V) que elabora una Regla para cenobitas.

En el siglo XII, surge Císter, un nuevo monacato que sigue la Regla de San Benito (RB) pero bebiendo de todas las fuentes anteriores (Padres del desierto, Basilio, Agustín, Gregorio de Nisa), generando un monacato plenamente benedictino y, a la vez, muy original. Que regresa a las fuentes del monacato y está plenamente adaptado a la cultura humanista del siglo XII, siendo de hecho un humanismo espiritual cristiano.

2. Génesis del carisma.

El monasterio de Císter se funda en 1098, habiendo salido los fundadores de un monasterio benedictino de origen cluniacense ya reformado, Molesmes, si bien no lo suficiente según los fundadores: Roberto, Alberico y Esteban y un número impreciso de monjes entre una docena y una veintena. Con la entrada de san Bernardo y unos treinta compañeros comenzará su ascenso imparable en toda Europa.


Puede decirse que el carisma se genera entre 1098 y 1125, cuando San Bernardo publica su primer tratado (Grados de la Humildad).

Los documentos fundamentales que recogen los orígenes del monasterio de Císter son la Carta de Caridad (hay varias versiones) y el Exordio Parvo (con varis versiones), cuyo contenido ha sufrido al influencia de la visión de los seguidores de San Bernardo.


2.1 Clima social y monástico.

La sociedad del momento vive en el feudalismo, régimen social caracterizado por la dependencia de unos hombres sobre otros. Desde el siglo XI se están produciendo cambios en el modelo feudal: lentos progresos agrícolas, aumento del comercio y la circulación monetaria, lo que hará que los señores aumenten los impuestos para disponer de dinero, lento resurgir de las ciudades. Los defensores del modelo feudal se sienten amenazados y comienzan a desarrollar una defensa ideológica del feudalismo como modelo querido por Dios. Destaca la figura del obispo Adalberón de Laon, que defiende que la sociedad se compone de tres estamentos: Oratores, bellatores y laboratores, los dos primeros no trabajan y son sostenidos por los terceros, porque así lo quiere Dios.

Función Social de los Monasterios, según la visión de la época: Los monasterios en este modelo justifican su utilidad social diciendo que alejan las amenazas divinas mediante la celebración de los ritos litúrgicos, las fiestas religiosas. Son una fuente de bendición para toda la sociedad a cambio de la cual reciben donativos de las clases dominantes (aristocracia, reyes).


Cluny lleva esto al extremo, se busca la alabanza litúrgica incesante, los monjes se dedican todo el tiempo posible al coro, no trabajan y buscan la estética litúrgica sobre todo. Se ridiculiza la vida rústica, el ayuno, la pobreza, la humildad todo lo que asemeje la vida del monje con el campesino iletrado.

Movimientos de Reforma Monástica en el siglo XI: Desde el propio monacato y desde los laicos se produce una reacción contra ese estilo de monacato cluniacense, se busca volver a los orígenes del cristianismo y del monaquismo, inspirándose en los Padres del desierto. Surgen nuevas órdenes y movimientos guiados por ideales como.

- Más pobreza y sencillez.
- Más oración simple.
- Más descentralización.

2.2 Nacimiento del Nuevo Monasterio (Císter).

Císter es uno de esos movimientos reformistas, uno de los que tendrá más éxito. Comienza con la salida de un grupo de monjes de Molesmes liderados por Roberto (Abad de molesmes), Alberico (que había sufrido malos tratos en Molesmes por buscar la reforma) y Esteban. Todos habían tenido experiencia eremíticas (tenían por tanto un ideal o sed del desierto, vida más libre y contemplativa).

• El desierto cisterciense:
Los primeros documentos no hablan de monasterio sino de eremus (desierto), desiero no es vivir en despoblado o en el bosque, sino un deseo de soledad y un estilo de vida, soledad que equivale a libertad frente a los lazos feudales y sociales que todo monasterio tenía en la época. También supone un estilo de vida: vivir la rectitud de la regla (frase técnica).

Vivir la rectitud de la RB, es vivir una nueva norma de vida monástica que cumple según ellos mejor los objetivos que busca la regla. Las características de este estilo serían:

- No observar la regla a la letra.
- Buscar una fidelidad y autenticidad a la experiencia que la RB quiere producir.


- Para ello proponen:


o Ámbito saludable y sosegado.
o Alejarse de los valores mundanos (dinero, prestigio, poder)
o Buscar una soledad y pobreza fecundas, que dan libertad.
o Vida frugal sin superficialidades.
o Destacar los valores de humildad y simplicidad.

Lo importante no es un valor u otro sino crear un clima (un estilo de vida) determinado mediante la integración de todos ellos.


• El Nuevo Monasterio para el Hombre Nuevo.
El monasterio quiere entonces ser una nueva ciudad, una nueva polis (nueva Jerusalem) con una estructura adecuada para despojarse del hombre viejo y crecer en el Hombre Nuevo, de ahí la importancia de vivir un conjunto de dimensiones y no sólo un valor u otro.

Se llamarán los monjes del Nuevo Monasterio (Císter será como les llamen sus críticos), en el sentido de que quieren destacar su carácter de ciudad del hombre nuevo, una escuela de libertad y de paz, una escuela de Caridad.


Los instrumentos y la orientación que le darán a su propuesta monástica destaca entre otros estos valores.


- Alejarse del mundo feudal para poder ser libres. Paradójicamente van a influir mucho en la sociedad del momento gracias a esa libertad)
- Dar la espalda a la nobleza, exaltar los valores de la rusticidad, entendida como un estilo de humanismo ecológico y cristiano, plasmada en que los monjes y nobles trabajan con sus manos.
- Comunión con el estrato mayoritario de la sociedad, el campesinado, bajo el ideal de ser pobres con Cristo pobre. La pobreza que buscan no es la mendicante sino la del trabajador, el campesino, que es solidario de los pobres y marginados con los frutos de su trabajo.
- Despojo de lo superfluo, valoración de lo sencillo, de lo “vulgar”, de lo secular.
- Valoración del trabajo y menos litúrgia.
- Regreso a los orígenes monásticos pero no de modo arqueológico, sino plenamente adaptados al contexto social que viven.
- Creación de una nueva estructura social: En el monasterio viven juntos monjes, conversos (religiosos laicos que entran y salen para trabajar en granjas y mercados) y colonos (familias de campesinos). Se rompe el feudalismo relativamente (sigue habiendo diferencias sociales) peor se da una mayor igualdad. Esto parece una revolución frente al feudalismo.


• La laicidad y la interculturalidad en los orígenes de Císter:
En la espiritualidad cisterciense se da un descubrimiento del valor espiritual de la vida secular, la vida cotidiana de los trabajadores y campesinos, frente a la vida ociosa de los nobles y clérigos acomodados. Viven la experiencia del trabajo y conviven con los campesinos (conversos y colonos). Parte de su literatura busca dar sentido espiritual a esta vida e introducir la importancia de la moralidad en la vida cotidiana, humanizarla.


La espiritualidad cisterciense bebe también del contexto secular en el que se encuentra, da un sentido espiritual a la filosofía y psicología de su tiempo de la que se alimenta de modo crítico y entra en diálogo con otras espiritualidades: el judaísmo para traducir mejor la Biblia, los cátaros a los que San Bernardo quiere convencer pero no perseguir, el amor cortés de influencia islámica con la valoración de la mujer y lo femenino en la experiencia espiritual, la influencia de la espiritualidad celta a través de la difusión del mito del Grial…

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sábado, 18 de diciembre de 2010

INTRODUCCIÓN A LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA


(conferencia y práctica de oración en la parroquia de san Saturnino, Alcorcón, España)


Buenas tardes, primero, si me lo permitís, daros las gracias por venir y felicitaros por haber decidido daros un tiempo para cultivar lo mejor de vosotros mismos, lo mejor de vuestra naturaleza, vuestro espíritu. Al menos lo vamos a intentar, no sé si lo lograremos pero la intención es crear un tiempo y un espacio “sagrados”, es decir, separado de los ámbitos de la prisa, el utilitarismo… poner límites a nuestras tendencias más egocéntricas y crear un ámbito para centrarnos en cultivar nuestra realidad más profunda, cultivar “el ser” para que luego nuestro hacer no sea una forma de alienación, de olvido de lo que somos, sino expresión de lo mejor nuestro.

Dar las gracias a Casto y al grupo que habitualmente se reúne aquí para orar y cultivar su vocación al ecumenismo, según creo. Es decir, cultivar una actitud propiciadora de la comunión, de la armonía, de la unificación desde el respeto a la diversidad, una actitud de acogida sin juicio, de diálogo… actitudes profundamente espirituales y, por tanto, que deben cultivarse especialmente mediante la oración, la contemplación, ya que ésta conduce, si es auténtica, a esa experiencia (aunque pueda ser pequeña y limitada) de comunión con todo y con todos en Dios.


La espiritualidad es un camino de unificación, de armonización, para poder ser creadores de comunión, de amor; es decir, un camino para vivir nuestra verdadera naturaleza que es imagen y semejanza de Dios, y Dios es Amor, por lo que nosotros también somos amor.


El monje es el “unificado” (o el que busca serlo) y todos tenemos algo de monje, todos tenemos una dimensión monástica. Hoy todos estamos llamados a vivir la espiritualidad contemplativa, y especialmente los laicos y laicas que cada vez deben tener más protagonismo en la iglesia según la eclesiología del Concilio Vaticano II. Introducir en un camino de oración contemplativa es lo que vamos a intentar en este encuentro.

La espiritualidad cisterciense, siguiendo la antropología cristiana de su época, nos dice que el hombre tiene una pluralidad de dimensiones: la dimensión corporal, la dimensión emocional, la racional y la dimensión espiritual (aquella que está más allá del cuerpo, las emociones y la razón, la que es capaz de percibir que somos más que cuerpo o mente).

Sentimos, sin embargo, que estamos fragmentados, divididos. La espiritualidad lo que se plantea como primer objetivo es que nos unifiquemos, lo cual nos hará pacíficos, acogedores, no generadores de tensión, dialogantes y a la escucha de los otros. Nos hará alcanzar de forma siempre limitada la “apatheia”, el equilibrio interno.


El que vive la apatheia es capaz de una actitud de paz y acogida. San Bernardo, el mayor difusor de la espiritualidad cisterciense, trabajó mucho en su época, a veces de forma muy firme, para lograr que la Iglesia no cayera en buscar el poder o el dinero, sino que fuera un ámbito acogedor, pacificador, dialogante, espiritual y contemplativo, que ayudara a la sociedad a vivir desde lo mejor de la naturaleza humana. Pienso que este programa sigue siendo válido para hoy, tanto para cada cristiano como para cada comunidad. Un monasterio es, de hecho, hoy una iglesia que acoge sin juzgar, que intenta pacificar y que genera un espacio para vivir y cultivar la unificación y la comunión con uno mismo y entre los hombres. Y creo que eso tiene que ver mucho con el estilo de un grupo ecuménico hoy.

Como os decía el camino de la oración busca unificar todas las dimensiones que nos constituyen: el cuerpo, las emociones, la razón y el espíritu.


En la experiencia de oración de hoy vamos primero a tomar contacto con nuestro cuerpo para, como dice san Juan de la Cruz; sosegar la casa, relajarnos. También vamos a trabajar nuestras emociones centrándolas en la contemplación de Cristo, a través del pasaje del evangelio que vamos a meditar, a trabajar la razón reflexionando sólo un poco sobre qué significa ese pasaje y a trabajar el espíritu saboreando mediante la contemplación amorosa el pasaje , es decir, mediante la atención amorosa a la huella que nos deje el pasaje.

Ahora bien, la espiritualidad contemplativa no es sólo un trabajo individual de unificación, eso podría ser una forma de narcisismo espiritual, de egoísmo. La espiritualidad culmina cuando nos abrimos a toda la realidad, a los otros, al cosmos y a Dios.

Nos ha de sacar del egocentramiento para hacernos sentir comunión con Todo y creadores, difusores de esa comunión-armonía entre los que nos rodean. La espiritualidad nos hace sentir que somos personas, no individuos aislados, sino comunión, relación con todo sin fusión, sin dejar de ser quienes somos.

No es lo mismo ser persona que ser un individuo, la persona es algo único e irrepetible, tiene un misterio inefable, es una relación única con Todo y con todos, por ello, es comunión, un reflejo del Dios Comunión, del Dios Trinidad, unidad en la pluralidad.

El monacato cisterciense es la primera espiritualidad moderna, moderna porque se centra en la persona, pone a la persona como el centro de la realidad, lo más valioso de la realidad. Entendida como comunión. Es un personalismo espiritual, un humanismo. San Bernardo dirá: Magna res homo (¡qué gran cosa es el hombre!). la espiritualidad nos humaniza y nos hace descubrir la entraña humanista del cristianismo.


La experiencia espiritual no debe quedar centrada en mí, debe llevarnos a la realidad, al Otro con mayúscula y a los otros, dar la mano a los otros al descubrir que no sólo estamos en relación con ellos, sino que somos relación con ellos y sin ellos no seríamos quienes somos.


Como cristianos descubrimos que somos relación y comunión al encontrarnos con Cristo, comunión de la humanidad y el misterio, y Dios, manifestación para nosotros de la Trinidad, de la Comunión- Amor que fundamenta la realidad. Así decía Dante que el Amor mueve los astros y las altas estrellas, el cosmos entero.

Hoy nos vamos a encontrar a Cristo a través de su Palabra y a través de la Comunidad, de la Iglesia. La palabra de Dios nos transmite la experiencia de las primeras comunidades de encuentro con el Señor, y evoca en nosotros esa experiencia de encuentro con Cristo. Experiencia que está más allá de las palabras y que por lo tanto necesita ser transmitida también por osmosis, de corazón a corazón, mediante el encuentro con otros que nos dejan una huella, que va transformando el corazón y abriéndolo a la Palabra, a Cristo.

En este rato de oración vamos a intentar abrirnos a esa huella, a esa semilla de contemplación a través de la Escritura y de los otros hermanos, de la comunidad. Vamos a intentar ir más allá de las palabras a ese ámbito espiritual nuestro más allá del pensamiento, la emoción, el tiempo o el espacio.

Pero la oración no termina aquí, la meta de la oración es que sea continua, no que estemos rezando con palabras todo el tiempo, sino que vivamos la oración en el trabajo, en la vida diaria mediante una actitud de acogida, ternura, diálogo, desde la semilla de comunión que sembramos al orar, que actuemos luego desde nuestra verdadera naturaleza imagen de Dios Amor.

Es más, siendo muy positiva y muy beneficiosa la experiencia profunda de oración en silencio, no debe tampoco convertirse para nosotros en una trampa, y es una trampa cuando nos quedamos enganchados en ella.


La meta no es estar siempre en la “contemplación” sino lo que los cistercienses llamamos la “pobreza fecunda”, cuando podemos ver el misterio en lo que, para el ego, es lo más feo, lo más pobre, lo más marginal, lo aparentemente más alejado de lo espiritual. Entonces la contemplación no nos aleja de la realidad sino que nos acerca a ella, a toda la realidad, nos realiza (hace reales).


De modo que no se queden con mis palabras, olviden aquello que no les diga nada o no les guste, no se queden enganchados en ellas, y ojalá puedan ver algo del misterio a pesar de la pobreza del discurso.














martes, 7 de diciembre de 2010

Dios viene al Corazón, por San Bernardo de Claraval.


Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron.

En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan […] Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama —nos dice— guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón, sin duda alguna, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti…

De S. Bernardo, Abad. Sermón 5 en el adviento del Señor.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Los Peligros de la Iluminación según el Zen y la Mística Cristiana.



Son muchos los que creen que el final del camino espiritual es conseguir la llamada “Iluminación”, “Kensho”, “Satori”(como dicen en el zen japonés), la experiencia de ir más allá de los propios límites, de unificación con la Realidad.

Algunos juzgan al cristianismo una tradición “menor” porque no se centra en esta experiencia o la expresa de modo menos “absoluto” a otras Tradiciones que hablan de “Vacío”, “Liberación Total del yo”… enfatizando siempre el cristianismo la no disolución de la persona (que no es lo mismo que el individuo o ego) en la experiencia. La experiencia final es de adualidad no de monismo, de comunión con todo sin dejar de ser quienes somos, de Amor.


Está claro que esta experiencia de Iluminación es importante en el camino místico y nos abre a ver la realidad como verdaderamente es, con su belleza y profundidad, desconocida mientras la vemos desde el ego. Si bien, quedarnos en la experiencia de la Iluminación es alejarnos del Camino.


La experiencia de la Iluminación o Contemplación es sólo una experiencia (extraordinaria si se quiere) y la meta del Camino es la Transformación de nuestro ser, saliendo de nuestra visión egocéntrica y viviéndonos como comunión con Todo y todos sin dejar de ser quienes somos. La meta es el Amor.


La experiencia nos lleva a ligarnos más a nuestra tradición, a nuestra comunidad, a nuestros maestros, a nuestros hermanos, en especial, los más pobres y desvalidos. Nos hace más humildes y necesitados de la guía de la comunidad, sin dejar de ser lo que somos y entendiendo la comunidad no como una institución uniformadora sino como una comunión desde la pluralidad de sensibilidades y caminos. Nos puede hacer críticos con la institución desde el profundo amor y unión con nuestra comunidad espiritual.


En todas las tradiciones se ha dado el peligro de quedarse en la Iluminación. Así, en el Zen el maestro Hakuin habla de la enfermedad zen (en el cristianismo hablaríamos del quietismo), fruto de este centramiento desordenado en la experiencia de Iluminación, que tiene dos manifestaciones:

- La pequeña enfermedad zen, que es de tipo físico y nervioso; se da en aquellos que por su exceso en la búsqueda de la “experiencia” descuidan el cuidado de su cuerpo y psicología y enferman. El remedio para ella, es cuidar el cuerpo y la psique atendiendo a sus necesidades.

- La gran enfermedad zen, la de aquellos que tras tener una experiencia de Iluminación se quedan en ella y no quieren someterse a las enseñanzas de la Tradición, de los maestros y de la Comunidad. Creen que están más allá de la moral o de la institución y que no deben escuchar ni obedecer a nadie que no sea ellos mismos. No salirse de las enseñanzas de la tradición y de la comunidad, aunque sea dándole una nueva visión, es el remedio. La importancia de caminar con otros aprendiendo de ellos es fundamental.


En el cristianismo se ha enfatizado siempre la importancia de la comunidad, se ha señalado siempre que la experiencia auténtica nos lleva a vivir en la Iglesia, en la Comunidad, siendo obedientes a la misma, si bien con unas miras que van a lo esencial y rechazan una visión burocratizada o uniformadora de la Iglesia.


Por otra parte, otro valor muy destacado para evitar el peligro del quietismo es la importancia de la transformación moral después de la experiencia.


En el shingaku (una escuela laica de zen) se enfatiza que la experiencia ha de llevar a una actuación ética espontánea (Maestro Toan), pues si es auténtica nos lleva a actuar desde una mente no calculadora, no egocentrada. Si no hay transformación ética, la experiencia de la iluminación es enfermiza. El comportamiento solidario es propio de la experiencia auténtica, ha de llevar a la compasión por Todo y todos, al compromiso con los otros y con el cosmos entero.

La espiritualidad cisterciense ha tenido esto siempre muy claro, decía San Bernardo que supo de la venida del Verbo a su “alma” por la transformación moral que experimentó, ésta es la verdadera huella de la “experiencia”, mucho más importante que cualquier “éxtasis” o “kensho”. Lo cual no quiere decir que la experiencia sea simplemente una transformación moral (reduciríamos la espiritualidad a un moralismo) sino que nos ha de llevar a actuar de modo plenamente humano, no nos saca de nuestra limitada situación humana y de nuestras responsabilidades, sino que nos hace más conscientes de ellas y con energía para afrontarlas.


En la espiritualidad cisterciense la experiencia final es la de la “pobreza fecunda”, descubrir el valor de lo más pequeño, lo más pobre, lo más feo (desde el punto de vista del ego) como el lugar donde la experiencia se revela más plenamente. La experiencia nos debe hacer sencillos, no complicados gurus iluminados. Si no nos hace más tiernos, más humildes, más unidos a nuestros hermanos de Iglesia o Tradición, más amantes de los pobres y marginados, no es la experiencia de verdad o nos hemos apoderado de ella y la hemos estropeado.

martes, 5 de octubre de 2010

¿Qué le puede aportar a la cultura actual conocer la mística cisterciense? Un cristianismo místico y no integrista para salir de la fragmentación.


La mística no es solamente un objeto de estudio, es un sujeto con voz propia, con una perspectiva propia. De modo que el mejor modo de conocerla es entablar un diálogo con ella y no el someterla a una disección analítica objetivadora.


Como dice Thomas Merton “cuanto más se intenta analizarla objetiva y científicamente tanto más se vacía de su contenido real, ya que esta experiencia está más allá del alcance de las palabras y razonamientos”.


Dese el punto de vista de la mística no hay otro modo de conocerla que experimentarla, hacerse místico y no hay otro modo de hacerse místico que “entrar en relación”, “encontrarse”, “transformarse por el encuentro con ella”.

La mística se abre al encuentro no desde la apologética y la militancia sino desde un valor monástico fundamental: la hospitalidad.

La mística acoge sin forzar, respetando la libertad del otro e implicándose con él, animándole a entrar en comunión, sin fusión, con ella.

Desde el punto de vista de la mística no hay otro modo de espiritualizar la cultura que “hacerse místico” y no hay otro modo de “hacerse místico” que entrar en una cadena de transmisión de la mística, en una tradición viva.


La mística ha permanecido a veces demasiado altiva, al margen de las disciplinas culturales y científicas, como si pudiera existir al margen de ellas. Por ello, la mística debe dar hoy el primer paso y propiciar el encuentro con la cultura.

El monacato cisterciense es una reforma contemplativa del monacato benedictino realizada en el siglo XII bajo el impulso de San Bernardo de Claraval.


Podríamos decir que es la primera mística moderna, la primera mística que es netamente personalista, que pone a la persona en el centro de la realidad. Los monjes cistercienses expresarán su experiencia personal en sus escritos, creando así la primera teología mística occidental.

Císter es un humanismo integral y como tal parte del principio de la persona como realidad y valor fundamental. Entendiendo la persona no como individuo sino como comunión, como relación con todo y con todos sin perder su identidad única y diferenciada.

La primera aportación que nos puede dar el monacato cisterciense es descubrir la existencia de un primer proyecto moderno que unía espiritualidad y cultura.

Esto supone confrontar diversas interpretaciones de la modernidad que hoy defienden diversos defensores de la espiritualidad. Es decir, supone plantear otra alternativa tanto a la visión antimoderna, que cree que la modernidad es esencialmente antiespiritual, como la visión postmoderna, que cree que la esencia de la modernidad es aceptar la fragmentación cultural, cuando existe una modernidad mística que busca superar la fragmentación, como superar también la visión transmoderna o transpersonal, que cree que la modernidad no tiene una mística y debe descubrirla ahora, cuando la mística ya estaba en la modernidad desde su origen, si bien el primitivo proyecto moderno del siglo XII fuera desechado finalmente en el siglo XV, naciendo una modernidad separada de lo espiritual.

El monacato cisterciense es también un fenómeno cultural, social, económico, político y artístico. Es un ejemplo de unión de la cultura y la espiritualidad.


Para el monacato, la cultura es un instrumento no un fin en sí misma. La cultura monástica relativiza los logros culturales, realiza sobre ellos un despojamiento, los descentra, los saca de sí mismos y los pone al servicio de lo más profundo del ser humano.


Para Jean Leclercq el monje es “un sabio, un letrado, pero no es un hombre de ciencia, un hombre de letras, un intelectual sino un espiritual”.


La mística también enriquece la cultura, no porque sea un “saber sobre los otros saberes” sino porque busca ser el fondo de todo saber, convertir cualquier ciencia o arte en un camino de realización del ser, en un camino hacia el Amor.


La mística necesita de la cultura pero no es un elemento cultural más, aunque lo consideremos el más elevado, está más allá de la cultura.

La mística unifica la cultura haciéndola salir de la fragmentación de saberes que aportan las diversas ciencias, ya que les da a todas una misma dirección: que puedan llegar a ser caminos hacia la experiencia mística sin perder cada una su propia identidad y autonomía. La mística respeta la autonomía científica, simplemente añade la dimensión simbólica sin confundirla con la dimensión científica en sentido positivista.


Una mística verdadera no uniformiza haciendo un sistema que pretenda abarcar toda la verdad, sino que unifica en la pluralidad, haciendo que cualquier camino que cumpla unos mínimos éticos y epistemológicos, pueda ser también un camino místico.

Los monjes cistercienses dieron esa dimensión simbólica a la antropología y psicología de su tiempo. Lograr reconstruir esa dimensión simbólica es una de las tareas para hacer de cualquier ciencia o arte un camino místico.

El monacato cisterciense, como cualquier mística, es también una experiencia. ¿Qué es la experiencia mística?.

Merton dice “es un repentino don de toma de conciencia, un despertar a lo real en el que todo es real, una comprensión viva del Ser Infinito que está en la raíz de nuestro ser limitado”.

Ahora bien, no es una mera experiencia subjetiva, es comunicable a otros por vía simbólica y es también recibida, por ósmosis, de otros. Pierre Miquel dice “no se nace monje; se llega a ser monje; se es recibido en la vida monástica, o mejor, se recibe la vida monástica de otro”.


La mística tiene una dimensión comunitaria y se valida mediante el reconocimiento de otros. Una mística puramente subjetiva es imperfecta.


La mística, en definitiva, no es un discurso, es una persona colectiva, una cadena de transmisión o iniciación.

Así se define el zen a sí mismo (en una traducción un tanto libre), y es una definición válida para cualquier mística:

una transmisión especial, más allá de las Escrituras,
Más allá de palabras y letras,
Que se dirige directamente al corazón,
Nos hace descubrir nuestra verdadera naturaleza y nos pone en comunión con todo”.

La mística se recibe de otros más allá de las palabras, por ósmosis, mediante el encuentro con otros que la viven. La mística no existe, existen los místicos. Por eso, recuperar a los místicos, más que la mística como discurso o saber, es fundamental para integrar espiritualidad y ciencia.

Los místicos son los encargados de “abrir” al simbolismo la cultura y eso es lo que hicieron los monjes cistercienses con la ciencia de su época.


La cultura monástica no describe los fenómenos, sino que los narra, intenta provocarlos en el oyente (es performativa). La antropología y psicología cistercienses son ante todo una lectura simbólica de la antropología y psicología del momento que buscaba provocar la experiencia mística en el otro.

El centro de la mística cisterciense es la experiencia de que todo es relación, la realidad es relación, es amor. Esto es lo que expresa el símbolo de la Trinidad, la realidad es plural y, a la vez, es una. Llegar a conocer esta experiencia es la meta del ser humano. Ahora bien, no se puede conocer sólo por la razón sino por el amor, que es un tipo de conocimiento en el que el conocedor se transforma en lo conocido.


La antropología cisterciense concibe al hombre más que como individuo como persona, como comunión. Nuestra verdadera naturaleza está más allá del individuo, del ego, es amor y libertad en la limitación.

Nuestra tarea es salir de la identificación con el ego para realizarnos como comunión con todo y con todos, eso es alcanzar nuestra verdadera naturaleza que es imagen y semejanza de Dios.

San Bernardo en su libro “De Diligendo Deo” (tratado del Amor a Dios) elaboró un camino de los grados del amor a Dios


1) Amar al hombre como hombre.
2) Amar a Dios porque lo necesitamos.
3) Amar a Dios por él mismo.
4) Amar al hombre desde Dios.

La experiencia culmina en el compromiso con el otro, con el hermano, dar la mano a otro.
El comienzo de todo camino espiritual es conocerse a uno mismo, de ahí la necesidad de la psicología para la mística.

Para la psicología cisterciense se pueden diferenciar tres estructuras en la mente, que a su vez son tres momentos evolutivos: el anima, el animus y el spiritus.


El hombre vive en la región de la desemejanza, está en desarmonía y debe recuperar la armonía o semejanza. Para armonizar la mente primero hay que integrarla con el cuerpo y luego abrirla a lo espiritual.


La antropología cisterciense habla de cuatro dimensiones humanas, simbolizadas por los cuatro lados del claustro de los monasterios: La corporal, la mental, la espiritual y la social. Desarrollar e integrar esas cuatro dimensiones es la labor del monje y de cualquier hombre.


La afectividad está presente en todo el camino, el monasterio es una escuela del amor, un lugar para educar las emociones hasta hacerlas affectus, emoción integrada con la razón y con el espíritu. El camino es la relación personal con Cristo, primero con el Jesús humano y por último con el Cristo Total, con toda la realidad, es decir, evolucionar de una afectividad muy narcisista a una afectividad más madura y gratuita.


Estos son los contenidos a grandes rasgos de la antropología y psicología cistercienses, lo importante no es quedarse con los contenidos como con el estilo, con el modo de unificación de mística y antropología y psicología que nos pueda servir como guía para integrarlas en la actualidad.

El primer paso a dar es recuperar una mística viva, comunidades y cadenas, redes de corazones que vivan una mística auténtica. Hoy la mística está desapareciendo en todas las culturas y religiones. Además hoy la mística no parece encontrarse en el centro de las tradiciones sino en las periferias, en los márgenes, en las fronteras, en los lugares de encuentro sin confusión de las religiones. El ecumenismo y el diálogo interreligioso es uno de los lugares de la mística hoy.


Recuperar la mística supone abrir el paradigma cultural positivista y caminar hacia un paradigma más humanista y espiritual. En este aspecto, la psicología como ciencia a mitad de camino entre las ciencias y las espiritualidades puede ser una ciencia de vanguardia hoy.

Recuperar la mística también supone revitalizar las comunidades místicas, revitalizar las cadenas iniciáticas, esto hoy supone el encuentro entre las diversas místicas de diversas tradiciones, colaborando unas con otras para enriquecerse mutuamente, sin perder cada una su identidad.


Alcanzar la utopía de una mística renovada e integrada en la cultura supondría una nueva cultura:


- Una cultura unificada (no uniformada) que superara la fragmentación cultural actual, en la que todos los caminos científicos y artísticos se dirigirían en último término al mismo objetivo (la experiencia mística) sin perder cada uno su identidad.

- Una cultura humanista, en la que la persona sería el centro y los valores de humildad, libertad y amor estarían por encima del poder o el saber.

- Una cultura dinámica. La mística rechaza la sistematización estática y relativiza todo sistema sin rechazar una necesaria estructuración. La mística es flexible y flexibiliza.


- Una cultura pluralista. La experiencia mística nos hace descubrir el pluralismo como una estructura última de la realidad, logra la comunión sin eliminar las diferencias. Nada tiene que ver el pluralismo con el relativismo. El pluralismo afirma una pluralidad de caminos pero no niega que la verdad existe, ni cree que todos los caminos sean iguales, los hay más verdaderos y menos, mejores y perores.






martes, 21 de septiembre de 2010

El necesario encuentro con Oriente para renovar la mística y la cultura occidental. El papel de la mística cisterciense.


Occidente es, por supuesto, nada más que una pequeña parte del mundo pero hoy por una serie de circunstancias históricas, lo que ocurre en Occidente tiene repercusiones mundiales.

Naturalmente que esta situación es cuestionable, pero también es cierto que esa es la realidad que tenemos y que si queremos caminar hacia un mundo menos uniforme y más pluralista tenemos que tener muy presente la necesidad de transformar la cultura occidental. Esa transformación necesita de la mística, no de discursos místicos, sino de personas y comunidades, movimientos que vivan la experiencia y que transmitan por osmosis, más allá de las palabras y los discursos racionales, la experiencia mística.

Hoy la mística occidental, por diversas circunstancias históricas, no tiene la profundidad ni la vitalidad que tienen las místicas de Oriente. Desvinculada de la cultura moderna y, a la vez, en un medio ambiente que desconoce la verdadera naturaleza de la contemplación, ni puede fecundar la cultura que la rodea ni alcanza a comprender toda la profundidad del patrimonio espiritual que posee.

Sin embargo, Occidente no puede ser fecundado por una mística oriental salvo que ésta se occidentalizara, corriendo el riesgo en el proceso de perder su profundidad como le ha ocurrido a las místicas occidentales.

El camino más viable para la renovación de nuestra cultura es dejarse fecundar por una mística occidental. De optar por esta vía, el camino a seguir sería, por una parte, una inculturación de esa mística tradicional en la realidad moderna, asumiendo de forma crítica la cosmovisión y los valores del mundo moderno. Esto supone abandonar modelos de expresión premodernos que enfatizan el desprecio al mundo, a la secularidad, que son dualistas, que se centran en la renuncia, y descubrir el valor espiritual de la secularidad, del cuerpo, de la alegría, del placer, de la comunicación…


Pero esto no es suficiente, hay que crecer en la experiencia contemplativa y esto sólo se logra por contacto con maestros y grupos espirituales vivos, de ahí la necesidad del encuentro con otras tradiciones orientales más vivas que puedan ayudar a redescubrir la profundidad de la experiencia mística occidental.

En el caso cisterciense son esperanzadores los encuentros con el zen, que han producido frutos diversos
, ente ellos, el nacimiento, por ejemplo, de un método contemplativo occidental con gran éxito y difusión como es el de la oración centrante de Thomas Keating.

Sin embargo hay mucho camino por recorrer en esta dirección, tanto por parte de las actuales comunidades místicas occidentales, que deben renovarse, como por los intelectuales y animadores culturales, que deben abrirse a la mística, de modo que puedan caminar juntos, desde el respeto y el diálogo, hacia una nueva civilización más humana, más contemplativa, una civilización del amor.