R. Panikkar considera que “lo monástico” es un arquetipo, una invariable antropológica presente en todo hombre y en toda mujer, consistente en la tendencia a buscar el centro o la unidad interna y externa. Todos tenemos algo de monjes o monjas y, de alguna forma, tod@s debemos desarrollar esta dimensión.
De forma que es una potencialidad que debemos realizar, es decir, convertir en experiencia. Las grandes tradiciones culturales y religiosas de la humanidad habrían nacido de experiencias monásticas o de unificación y plenitud y serían caminos para lograr esa experiencia.
En el centro de todas las tradiciones podríamos encontrar, por lo tanto, un núcleo común, esa experiencia de unificación y realización, esa experiencia que podríamos llamar mística, la meta a la que nos conducirían todas esas tradiciones.
Algunos han hablado, por ello, de la existencia de un núcleo común a todas las religiones, la tradición primordial o perennis, que sería ese núcleo en el que todas las tradiciones coinciden.
Guenon es quizá el más destacado pensador contemporáneo en dar a conocer esta visión. Él diferenciaba el núcleo esotérico o interno, común a todas las tradiciones, y la “corteza” exotérica o externa, que serían las diferencias entre ellas, en último término irreales e ilusorias.
Panikkar es más matizado en su descripción de ese núcleo de las tradiciones. No es simplemente un lugar donde todas se unifican, es un lugar de unión en la diferencia. Cada tradición expresa algo único y propio que ninguna otra tradición expresa de la misma manera, aunque entre ellas también existan elementos comunes que permiten el diálogo y el mutuo entendimiento por encima de las diferencias. La experiencia monástica más que una experiencia de unidad por encima de las diferencias, es una experiencia de unidad en la pluralidad, no pretende hacer desaparecer las diferencias, lo que busca es evitar el enfrentamiento o la fragmentación de lo que es diverso.
A esta experiencia monástica la denomina Panikkar como cosmoteándrica, porque es una experiencia de unificación sin confusión de lo divino, de lo humano y de lo cósmico. También habla de una experiencia de secularidad sagrada, porque es una experiencia que valora tanto lo espiritual como lo secular, la unidad y la pluralidad, lo contemplativo como lo activo. Es no-dual, es decir, no lo unifica todo en la unidad sin respetar las diferencias, ni mantiene la realidad separada y fragmentada. No es monista ni dualista es a-dual.
La mística monástica es, por lo tanto, una mística que no es meramente interna, supone un compromiso social e interpersonal, además de personal. Es una experiencia integral, por eso, podríamos llamarla también mística política.
El último proyecto occidental que intentó construir la sociedad desde esa experiencia monástica ocurrió en el siglo XII, cuando la orden cisterciense y la orden templaria colaboraron en crear un modelo de sociedad que intentaba unir lo diverso, lograr la paz incluso a nivel supraeuropeo, hacer una Iglesia contemplativa y una sociedad más igualitaria y más preocupada por la justicia y los pobres.
Este proyecto fue vencido y desvirtuado, la Iglesia se convirtió en un poder que reclamaba la supremacía social, la unidad supraestatal fue imposible y la sociedad se centró en la búsqueda de la supremacía económica de unos sobre otros, más que en la igualdad y la solidaridad mutua.
Recuperar este proyecto monástico es esencial para poder dar solución a las graves contradicciones que nos aquejan, por eso el tomar conciencia de lo que ocurrió en nuestro pasado y el intentar lograr la experiencia monástica o de unidad en la diferencia, y el comprometernos en extenderla socialmente son medias urgentes si queremos ayudar a solucionar la crisis colectiva que parece estamos atravesando
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