Un lugar para conocer la mística cisterciense en sus más variadas manifestaciones (las tradicionales: monásticas, caballerescas-Temple y otras órdenes de caballería- y las más actuales: laicales y el zen cristiano) abierto a tod@s los que sienten interes por ella o desean encarnar en sus vidas este carisma tan plural.

viernes, 24 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD 2010

(Claustro de Sta. María de Huerta, navidad 2010)


El silencio es el lugar en el que Cristo nacerá en nosotros.
Anselm Grün O.S.B.

Génesis de la espiritualidad cisterciense.




1. Introducción Histórica:

El monacato benedictino es uno de los fenómenos espirituales, culturales y sociales más importantes de Occidente. Surge en el siglo VI con la figura de San Benito de Nursia, cuya vida será dada a conocer a través del Papa Gregorio Magno en su obra el “ libro de los Diálogos”.

Verdaderamente el benedictinismo pasa a ser dominante en Europa a partir de Benito de Aniano, fundador de un monasterio benedictino en el siglo VIII, cuyo modelo consigue el respaldo de Carlomagno y Luis el Piadoso, los emperadores de Occidente, que impondrán e impulsarán el uso de la regla de san Benito en todo el monacato Occidental. Su modelo tiende al centralismo y al legalismo.


Con el surgimiento de Cluny en el siglo X (910) se constituye una orden extendida por toda Europa, la más importante del momento, con una estructura centralizada en Cluny. El monacato benedictino alcanzará su máximo esplendor.


El origen remoto de toda esta historia del monacato europeo hay que buscarlo en Egipto, a finales del siglo III y comienzo del IV con el nacimiento del monacato eremítico (San Antonio, cuya vida escribió San Atanasio) y del cenobítico con San Pacomio.

En el siglo IV destaca la figura de san Basilio de Cesarea (monacato cenobítico) y Evagrio Póntico (monacato eremítico, culto, origenista). Su discípulo Juan Casiano, en el siglo V, traerá el monacato egipcio a Europa escribiendo dos libros fundamentales: las Colaciones y las Instituciones, fundando un monasterio en Marsella. También influirá San Agustín (S. V) que elabora una Regla para cenobitas.

En el siglo XII, surge Císter, un nuevo monacato que sigue la Regla de San Benito (RB) pero bebiendo de todas las fuentes anteriores (Padres del desierto, Basilio, Agustín, Gregorio de Nisa), generando un monacato plenamente benedictino y, a la vez, muy original. Que regresa a las fuentes del monacato y está plenamente adaptado a la cultura humanista del siglo XII, siendo de hecho un humanismo espiritual cristiano.

2. Génesis del carisma.

El monasterio de Císter se funda en 1098, habiendo salido los fundadores de un monasterio benedictino de origen cluniacense ya reformado, Molesmes, si bien no lo suficiente según los fundadores: Roberto, Alberico y Esteban y un número impreciso de monjes entre una docena y una veintena. Con la entrada de san Bernardo y unos treinta compañeros comenzará su ascenso imparable en toda Europa.


Puede decirse que el carisma se genera entre 1098 y 1125, cuando San Bernardo publica su primer tratado (Grados de la Humildad).

Los documentos fundamentales que recogen los orígenes del monasterio de Císter son la Carta de Caridad (hay varias versiones) y el Exordio Parvo (con varis versiones), cuyo contenido ha sufrido al influencia de la visión de los seguidores de San Bernardo.


2.1 Clima social y monástico.

La sociedad del momento vive en el feudalismo, régimen social caracterizado por la dependencia de unos hombres sobre otros. Desde el siglo XI se están produciendo cambios en el modelo feudal: lentos progresos agrícolas, aumento del comercio y la circulación monetaria, lo que hará que los señores aumenten los impuestos para disponer de dinero, lento resurgir de las ciudades. Los defensores del modelo feudal se sienten amenazados y comienzan a desarrollar una defensa ideológica del feudalismo como modelo querido por Dios. Destaca la figura del obispo Adalberón de Laon, que defiende que la sociedad se compone de tres estamentos: Oratores, bellatores y laboratores, los dos primeros no trabajan y son sostenidos por los terceros, porque así lo quiere Dios.

Función Social de los Monasterios, según la visión de la época: Los monasterios en este modelo justifican su utilidad social diciendo que alejan las amenazas divinas mediante la celebración de los ritos litúrgicos, las fiestas religiosas. Son una fuente de bendición para toda la sociedad a cambio de la cual reciben donativos de las clases dominantes (aristocracia, reyes).


Cluny lleva esto al extremo, se busca la alabanza litúrgica incesante, los monjes se dedican todo el tiempo posible al coro, no trabajan y buscan la estética litúrgica sobre todo. Se ridiculiza la vida rústica, el ayuno, la pobreza, la humildad todo lo que asemeje la vida del monje con el campesino iletrado.

Movimientos de Reforma Monástica en el siglo XI: Desde el propio monacato y desde los laicos se produce una reacción contra ese estilo de monacato cluniacense, se busca volver a los orígenes del cristianismo y del monaquismo, inspirándose en los Padres del desierto. Surgen nuevas órdenes y movimientos guiados por ideales como.

- Más pobreza y sencillez.
- Más oración simple.
- Más descentralización.

2.2 Nacimiento del Nuevo Monasterio (Císter).

Císter es uno de esos movimientos reformistas, uno de los que tendrá más éxito. Comienza con la salida de un grupo de monjes de Molesmes liderados por Roberto (Abad de molesmes), Alberico (que había sufrido malos tratos en Molesmes por buscar la reforma) y Esteban. Todos habían tenido experiencia eremíticas (tenían por tanto un ideal o sed del desierto, vida más libre y contemplativa).

• El desierto cisterciense:
Los primeros documentos no hablan de monasterio sino de eremus (desierto), desiero no es vivir en despoblado o en el bosque, sino un deseo de soledad y un estilo de vida, soledad que equivale a libertad frente a los lazos feudales y sociales que todo monasterio tenía en la época. También supone un estilo de vida: vivir la rectitud de la regla (frase técnica).

Vivir la rectitud de la RB, es vivir una nueva norma de vida monástica que cumple según ellos mejor los objetivos que busca la regla. Las características de este estilo serían:

- No observar la regla a la letra.
- Buscar una fidelidad y autenticidad a la experiencia que la RB quiere producir.


- Para ello proponen:


o Ámbito saludable y sosegado.
o Alejarse de los valores mundanos (dinero, prestigio, poder)
o Buscar una soledad y pobreza fecundas, que dan libertad.
o Vida frugal sin superficialidades.
o Destacar los valores de humildad y simplicidad.

Lo importante no es un valor u otro sino crear un clima (un estilo de vida) determinado mediante la integración de todos ellos.


• El Nuevo Monasterio para el Hombre Nuevo.
El monasterio quiere entonces ser una nueva ciudad, una nueva polis (nueva Jerusalem) con una estructura adecuada para despojarse del hombre viejo y crecer en el Hombre Nuevo, de ahí la importancia de vivir un conjunto de dimensiones y no sólo un valor u otro.

Se llamarán los monjes del Nuevo Monasterio (Císter será como les llamen sus críticos), en el sentido de que quieren destacar su carácter de ciudad del hombre nuevo, una escuela de libertad y de paz, una escuela de Caridad.


Los instrumentos y la orientación que le darán a su propuesta monástica destaca entre otros estos valores.


- Alejarse del mundo feudal para poder ser libres. Paradójicamente van a influir mucho en la sociedad del momento gracias a esa libertad)
- Dar la espalda a la nobleza, exaltar los valores de la rusticidad, entendida como un estilo de humanismo ecológico y cristiano, plasmada en que los monjes y nobles trabajan con sus manos.
- Comunión con el estrato mayoritario de la sociedad, el campesinado, bajo el ideal de ser pobres con Cristo pobre. La pobreza que buscan no es la mendicante sino la del trabajador, el campesino, que es solidario de los pobres y marginados con los frutos de su trabajo.
- Despojo de lo superfluo, valoración de lo sencillo, de lo “vulgar”, de lo secular.
- Valoración del trabajo y menos litúrgia.
- Regreso a los orígenes monásticos pero no de modo arqueológico, sino plenamente adaptados al contexto social que viven.
- Creación de una nueva estructura social: En el monasterio viven juntos monjes, conversos (religiosos laicos que entran y salen para trabajar en granjas y mercados) y colonos (familias de campesinos). Se rompe el feudalismo relativamente (sigue habiendo diferencias sociales) peor se da una mayor igualdad. Esto parece una revolución frente al feudalismo.


• La laicidad y la interculturalidad en los orígenes de Císter:
En la espiritualidad cisterciense se da un descubrimiento del valor espiritual de la vida secular, la vida cotidiana de los trabajadores y campesinos, frente a la vida ociosa de los nobles y clérigos acomodados. Viven la experiencia del trabajo y conviven con los campesinos (conversos y colonos). Parte de su literatura busca dar sentido espiritual a esta vida e introducir la importancia de la moralidad en la vida cotidiana, humanizarla.


La espiritualidad cisterciense bebe también del contexto secular en el que se encuentra, da un sentido espiritual a la filosofía y psicología de su tiempo de la que se alimenta de modo crítico y entra en diálogo con otras espiritualidades: el judaísmo para traducir mejor la Biblia, los cátaros a los que San Bernardo quiere convencer pero no perseguir, el amor cortés de influencia islámica con la valoración de la mujer y lo femenino en la experiencia espiritual, la influencia de la espiritualidad celta a través de la difusión del mito del Grial…

.








sábado, 18 de diciembre de 2010

INTRODUCCIÓN A LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA


(conferencia y práctica de oración en la parroquia de san Saturnino, Alcorcón, España)


Buenas tardes, primero, si me lo permitís, daros las gracias por venir y felicitaros por haber decidido daros un tiempo para cultivar lo mejor de vosotros mismos, lo mejor de vuestra naturaleza, vuestro espíritu. Al menos lo vamos a intentar, no sé si lo lograremos pero la intención es crear un tiempo y un espacio “sagrados”, es decir, separado de los ámbitos de la prisa, el utilitarismo… poner límites a nuestras tendencias más egocéntricas y crear un ámbito para centrarnos en cultivar nuestra realidad más profunda, cultivar “el ser” para que luego nuestro hacer no sea una forma de alienación, de olvido de lo que somos, sino expresión de lo mejor nuestro.

Dar las gracias a Casto y al grupo que habitualmente se reúne aquí para orar y cultivar su vocación al ecumenismo, según creo. Es decir, cultivar una actitud propiciadora de la comunión, de la armonía, de la unificación desde el respeto a la diversidad, una actitud de acogida sin juicio, de diálogo… actitudes profundamente espirituales y, por tanto, que deben cultivarse especialmente mediante la oración, la contemplación, ya que ésta conduce, si es auténtica, a esa experiencia (aunque pueda ser pequeña y limitada) de comunión con todo y con todos en Dios.


La espiritualidad es un camino de unificación, de armonización, para poder ser creadores de comunión, de amor; es decir, un camino para vivir nuestra verdadera naturaleza que es imagen y semejanza de Dios, y Dios es Amor, por lo que nosotros también somos amor.


El monje es el “unificado” (o el que busca serlo) y todos tenemos algo de monje, todos tenemos una dimensión monástica. Hoy todos estamos llamados a vivir la espiritualidad contemplativa, y especialmente los laicos y laicas que cada vez deben tener más protagonismo en la iglesia según la eclesiología del Concilio Vaticano II. Introducir en un camino de oración contemplativa es lo que vamos a intentar en este encuentro.

La espiritualidad cisterciense, siguiendo la antropología cristiana de su época, nos dice que el hombre tiene una pluralidad de dimensiones: la dimensión corporal, la dimensión emocional, la racional y la dimensión espiritual (aquella que está más allá del cuerpo, las emociones y la razón, la que es capaz de percibir que somos más que cuerpo o mente).

Sentimos, sin embargo, que estamos fragmentados, divididos. La espiritualidad lo que se plantea como primer objetivo es que nos unifiquemos, lo cual nos hará pacíficos, acogedores, no generadores de tensión, dialogantes y a la escucha de los otros. Nos hará alcanzar de forma siempre limitada la “apatheia”, el equilibrio interno.


El que vive la apatheia es capaz de una actitud de paz y acogida. San Bernardo, el mayor difusor de la espiritualidad cisterciense, trabajó mucho en su época, a veces de forma muy firme, para lograr que la Iglesia no cayera en buscar el poder o el dinero, sino que fuera un ámbito acogedor, pacificador, dialogante, espiritual y contemplativo, que ayudara a la sociedad a vivir desde lo mejor de la naturaleza humana. Pienso que este programa sigue siendo válido para hoy, tanto para cada cristiano como para cada comunidad. Un monasterio es, de hecho, hoy una iglesia que acoge sin juzgar, que intenta pacificar y que genera un espacio para vivir y cultivar la unificación y la comunión con uno mismo y entre los hombres. Y creo que eso tiene que ver mucho con el estilo de un grupo ecuménico hoy.

Como os decía el camino de la oración busca unificar todas las dimensiones que nos constituyen: el cuerpo, las emociones, la razón y el espíritu.


En la experiencia de oración de hoy vamos primero a tomar contacto con nuestro cuerpo para, como dice san Juan de la Cruz; sosegar la casa, relajarnos. También vamos a trabajar nuestras emociones centrándolas en la contemplación de Cristo, a través del pasaje del evangelio que vamos a meditar, a trabajar la razón reflexionando sólo un poco sobre qué significa ese pasaje y a trabajar el espíritu saboreando mediante la contemplación amorosa el pasaje , es decir, mediante la atención amorosa a la huella que nos deje el pasaje.

Ahora bien, la espiritualidad contemplativa no es sólo un trabajo individual de unificación, eso podría ser una forma de narcisismo espiritual, de egoísmo. La espiritualidad culmina cuando nos abrimos a toda la realidad, a los otros, al cosmos y a Dios.

Nos ha de sacar del egocentramiento para hacernos sentir comunión con Todo y creadores, difusores de esa comunión-armonía entre los que nos rodean. La espiritualidad nos hace sentir que somos personas, no individuos aislados, sino comunión, relación con todo sin fusión, sin dejar de ser quienes somos.

No es lo mismo ser persona que ser un individuo, la persona es algo único e irrepetible, tiene un misterio inefable, es una relación única con Todo y con todos, por ello, es comunión, un reflejo del Dios Comunión, del Dios Trinidad, unidad en la pluralidad.

El monacato cisterciense es la primera espiritualidad moderna, moderna porque se centra en la persona, pone a la persona como el centro de la realidad, lo más valioso de la realidad. Entendida como comunión. Es un personalismo espiritual, un humanismo. San Bernardo dirá: Magna res homo (¡qué gran cosa es el hombre!). la espiritualidad nos humaniza y nos hace descubrir la entraña humanista del cristianismo.


La experiencia espiritual no debe quedar centrada en mí, debe llevarnos a la realidad, al Otro con mayúscula y a los otros, dar la mano a los otros al descubrir que no sólo estamos en relación con ellos, sino que somos relación con ellos y sin ellos no seríamos quienes somos.


Como cristianos descubrimos que somos relación y comunión al encontrarnos con Cristo, comunión de la humanidad y el misterio, y Dios, manifestación para nosotros de la Trinidad, de la Comunión- Amor que fundamenta la realidad. Así decía Dante que el Amor mueve los astros y las altas estrellas, el cosmos entero.

Hoy nos vamos a encontrar a Cristo a través de su Palabra y a través de la Comunidad, de la Iglesia. La palabra de Dios nos transmite la experiencia de las primeras comunidades de encuentro con el Señor, y evoca en nosotros esa experiencia de encuentro con Cristo. Experiencia que está más allá de las palabras y que por lo tanto necesita ser transmitida también por osmosis, de corazón a corazón, mediante el encuentro con otros que nos dejan una huella, que va transformando el corazón y abriéndolo a la Palabra, a Cristo.

En este rato de oración vamos a intentar abrirnos a esa huella, a esa semilla de contemplación a través de la Escritura y de los otros hermanos, de la comunidad. Vamos a intentar ir más allá de las palabras a ese ámbito espiritual nuestro más allá del pensamiento, la emoción, el tiempo o el espacio.

Pero la oración no termina aquí, la meta de la oración es que sea continua, no que estemos rezando con palabras todo el tiempo, sino que vivamos la oración en el trabajo, en la vida diaria mediante una actitud de acogida, ternura, diálogo, desde la semilla de comunión que sembramos al orar, que actuemos luego desde nuestra verdadera naturaleza imagen de Dios Amor.

Es más, siendo muy positiva y muy beneficiosa la experiencia profunda de oración en silencio, no debe tampoco convertirse para nosotros en una trampa, y es una trampa cuando nos quedamos enganchados en ella.


La meta no es estar siempre en la “contemplación” sino lo que los cistercienses llamamos la “pobreza fecunda”, cuando podemos ver el misterio en lo que, para el ego, es lo más feo, lo más pobre, lo más marginal, lo aparentemente más alejado de lo espiritual. Entonces la contemplación no nos aleja de la realidad sino que nos acerca a ella, a toda la realidad, nos realiza (hace reales).


De modo que no se queden con mis palabras, olviden aquello que no les diga nada o no les guste, no se queden enganchados en ellas, y ojalá puedan ver algo del misterio a pesar de la pobreza del discurso.














martes, 7 de diciembre de 2010

Dios viene al Corazón, por San Bernardo de Claraval.


Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron.

En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan […] Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama —nos dice— guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón, sin duda alguna, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti…

De S. Bernardo, Abad. Sermón 5 en el adviento del Señor.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Los Peligros de la Iluminación según el Zen y la Mística Cristiana.



Son muchos los que creen que el final del camino espiritual es conseguir la llamada “Iluminación”, “Kensho”, “Satori”(como dicen en el zen japonés), la experiencia de ir más allá de los propios límites, de unificación con la Realidad.

Algunos juzgan al cristianismo una tradición “menor” porque no se centra en esta experiencia o la expresa de modo menos “absoluto” a otras Tradiciones que hablan de “Vacío”, “Liberación Total del yo”… enfatizando siempre el cristianismo la no disolución de la persona (que no es lo mismo que el individuo o ego) en la experiencia. La experiencia final es de adualidad no de monismo, de comunión con todo sin dejar de ser quienes somos, de Amor.


Está claro que esta experiencia de Iluminación es importante en el camino místico y nos abre a ver la realidad como verdaderamente es, con su belleza y profundidad, desconocida mientras la vemos desde el ego. Si bien, quedarnos en la experiencia de la Iluminación es alejarnos del Camino.


La experiencia de la Iluminación o Contemplación es sólo una experiencia (extraordinaria si se quiere) y la meta del Camino es la Transformación de nuestro ser, saliendo de nuestra visión egocéntrica y viviéndonos como comunión con Todo y todos sin dejar de ser quienes somos. La meta es el Amor.


La experiencia nos lleva a ligarnos más a nuestra tradición, a nuestra comunidad, a nuestros maestros, a nuestros hermanos, en especial, los más pobres y desvalidos. Nos hace más humildes y necesitados de la guía de la comunidad, sin dejar de ser lo que somos y entendiendo la comunidad no como una institución uniformadora sino como una comunión desde la pluralidad de sensibilidades y caminos. Nos puede hacer críticos con la institución desde el profundo amor y unión con nuestra comunidad espiritual.


En todas las tradiciones se ha dado el peligro de quedarse en la Iluminación. Así, en el Zen el maestro Hakuin habla de la enfermedad zen (en el cristianismo hablaríamos del quietismo), fruto de este centramiento desordenado en la experiencia de Iluminación, que tiene dos manifestaciones:

- La pequeña enfermedad zen, que es de tipo físico y nervioso; se da en aquellos que por su exceso en la búsqueda de la “experiencia” descuidan el cuidado de su cuerpo y psicología y enferman. El remedio para ella, es cuidar el cuerpo y la psique atendiendo a sus necesidades.

- La gran enfermedad zen, la de aquellos que tras tener una experiencia de Iluminación se quedan en ella y no quieren someterse a las enseñanzas de la Tradición, de los maestros y de la Comunidad. Creen que están más allá de la moral o de la institución y que no deben escuchar ni obedecer a nadie que no sea ellos mismos. No salirse de las enseñanzas de la tradición y de la comunidad, aunque sea dándole una nueva visión, es el remedio. La importancia de caminar con otros aprendiendo de ellos es fundamental.


En el cristianismo se ha enfatizado siempre la importancia de la comunidad, se ha señalado siempre que la experiencia auténtica nos lleva a vivir en la Iglesia, en la Comunidad, siendo obedientes a la misma, si bien con unas miras que van a lo esencial y rechazan una visión burocratizada o uniformadora de la Iglesia.


Por otra parte, otro valor muy destacado para evitar el peligro del quietismo es la importancia de la transformación moral después de la experiencia.


En el shingaku (una escuela laica de zen) se enfatiza que la experiencia ha de llevar a una actuación ética espontánea (Maestro Toan), pues si es auténtica nos lleva a actuar desde una mente no calculadora, no egocentrada. Si no hay transformación ética, la experiencia de la iluminación es enfermiza. El comportamiento solidario es propio de la experiencia auténtica, ha de llevar a la compasión por Todo y todos, al compromiso con los otros y con el cosmos entero.

La espiritualidad cisterciense ha tenido esto siempre muy claro, decía San Bernardo que supo de la venida del Verbo a su “alma” por la transformación moral que experimentó, ésta es la verdadera huella de la “experiencia”, mucho más importante que cualquier “éxtasis” o “kensho”. Lo cual no quiere decir que la experiencia sea simplemente una transformación moral (reduciríamos la espiritualidad a un moralismo) sino que nos ha de llevar a actuar de modo plenamente humano, no nos saca de nuestra limitada situación humana y de nuestras responsabilidades, sino que nos hace más conscientes de ellas y con energía para afrontarlas.


En la espiritualidad cisterciense la experiencia final es la de la “pobreza fecunda”, descubrir el valor de lo más pequeño, lo más pobre, lo más feo (desde el punto de vista del ego) como el lugar donde la experiencia se revela más plenamente. La experiencia nos debe hacer sencillos, no complicados gurus iluminados. Si no nos hace más tiernos, más humildes, más unidos a nuestros hermanos de Iglesia o Tradición, más amantes de los pobres y marginados, no es la experiencia de verdad o nos hemos apoderado de ella y la hemos estropeado.

martes, 5 de octubre de 2010

¿Qué le puede aportar a la cultura actual conocer la mística cisterciense? Un cristianismo místico y no integrista para salir de la fragmentación.


La mística no es solamente un objeto de estudio, es un sujeto con voz propia, con una perspectiva propia. De modo que el mejor modo de conocerla es entablar un diálogo con ella y no el someterla a una disección analítica objetivadora.


Como dice Thomas Merton “cuanto más se intenta analizarla objetiva y científicamente tanto más se vacía de su contenido real, ya que esta experiencia está más allá del alcance de las palabras y razonamientos”.


Dese el punto de vista de la mística no hay otro modo de conocerla que experimentarla, hacerse místico y no hay otro modo de hacerse místico que “entrar en relación”, “encontrarse”, “transformarse por el encuentro con ella”.

La mística se abre al encuentro no desde la apologética y la militancia sino desde un valor monástico fundamental: la hospitalidad.

La mística acoge sin forzar, respetando la libertad del otro e implicándose con él, animándole a entrar en comunión, sin fusión, con ella.

Desde el punto de vista de la mística no hay otro modo de espiritualizar la cultura que “hacerse místico” y no hay otro modo de “hacerse místico” que entrar en una cadena de transmisión de la mística, en una tradición viva.


La mística ha permanecido a veces demasiado altiva, al margen de las disciplinas culturales y científicas, como si pudiera existir al margen de ellas. Por ello, la mística debe dar hoy el primer paso y propiciar el encuentro con la cultura.

El monacato cisterciense es una reforma contemplativa del monacato benedictino realizada en el siglo XII bajo el impulso de San Bernardo de Claraval.


Podríamos decir que es la primera mística moderna, la primera mística que es netamente personalista, que pone a la persona en el centro de la realidad. Los monjes cistercienses expresarán su experiencia personal en sus escritos, creando así la primera teología mística occidental.

Císter es un humanismo integral y como tal parte del principio de la persona como realidad y valor fundamental. Entendiendo la persona no como individuo sino como comunión, como relación con todo y con todos sin perder su identidad única y diferenciada.

La primera aportación que nos puede dar el monacato cisterciense es descubrir la existencia de un primer proyecto moderno que unía espiritualidad y cultura.

Esto supone confrontar diversas interpretaciones de la modernidad que hoy defienden diversos defensores de la espiritualidad. Es decir, supone plantear otra alternativa tanto a la visión antimoderna, que cree que la modernidad es esencialmente antiespiritual, como la visión postmoderna, que cree que la esencia de la modernidad es aceptar la fragmentación cultural, cuando existe una modernidad mística que busca superar la fragmentación, como superar también la visión transmoderna o transpersonal, que cree que la modernidad no tiene una mística y debe descubrirla ahora, cuando la mística ya estaba en la modernidad desde su origen, si bien el primitivo proyecto moderno del siglo XII fuera desechado finalmente en el siglo XV, naciendo una modernidad separada de lo espiritual.

El monacato cisterciense es también un fenómeno cultural, social, económico, político y artístico. Es un ejemplo de unión de la cultura y la espiritualidad.


Para el monacato, la cultura es un instrumento no un fin en sí misma. La cultura monástica relativiza los logros culturales, realiza sobre ellos un despojamiento, los descentra, los saca de sí mismos y los pone al servicio de lo más profundo del ser humano.


Para Jean Leclercq el monje es “un sabio, un letrado, pero no es un hombre de ciencia, un hombre de letras, un intelectual sino un espiritual”.


La mística también enriquece la cultura, no porque sea un “saber sobre los otros saberes” sino porque busca ser el fondo de todo saber, convertir cualquier ciencia o arte en un camino de realización del ser, en un camino hacia el Amor.


La mística necesita de la cultura pero no es un elemento cultural más, aunque lo consideremos el más elevado, está más allá de la cultura.

La mística unifica la cultura haciéndola salir de la fragmentación de saberes que aportan las diversas ciencias, ya que les da a todas una misma dirección: que puedan llegar a ser caminos hacia la experiencia mística sin perder cada una su propia identidad y autonomía. La mística respeta la autonomía científica, simplemente añade la dimensión simbólica sin confundirla con la dimensión científica en sentido positivista.


Una mística verdadera no uniformiza haciendo un sistema que pretenda abarcar toda la verdad, sino que unifica en la pluralidad, haciendo que cualquier camino que cumpla unos mínimos éticos y epistemológicos, pueda ser también un camino místico.

Los monjes cistercienses dieron esa dimensión simbólica a la antropología y psicología de su tiempo. Lograr reconstruir esa dimensión simbólica es una de las tareas para hacer de cualquier ciencia o arte un camino místico.

El monacato cisterciense, como cualquier mística, es también una experiencia. ¿Qué es la experiencia mística?.

Merton dice “es un repentino don de toma de conciencia, un despertar a lo real en el que todo es real, una comprensión viva del Ser Infinito que está en la raíz de nuestro ser limitado”.

Ahora bien, no es una mera experiencia subjetiva, es comunicable a otros por vía simbólica y es también recibida, por ósmosis, de otros. Pierre Miquel dice “no se nace monje; se llega a ser monje; se es recibido en la vida monástica, o mejor, se recibe la vida monástica de otro”.


La mística tiene una dimensión comunitaria y se valida mediante el reconocimiento de otros. Una mística puramente subjetiva es imperfecta.


La mística, en definitiva, no es un discurso, es una persona colectiva, una cadena de transmisión o iniciación.

Así se define el zen a sí mismo (en una traducción un tanto libre), y es una definición válida para cualquier mística:

una transmisión especial, más allá de las Escrituras,
Más allá de palabras y letras,
Que se dirige directamente al corazón,
Nos hace descubrir nuestra verdadera naturaleza y nos pone en comunión con todo”.

La mística se recibe de otros más allá de las palabras, por ósmosis, mediante el encuentro con otros que la viven. La mística no existe, existen los místicos. Por eso, recuperar a los místicos, más que la mística como discurso o saber, es fundamental para integrar espiritualidad y ciencia.

Los místicos son los encargados de “abrir” al simbolismo la cultura y eso es lo que hicieron los monjes cistercienses con la ciencia de su época.


La cultura monástica no describe los fenómenos, sino que los narra, intenta provocarlos en el oyente (es performativa). La antropología y psicología cistercienses son ante todo una lectura simbólica de la antropología y psicología del momento que buscaba provocar la experiencia mística en el otro.

El centro de la mística cisterciense es la experiencia de que todo es relación, la realidad es relación, es amor. Esto es lo que expresa el símbolo de la Trinidad, la realidad es plural y, a la vez, es una. Llegar a conocer esta experiencia es la meta del ser humano. Ahora bien, no se puede conocer sólo por la razón sino por el amor, que es un tipo de conocimiento en el que el conocedor se transforma en lo conocido.


La antropología cisterciense concibe al hombre más que como individuo como persona, como comunión. Nuestra verdadera naturaleza está más allá del individuo, del ego, es amor y libertad en la limitación.

Nuestra tarea es salir de la identificación con el ego para realizarnos como comunión con todo y con todos, eso es alcanzar nuestra verdadera naturaleza que es imagen y semejanza de Dios.

San Bernardo en su libro “De Diligendo Deo” (tratado del Amor a Dios) elaboró un camino de los grados del amor a Dios


1) Amar al hombre como hombre.
2) Amar a Dios porque lo necesitamos.
3) Amar a Dios por él mismo.
4) Amar al hombre desde Dios.

La experiencia culmina en el compromiso con el otro, con el hermano, dar la mano a otro.
El comienzo de todo camino espiritual es conocerse a uno mismo, de ahí la necesidad de la psicología para la mística.

Para la psicología cisterciense se pueden diferenciar tres estructuras en la mente, que a su vez son tres momentos evolutivos: el anima, el animus y el spiritus.


El hombre vive en la región de la desemejanza, está en desarmonía y debe recuperar la armonía o semejanza. Para armonizar la mente primero hay que integrarla con el cuerpo y luego abrirla a lo espiritual.


La antropología cisterciense habla de cuatro dimensiones humanas, simbolizadas por los cuatro lados del claustro de los monasterios: La corporal, la mental, la espiritual y la social. Desarrollar e integrar esas cuatro dimensiones es la labor del monje y de cualquier hombre.


La afectividad está presente en todo el camino, el monasterio es una escuela del amor, un lugar para educar las emociones hasta hacerlas affectus, emoción integrada con la razón y con el espíritu. El camino es la relación personal con Cristo, primero con el Jesús humano y por último con el Cristo Total, con toda la realidad, es decir, evolucionar de una afectividad muy narcisista a una afectividad más madura y gratuita.


Estos son los contenidos a grandes rasgos de la antropología y psicología cistercienses, lo importante no es quedarse con los contenidos como con el estilo, con el modo de unificación de mística y antropología y psicología que nos pueda servir como guía para integrarlas en la actualidad.

El primer paso a dar es recuperar una mística viva, comunidades y cadenas, redes de corazones que vivan una mística auténtica. Hoy la mística está desapareciendo en todas las culturas y religiones. Además hoy la mística no parece encontrarse en el centro de las tradiciones sino en las periferias, en los márgenes, en las fronteras, en los lugares de encuentro sin confusión de las religiones. El ecumenismo y el diálogo interreligioso es uno de los lugares de la mística hoy.


Recuperar la mística supone abrir el paradigma cultural positivista y caminar hacia un paradigma más humanista y espiritual. En este aspecto, la psicología como ciencia a mitad de camino entre las ciencias y las espiritualidades puede ser una ciencia de vanguardia hoy.

Recuperar la mística también supone revitalizar las comunidades místicas, revitalizar las cadenas iniciáticas, esto hoy supone el encuentro entre las diversas místicas de diversas tradiciones, colaborando unas con otras para enriquecerse mutuamente, sin perder cada una su identidad.


Alcanzar la utopía de una mística renovada e integrada en la cultura supondría una nueva cultura:


- Una cultura unificada (no uniformada) que superara la fragmentación cultural actual, en la que todos los caminos científicos y artísticos se dirigirían en último término al mismo objetivo (la experiencia mística) sin perder cada uno su identidad.

- Una cultura humanista, en la que la persona sería el centro y los valores de humildad, libertad y amor estarían por encima del poder o el saber.

- Una cultura dinámica. La mística rechaza la sistematización estática y relativiza todo sistema sin rechazar una necesaria estructuración. La mística es flexible y flexibiliza.


- Una cultura pluralista. La experiencia mística nos hace descubrir el pluralismo como una estructura última de la realidad, logra la comunión sin eliminar las diferencias. Nada tiene que ver el pluralismo con el relativismo. El pluralismo afirma una pluralidad de caminos pero no niega que la verdad existe, ni cree que todos los caminos sean iguales, los hay más verdaderos y menos, mejores y perores.






martes, 21 de septiembre de 2010

El necesario encuentro con Oriente para renovar la mística y la cultura occidental. El papel de la mística cisterciense.


Occidente es, por supuesto, nada más que una pequeña parte del mundo pero hoy por una serie de circunstancias históricas, lo que ocurre en Occidente tiene repercusiones mundiales.

Naturalmente que esta situación es cuestionable, pero también es cierto que esa es la realidad que tenemos y que si queremos caminar hacia un mundo menos uniforme y más pluralista tenemos que tener muy presente la necesidad de transformar la cultura occidental. Esa transformación necesita de la mística, no de discursos místicos, sino de personas y comunidades, movimientos que vivan la experiencia y que transmitan por osmosis, más allá de las palabras y los discursos racionales, la experiencia mística.

Hoy la mística occidental, por diversas circunstancias históricas, no tiene la profundidad ni la vitalidad que tienen las místicas de Oriente. Desvinculada de la cultura moderna y, a la vez, en un medio ambiente que desconoce la verdadera naturaleza de la contemplación, ni puede fecundar la cultura que la rodea ni alcanza a comprender toda la profundidad del patrimonio espiritual que posee.

Sin embargo, Occidente no puede ser fecundado por una mística oriental salvo que ésta se occidentalizara, corriendo el riesgo en el proceso de perder su profundidad como le ha ocurrido a las místicas occidentales.

El camino más viable para la renovación de nuestra cultura es dejarse fecundar por una mística occidental. De optar por esta vía, el camino a seguir sería, por una parte, una inculturación de esa mística tradicional en la realidad moderna, asumiendo de forma crítica la cosmovisión y los valores del mundo moderno. Esto supone abandonar modelos de expresión premodernos que enfatizan el desprecio al mundo, a la secularidad, que son dualistas, que se centran en la renuncia, y descubrir el valor espiritual de la secularidad, del cuerpo, de la alegría, del placer, de la comunicación…


Pero esto no es suficiente, hay que crecer en la experiencia contemplativa y esto sólo se logra por contacto con maestros y grupos espirituales vivos, de ahí la necesidad del encuentro con otras tradiciones orientales más vivas que puedan ayudar a redescubrir la profundidad de la experiencia mística occidental.

En el caso cisterciense son esperanzadores los encuentros con el zen, que han producido frutos diversos
, ente ellos, el nacimiento, por ejemplo, de un método contemplativo occidental con gran éxito y difusión como es el de la oración centrante de Thomas Keating.

Sin embargo hay mucho camino por recorrer en esta dirección, tanto por parte de las actuales comunidades místicas occidentales, que deben renovarse, como por los intelectuales y animadores culturales, que deben abrirse a la mística, de modo que puedan caminar juntos, desde el respeto y el diálogo, hacia una nueva civilización más humana, más contemplativa, una civilización del amor.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La mística cisterciense y la cultura pluralista.


Actualmente vivimos un auge del interés hacia la mística y la espiritualidad. Desde diversos ámbitos y perspectivas se mira hacia la espiritualidad con esperanza.

Parece que este interés tiene que ver con el agotamiento de un modelo de modernidad que Ken Wilber denomina “modernidad chata” (la modernidad que nació de ese divorcio entre ciencia y mística) y que para muchos es una visión reduccionista que ha reprimido aspectos importantes de la realidad (las emociones, el cuerpo, lo femenino, lo transracional y lo transpersonal, lo social…) y ha impuesto una tiranía logocéntrica, mental, patriarcal y tecnocrática responsable en gran medida de la crisis ética y ecológica que hoy percibimos.

Como reacción a este modelo imperante muchos se han interesado en los caminos espirituales y ven en ellos una solución al conflicto actual. Para muchos autores actuales (Wilber, Panikkar, Rahner, etc…) la mística es fundamental para la resolución de nuestros problemas y para la elaboración de un proyecto cultural humano y humanizador, en armonía con la naturaleza y con el Espíritu.

Ahora bien, también hay que señalar que, siendo muy positiva esta búsqueda de la espiritualidad, corremos el riesgo, en nuestro deseo ansioso de encontrarnos con la mística, de terminar por desnaturalizarla, impidiendo que pueda ejercer su función sanadora y liberadora.

Es necesario, por ello, indicar algunos peligros que podrían darse en algunas de las diversas variantes de búsqueda de la espiritualidad que se encuentran en nuestra sociedad. En concreto, habría que hablar de tres movimientos o corrientes actuales de búsqueda de la espiritualidad que no perciben con claridad el sentido de la mística y no permiten, por ello, una adecuada inculturación de la misma en nuestra sociedad.

En primer lugar, podemos referirnos a un movimiento actual que se interesa por la espiritualidad llevado por ideales tradicionalistas y antimodernos, podríamos decir que cercanos al fundamentalismo. Estos buscadores ven en la modernidad un paradigma de la cultura antiespiritual y acuden a la mística y la espiritualidad para oponerse a la modernidad y destruirla. Con este planteamiento no se resuelve el conflicto entre modernidad y espiritualidad, simplemente se anula destruyendo o excluyendo a uno de los interlocutores. La mística, sin embargo, no busca excluir partes de la realidad sino armonizarlas y unificarlas, sin destruir su propia identidad. No parece pues esta búsqueda tradicionalista un camino que permita a la mística fecundar nuestra cultura. Este proyecto sólo tendría vigencia si la cultura moderna desapareciera.

Existe también una búsqueda posmoderna de la mística. Esta búsqueda sólo se interesa por el mensaje relativizador de la razón que las espiritualidades portan. Para la postmodernidad no hay verdad, sólo diálogo y una diversidad de perspectivas igualmente válidas. La postmodernidad hace de la mística una corriente relativizadora de toda verdad. La mística, sin embargo, relativiza la razón como único instrumento de conocimiento de la verdad y considera que la verdad es más que un concepto mental. Pero no niega que exista una verdad, ni considera todas las perspectivas igualmente válidas. Las hay más verdaderas o menos. Por ello, tampoco la perspectiva postmoderna parece un camino viable para la encarnación de la mística en nuestra cultura actual.

Existe, por último, una llamada perspectiva integral o transpersonal que intenta presentar un sistema completo de la realidad integrando todas las dimensiones que la constituyen. Propone atender no sólo a las dimensiones racionales, sino también a las irracionales, corporales y a las suprarracionales, de ahí su interés por la mística. Ahora bien, esta búsqueda corre el peligro de querer sistematizar la mística, olvidando el carácter, en último término, gratuito e incomprensible de la experiencia mística. La mística no puede ser sistematizada, más bien la mística relativiza todo sistema de ideas; por ello, para transmitirse la mística se expresa a través de lenguajes simbólicos que buscan, no describir la experiencia, sino provocarla en el otro. Más que por mapas descriptivos, la mística se expresa a través de símbolos dinámicos y vivos, verdaderos caminos, que no se limitan a describir una realidad sino que nos introducen en ella. Pero estas descripciones carecen de eficacia si no están vinculadas a una comunidad mística viva. En realidad, la mística es una vivencia que se transmite por ósmosis de ahí la necesidad de comunidades espirituales vivas que transmitan la iniciación. La mística siempre nos remite a la vida real no a discursos, no existe la mística como discurso sólo existen personas y comunidades que transmiten a otros su experiencia de manera vivencial. El movimiento integral parece creer que con su discurso puede lograr permitir el acceso a la experiencia sin vinculación con una comunidad o cadena espiritual viva.

Frente a esas propuestas, habría que plantear que el modelo cultural que mejor puede recoger hoy los valores de las místicas, y en concreto de la mística cisterciense, es una cultura personalista o relacional, dinámica y pluralista.

Personalista porque debe poner como centro los valores personales sobre la acumulación de poder o saber; la libertad, el amor, la humildad son los valores centrales del Císter y pueden ser una buena propuesta de renovación de los valores de nuestra sociedad economicista y tecnocrática. Nuestra meta es ser amantes antes que intelectuales o técnicos.


Dinámica porque la cultura no debe ser nunca un sistema cerrado, debe ser consciente de que es un instrumento y no la meta del ser humano, y, por lo tanto, nunca puede considerar que ha alcanzado la plenitud nunca, siempre debe estar abierta a evolucionar y enriquecerse con otras visiones.

Pluralista porque el pluralismo es una dimensión estructural de la realidad, la realidad es unidad en pluralidad, por ello, la meta es lograr la comunión sin eliminar las diferencias. El diálogo y el consenso críticos deben ser los instrumentos principales de construcción de la cohesión. San Bernardo decía “consentir es salvarse”, es decir, lograr la comunión sin fusión ni absorción de unos y otros es lograr realizar nuestra verdadera naturaleza que es amor, comunión y, a la vez, mantenimiento de las diferencias y la crítica constructiva.


Algunos confunden el pluralismo con el relativismo. Nada tienen que ver, el pluralismo dice que no hay un único camino hacia la verdad, las razones de los demás complementan nuestras visiones. Pero el pluralismo, a diferencia del relativismo, no renuncia a la búsqueda de la verdad, ni considera que todas las perspectivas son igualmente válidas, las hay mejores y peores. Considera que el diálogo es la mejor manera para contrastar nuestras experiencias y enriquecernos mutuamente, pero no considera al diálogo un fin en sí mismo sino un instrumento para alcanzar visiones más completas y humanizadoras.

La mística encuentra en el pluralismo la mejor expresión cultural de la experiencia que la fundamenta, y creo que el pluralismo sólo puede sostenerse si se centra en la experiencia mística como meta y como base de su proyecto cultural.

martes, 20 de julio de 2010

Reflexión desde Santa María de Huerta: No a una visión maniquea de la Iglesia, por Isidoro Mª Anguita.




Cuando el viento sopla a favor existe el peligro de la autocomplacencia, de creer que el éxito es fruto de nuestro esfuerzo. Todo se hace más sencillo, nos sentimos en la verdad y puede que surja la tentación de medrar y buscar lugares más vistosos de poder. A los políticos los vemos también tranquilos cuando su partido tiene una cómoda mayoría, siendo la sonrisa y la lisonja el anzuelo que llevan puesto por si algo pueden pescar.

Pero cuando las cosas van mal surge inmediatamente la tentación de buscar culpables. La división interna aparece con facilidad, sobre todo cuando el paso a ser minoría ha sido reciente, y ya no se goza de la seguridad anterior. Y cuando el tiempo pasa y no vuelve el protagonismo de antaño, se entremezclan sentimientos y realidades muy diversas que no siempre se disciernen atinadamente: ¿Será que el barco se hunde y hay que prepararse a bien morir? ¿Será que estábamos equivocados? ¿Será que estamos pasando por un desierto temporal? ¿Será que este mundo está tan errado que no es capaz de entendernos ni saben lo que se pierden de ciegos y sordos que están? ¿Será que nos falta el ardor suficiente para hacer prender nuestro fuego salvador en el mundo? Y si eso es así, ¿no convendrá apartar los tibios tizones y encender nuestras antorchas para que un nuevo y antiguo fuego prenda en el mundo por su propio bien?

Es saludable mantener una actitud crítica y buscar las causas de nuestros males para poder mejorar. Pero es bueno también hacerlo con gran humildad y gratuidad, y no siempre lo hacemos así. La reacción más común es la de buscar culpables fuera de nosotros mismos donde descargar nuestras culpas, miedos y decepciones.

Sin duda que estamos pasando por un tiempo en el que somos minoría aparente, que no numérica. La minoría, como la precariedad, puede ser signo de decrepitud o de nacimiento. Tan necesitado está un bebé como un anciano terminal. Nuestra vida no es algo lineal, sino que encierra sucesivas etapas que vamos concluyendo para abrir otras nuevas. Por ello experimentamos continuos altibajos que encuentran en las “crisis” los puntos de inflexión necesarios, allí donde la fragilidad del final de una etapa se confunde con la fragilidad del comienzo de la siguiente.


Saber vivir esos momentos es algo crucial. Quien no encuentra la esperanza en el futuro, se aferra a la etapa anterior, desesperanzándose o teniendo como única esperanza el retorno de algo que se nos va como la vida misma. Es entonces cuando buscamos culpables fuera y dentro de nuestro grupo que nos alivie el sentimiento de culpa, y nos dé la seguridad de caminos ya trillados que se revelaron útiles en otro tiempo.

En tiempo de “crisis” (juicio) necesitamos ser “críticos” (capaces de juzgar), saber “elegir”, saber dejar lo que ya no vale, saber continuar con lo todavía útil y saber acoger lo nuevo que nos ayude. ¿Qué hacer en concreto en nuestra vida cristiana hoy? Dos cosas no han caducado ni caducarán: vivir en unión con Dios y amar al hombre; oración y caridad, nos recuerda Jesús cuando sintetiza los mandamientos en dos. Cuando nos movemos con estos dos pies la minoría tiene la fuerza victoriosa del Crucificado desnudo y derrotado antes de ser glorificado. Una gloria que, no lo olvidemos, no es de este mundo. Trabajemos por ser los cristianos hombre y mujeres de oración que viven en Dios y desde Dios. Trabajemos por ser testigos del amor de Dios para con los que sufren y han sido depositarios de las bienaventuranzas de Jesús.


Trabajemos por ser fieles anunciadores del evangelio como buena noticia para los hombres, también para los de hoy. No tengamos miedo a ser rechazados por “ofrecer” una buena noticia exigente. Tampoco tengamos miedo a los que se dejan llevar por la tentación de un poder religioso que se impone y no sólo propone, pues esta tentación arrastra un corazón no purificado. La política, los nacionalismos, los mesianismos, la religión, cualquier gran principio salvador de la vida ha de pasar por la prueba del despojo de la cruz y quedarse en ello para que el Padre –y no otro- lo confirme en la glorificación.

“Si en verdad es hijo de Dios que baje de la cruz y creeremos en él” (Mt 26, 43), decían los que se habían apropiado de la ley, escandalizados por el Dios que presentaba la cruz de Cristo. Para creer a veces pedimos barbaridades. Y Jesús se queja de que sólo le buscamos por interés, porque nos da de comer (Jn 6, 26). Pero él no quiere reinar sobre nosotros así: “Al darse cuenta que venían a hacerle rey, se retiró de nuevo al monte él solo” (Jn 6, 15).


Anunciemos el evangelio con ardor, de palabra y en la vida. Vivamos unidos a Dios en la oración, por la fe y la esperanza que alimentan la caridad. Busquemos hacer partícipes a todos de la buena nueva de Jesús, aceptando la incomprensión y sin caer en la tentación del poder, proponiendo sin imponer. Pero, sobre todo, no rompamos la comunión en Cristo. Si la diversidad de sensibilidades embellecen la Iglesia cuando se respetan mutuamente, los partidos enfrentados en su seno la destruyen, como lo hace la búsqueda de culpables a los que arrinconar. No son las formas de pensar de las personas lo que daña a la Iglesia, sino sus actitudes y pecados.


“Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis a destruiros los unos a los otros!” (Gál 5, 15). A veces se ven demasiados mordiscos en el seno de la Iglesia, y “todo reino divido queda asolado, cayendo casa contra casa” (Lc 11, 17). La crítica y la corrección mutua son necesarias para vivir en la verdad cuando se hacen desde el amor y con amor. Pero la exclusión, el insulto o la descalificación, son reflejo de egos alejados del evangelio que sólo traen la división. No seamos el hazmerreír de los no creyentes, sino la luz que ilumina y atrae.

miércoles, 14 de julio de 2010

Homilía en el día de San Benito (11 Julio).




El Domingo 11 de Julio, los monjes celebramos la memoria de San Benito de Nursia, cuya Regla para monjes seguimos. Aquí queremos compartir la homilía que dio el P. Ricardo en la misa.


Solemnidad de San Benito, 2010

Proverbios 2,1-9. Col 3,12-17. Mt 5, 1-12a

Hoy celebramos la solemnidad de nuestro padre San Benito, abad. Su vida y su obra son tan importantes para la tradición monástica que se celebra como solemnidad y aun cuando caiga en domingo. San Benito es padre de monjes porque bajo su regla han militado generaciones de monjes y monjas desde hace más de mil quinientos años. Nuestro Papa Benedicto XVI lo venera tanto que asumió su nombre cuando fue elegido.

Por medio de la primera lectura la Iglesia coloca a san Benito entre los sabios y maestros de la historia. No es sabio el que almacena muchos datos sino más bien el que percibe la conexión entre los datos disponibles y logra sacar conclusiones coherentes. Una cosa es recopilar datos y otra es saber interpretarlos y percibir sus implicaciones. Y por supuesto no sería muy sabio si su modo de vivir, su respuesta al don de la vida no reflejan esa sabiduría.

Lo llamamos maestro porque tuvo algo significativo que decir al hombre de su tiempo y porque lo supo decir; fue escuchado y sigue siendo escuchado. Desde su adolescencia la sagrada escritura fue el alimento del alma y del corazón de san Benito. De la palabra de Dios aprendió el arte de vivir. Asimiló y vivió los valores de los evangelios a fondo, hasta sus últimas consecuencias. Por eso en el evangelio de hoy hemos escuchado las bienaventuranzas que resumen el camino trazado por nuestro Señor Jesucristo. Quien así vive no solo refleja las enseñanzas de Jesús en su comportamiento sino que llega asemejarse más y más al Hijo de Dios. Toparse con esta persona es en cierto modo toparse con Cristo.

Según la lectura de Proverbios lo que el maestro espera del discípulo es que preste atención. No basta que escuche pasivamente. Tiene que invocar su inteligencia, aplicarla diríamos hoy en día, ponerse las pilas. Al discípulo le toca procesar y poner por obra lo que escucha del maestro y lo debe hacer con el empeño, el entusiasmo y diligencia del que busca un tesoro.

Continuemos explorando la primera lectura: La palabra “prudencia” aparece tres veces. Debe ser importante. De hecho santo Tomás de Aquino la considera la más importante de la virtudes cardinales que incluyen justicia, fortaleza y temperancia. Según el catecismo la prudencia nos capacita para discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien, lo que realmente nos conviene y elegir los medios rectos para realizarlo. En su primera carta san Pedro dice “sean sensatos y sobrios para darse a la oración”. Agreguemos sensatez y sobriedad a la lista de palabras claves. Es la prudencia que nos permite aplicar los principios morales sin error a los casos y circunstancias particulares que se nos van presentando y nos capacita para superar las dudas sobre el bien que debemos hacer y mal que debemos evitar.

Ahora cabe preguntar qué beneficio puede esperar el discípulo que presta atención y pone por obra la enseñanza recibida. El maestro mismo responde “Entonces comprenderás el temor del Señor y alcanzarás conocimiento de Dios. Con estas palabras del libro de Proverbios podemos resumir lo que san Benito ofrece a sus hijos e hijas: un camino y unas herramientas primero para alcanzar el temor de Dios, condición indispensable para el inicio del camino de retorno al Padre, camino que según san Benito está defino por la humildad y la obediencia y que resulta la actitud propia del que reconoce y acepta con agradecimiento el don del la vida, el hecho de ser creatura dependiente.

El que recorre este camino llega a la plenitud de vida, al conocimiento de Dios que es el conocimiento del amor, de amar y ser amado. Y sabemos que cuando el hombre aprender a amar está haciendo lo que es Dios. ¡Palabras mayores!

San Benito fue hombre de paz. Guerreros conquistadores llegaron a postrarse ante él. Sus monasterios siempre han sido lugares de paz donde adversarios pueden mirarse a los ojos y hasta darse la mano. De hecho esto ha ocurrido en nuestra hospedería.

El propio san Benito resume su enseñanza y su vida con el siguiente consejo: “No anteponer nada, absolutamente nada, al amor de Cristo.”

Queridos hermanos y hermanas, por intercesión de san Benito pidamos al Señor que así sea en la vida de cada uno de nosotros.

viernes, 18 de junio de 2010

La película: “De dioses y hombres” de Xavier Beauvois




“De dioses y hombres” de Xavier Beauvois, que recientemente ha sido galardonada con el Grand Prix de honor, el segundo más alto premio del Festival de Cannes, narra la historia de siete monjes cistercienses martirizados en 1996 en las montañas de Argelia por un grupo de islamistas. Beauvois presenta a la comunidad de monjes sumidos en una vida contemplativa y al servicio de los más pobres en las montañas de Atlas (Argelia), con quienes establecen profundos vínculos de amistad y viven en relativa paz y armonía a pesar de profesar credos distintos. Pero todo se tuerce a partir del conflicto entre el gobierno local y pequeños grupos extremistas que terminarán por martirizar hasta la muerte a la pequeña comunidad de monjes.

Christian, Christophe, Bruno, Célestin, Luc, Michel y Paul son los nombres de los siete monjes cistercienses que el 21 de mayo de 1996 fueron asesinados por un grupo de extremistas islámicos, aunque algunas voces apuntan más hacia un error del ejército argelino. El final de esta pequeña comunidad del monasterio de Nôtre-Dame del Atlas, en Tibhirine (Argelia) arranca durante la noche del 26 de marzo cuando son secuestrados por el Grupo Islámico Armado (GIA). Para la liberación de los monjes el GIA exigía, en un comunicado, la liberación de uno de sus miembros fundadores, Abdelhak Layada, que se encontraba en prisión desde 1994. No obstante, después de un mes de un largo silencio, apareció un segundo comunicado en el que el GIA anuncia que ha ejecutado a los siete monjes. La sospecha se confirma el 31 de mayo cuando las autoridades argelinas descubren los cadáveres, concretamente las cabezas de cada uno de ellos.

Desde el momento en que se anuncia el secuestro de los monjes no son pocas las voces que eximen al grupo islamista y apuntan tal autoria hacia el ejército. No obstante pronto surgen distintas hipótesis. La primera atribuye la responsabilidad al GIA y al gobierno de la República de Francia. El escritor René Guiton en Si nous nous taisons… asegura que hubo una negociación frustrada entre Francia y miembros del GIA a espaldas del gobierno de Argelia. La segunda hipótesis culpabiliza al gobierno de Argelia. El periodista John W. Kisser apunta que los monjes fueron abatidos por error por el ejército cuando realizaban una operación militar desde un helicóptero contra miembros del GIA. Sin embargo, el periodista Jean-Baptiste Rivoire responsabiliza al servicio secreto argelino (DRS) que secuestró a los monjes para persuadirlos a retornar a Francia. La tercera hipótesis, armada por Armand Veilleux, procurador de la orden cisterciense, en un artículo aparecido el 24 de enero de 2003 en el diario francés Le Monde, apunta a una responsabilidad compartida entre el GIA – responsables del secuestro de los monjes – y el servicio secreto francés que llevaron negociaciones que nunca llegaron a buen puerto, y el ejército argelino que mató por error a los monjes cuando perseguía a miembros del GIA. La última hipótesis y la que siempre ha tenido más fuerza atribuye totalmente la responsabilidad al Grupo Islamista Armado. Escritos de los mismos monjes antes del secuestro muestran que eran conscientes de que eran un objetivo de los islamistas cuyo fin era dar muerte a todos los infieles del Islam. Esta tesis fue respaldada por el periodista Didier Contant, quien murió en un misterioso suicidio en 2004 y que desmontó toda conspiración que quitaba la responsabilidad a los islamistas.


El monasterio de la comunidad cisterciense fue levantado en 1938 a cien kilómetros de Argel, en las Montañas del Atlas, poblada básicamente por bereberes. A partir de la independencia de Argelia en 1962 el monasterio corre el riesgo de ser cerrado por las continuas amenazas de expulsión de ciudadanos extranjeros – infieles –. A partir de 1994 los acontecimientos se aceleran y empiezan a producirse asesinatos de sacerdotes y religiosos – tanto hombres como mujeres –. El prefecto de la orden propone distintas alternativas para evitar una masacre: instalar una guardia en el recinto del monasterio, regresar temporalmente a Francia o trasladarse a una zona segura. Los monjes tomaron la decisión de permanecer en el convento. Y así fue cuando siete de ellos – dos monjes no fueron descubiertos, así como un grupo de doce personas – fueron secuestrados la noche del 26 de marzo de 1996. El 31 de marzo, el Santo Padre Juan Pablo II hizo un llamamiento durante el rezo del Ángelus del Domingo de Ramos para que los monjes pudieran regresar sanos a su monasterio junto a sus amigos argelinos. El 15 de abril el Papa volvió a repetir su petición durante su visita a Túnez. Cinco días más tarde los secuestradores pedían directamente al gobierno francés la liberación de prisioneros políticos del GIA, en especial Abdelhak Layada, a cambio de los monjes, sino estos serían degollados. Y así fue.


Todavía hoy desconocemos a ciencia cierta quién o quiénes fueron los responsables del secuestro y asesinato de siente monjes cistercienses, lo que demuestra una vez más la falta de transparencia de los servicios secretos de muchos países europeos, cuyo objeto es generar seguridad y no lo contrario. Respecto a los siete monjes, estos son una muestra de seguimiento a Cristo, pues Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14 6).


martes, 15 de junio de 2010

La sabiduría de los Padres del Desierto trasmitida por Evagrio Póntico (345 - 399)



Apotegmas (sentencias o enseñanzas):


Tomado de http://www.ssccmanquehue.cl/ESPIRITUALIDAD/200%20-%20Para%20reflexionar/216%20-%20Evagrio%20P%C3%B3ntico%20-%20Sabidur%C3%ADa%20de%20los%20Padres%20del%20Desierto.pdf


62 (61). Cuando tu intelecto, movido por un gran deseo de Dios, se desprenda poco a poco, por así decir, de la carne y rechace todos los pensamientos procedentes de la sensación, de la memoria o del temperamento, y al mismo tiempo se encuentre lleno de piedad y alegría, entonces piensa que estás ya en el ámbito de la oración.

63 (62). El Espíritu Santo, compadeciéndose de nuestra debilidad, nos visita aun siendo impuros todavía, y con sólo hallar nuestro intelecto orando con amor sincero, entra en él, desvanece todo el ejército de razonamientos y pensamientos que lo envuelve, y lo empuja al amor de la oración espiritual.

65 (64). Todo aquel que desea vivamente la verdadera oración y se encoleriza o guarda resentimientos es un demente; pues se parece a aquel que, queriendo tener una vista penetrante, se arranca sus propios ojos.

66 (65). Si deseas orar, no hagas nada que se oponga a la oración, para que Dios, acercándose a ti, camine a tu lado.

67 (66). No representes en tu interior la divinidad cuando ores, ni consientas que se modele en tu intelecto forma alguna; antes bien, corre inmaterial hacia lo inmaterial y comprenderás.

71 (70). No podrás orar con pureza, si te atas a las cosas materiales y estás agitado por continuas preocupaciones; porque la oración es supresión de los pensamientos.

72 (71). No se puede correr estando encadenado, ni el intelecto esclavizado por alguna pasión puede ver el lugar de la oración espiritual; puesto que es arrastrado y envuelto por el pensamiento apasionado y no puede mantenerse inamovible.

123. Dichoso el monje que considera a todos los hombres como Dios, después de Dios.

124. Monje es aquel que, separado de todo, está unido a todos.

125. Monje es aquel que se estima unido a todos, porque se ve a si mismo en cada hombre sin excepción.

127. Si deseas orar evita como monje toda falsedad y todo juramento, de lo contario, en vano aparentas lo que no te es familiar.

128. Si quieres orar en espíritu, no odies a nadie y no habrá nube alguna que se te oponga en el momento de la oración.

17. El rico no adquirirá conocimiento, ni el camello entrará por el ojo de una aguja, sin embargo, ninguna de estas cosas será imposible para el Señor

lunes, 14 de junio de 2010

El peligro del silencio en la vida comunitaria.


La vida cisterciense es una vida de soledad y de comunidad, el silencio debe estar equilibrado con el diálogo. Vivido de modo equilibrado y no rígido puede ser un instrumento para conectar con lo más íntimo nuestro, nuestra dimensión espiritual. Sin equilibrio empobrece la vida de las comunidades.


Este equilibrio se perdió con la restauración trapense que exageró la dimensión penitencial y el valor del silencio, olvidándose de los peligros que este desequilibrio puede llegar a producir: deshumanización de las comunidades. Aquí os dejo una breve descripción de los peligros del silencio.

Tomado de http://www.almas.com.mx/almas/artman/publish/article_2506.php


“Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio”
Mario Benedetti

El silencio es un palabra de gran impacto, que irónicamente dice mucho, pero nadie escucha nada.
En mi experiencia cercana a comunidades religiosas he notado que la cuestión del silencio se repite constantemente y no me refiero a un voto o a una enmienda por parte de la comunidad, me refiero al silencio que cada uno de sus miembros sufre y lo vive en silencio, siente el dolor, la tristeza y hasta la felicidad, pero la vive sin compartir, sin expresar a las personas cercanas, a sus “hermanos(as)” lo que le ocurre.


El silencio de alguna manera se asemeja a la muerte, ¿Pero a la muerte de qué?


¿A la muerte del vínculo con las personas? ¿A la muerte de ya no saber lo que sentimos?


Por que el silencio es el primer recurso donde se busca aparentemente un refugio de guardar, de esconder lo que sucede, de ocultar lo que pensamos y sentimos ¿Por que hay tanto miedo de hablar?


Las comunidades religiosas que más se comunican y expresan entre ellos(a) lo que les ocurre, los problemas que suceden en la rutina diaria del trabajo, es una comunidad más sana, donde por lo menos hay conocimiento claro de lo que acontece y por lo mismo resulta más fácil abordar los problemas y los conflictos que se dan a nivel interpersonal entre los hermanos(as) y a nivel personal.


Saber lo que ocurre, saber la verdad, conocer los problemas, calma la angustia entre sus miembros, evita que cada uno eche a volar su imaginación y construya circunstancias que tal vez ni existen, por eso “saber” siempre es mejor que: “no saber”, la verdad por más dura que sea, se tolera aunque duela, aunque enoje y entristezca, pero es tener el control de lo que ocurre.


El silencio nos desconecta del mundo y por ende nos desconectamos de nosotros mismos, de lo que sentimos y de lo que nos preocupa y sobre todo de lo que somos y quienes somos.


El silencio es el vació, es la nada y es lo que más nos aleja del amor, del amor al prójimo y del amor a Dios.

El silencio nos aproxima a la inexistencia y a la oscuridad, que se funde en el dolor y que como religiosos(a), sería fundamental que trasmitieran la sensación de “ vida” y por ende del amor y solo hablando y por medio de la palabras es que uno hace real lo que callamos dentro.

sábado, 12 de junio de 2010

Por una Iglesia más sencilla y evangélica. Palabras de San Bernardo al Papa Eugenio III.



“Como puedes comprobar, todo el celo de los eclesiásticos se agota únicamente en defender su dignidad personal. Todo se va en honores; casi nadie se empeña en la propia santidad. Si alguna vez, por requerirlo las circunstancias, intentas ser más sencillo y accesible, escucharás en seguida: Cuidado. No está bien, no es propio de nuestros tiempos, no corresponde a tu grandeza; lleva cuenta del cargo que representas. Lo último que mencionen será la voluntad de Dios.

Viven totalmente despreocupados de su salvación, como si creyésemos que las grandezas pueden salvarnos o pensáramos que es justo todo lo que satisface a la vanagloria. Lo humilde es juzgado en tu corte como una abyección; por eso encontrarás antes al sencillo que a quien desee parecerlo. El temor de Dios se considera como una simpleza, por no decir como una necedad. Llaman hipócrita al comedido y al hombre de conciencia. Al que ama la paz y se reserva un tiempo para su espíritu lo tienen por inútil.

Y tú, ¿en qué piensas? ¿aún no te has enterado de que te envuelven las redes de la muerte? Te suplico que te contengas un poco y me soportes. Más aún: discúlpame que te hable ahora respetuosamente, pero sin ligereza alguna. Me consume el deseo de tu bien. Ojalá que esta impetuosidad mía te sirva de algo.


Sé dónde vives; conviven contigo hombres incrédulos y rebeldes. Son lobos y no ovejas; pero eres su pastor. No lo niegues, no sea que sentándote en su sede, te rechace como heredero. Vives junto al sepulcro de Pedro. El jamás se presentó vestido de sedas, cargado de joyas, cubierto de oro sobre blanco corcel, escoltado por soldados y acompañado de aparatoso séquito. Pero desnudo de todo, tuvo suficiente fe para creer que podría cumplir el mandato salvador: Si me amas, apacienta mis ovejas.

Es como para pensar que tú no eres el sucesor de Pedro, sino del emperador Constantino. Te aconsejo que a lo más toleres esas costumbres, porque así lo han impuesto los tiempos pero que no las apetezcas como algo que te corresponde. Prefiero exhortarte a que cumplas las obligaciones que has contraído. Aunque te vistas de púrpura, aunque lleves oro encima, no tienes por qué rehuir el trabajo y la solicitud pastoral, heredero como eres del Pastor: no debes avergonzarte de anunciar el Evangelio. Al contrario, si evangelizas celosamente, participarás de la misma gloria de los apóstoles. Evangelizar es como apacentar. Cumple tu misión de evangelista y así llevarás a cabo tu oficio de pastor. "

Del Libro "De Consideratione", de San Bernardo, libro IV, capítulos 5 y 6.

viernes, 11 de junio de 2010

Amo porque amo, amo por amar, San Bernardo.




De los sermones de san Bernardo, abad, sobre el libro del Cantar de los cantares
Sermón 83, 4-6: Opera omnia, edición cisterciense

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí.

El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia?

Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.

Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la criatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.

martes, 8 de junio de 2010

Los Monjes Cistercienses de Santa María de Huerta. Ora et Labora.

Hola Amig@s, aquí os dejo este pequeño reportaje hecho a mis hermanos de Huerta, se emitió ayer en un programa de la TVE, llamado España Directo, es una pequeña pincelada de la vida que se vive hoy en los monasterios de la orden. Espero que os guste.

EL CISTER Y EL TEMPLE, por Vicente Angel Alvarez.





Uno de los aspectos en que se aprecia con mayor claridad la importancia del Císter en el impulso hacia oriente está en relación con la Orden del Temple, una de las primeras consecuencias del éxito de la primera cruzada.

Conquistada Jerusalem y constituídos los estados cruzados —condados de Edesa y Trípoli, principado de Antioquía y reino de Jerusalem—se plantea el problema esencial de su mantenimiento, cuyo dilema esencial es si la cruzada es solamente una expedición o exige una permanencia, como parece evidente.

Por otra parte, no sólo se trata de defender lo conquistado sino de garantizar a los peregrinos el acceso a los lugares santos; muchos realizan su peregrinación en grupos armados, pero, incluso en esas condiciones, es posible tropezar con dificultades. Como respuesta a una necesidad inevitable surgen pequeños grupos de caballeros que consideran imprescindible garantizar ese acceso y prestar su ayuda a los peregrinos. Es el germen de la Orden del Temple.

En 1119, Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer, con un pequeño número de caballeros, deciden poner sus armas al servicio de los peregrinos que llegan a Tierra Santa. Se trata de una iniciativa en relación con el nuevo rey de Jerusalem, Balduino II, que inicia su reinado ese mismo año, y que les adscribe a los canónigos regulares instalados en el antiguo emplazamiento del Templo, como una orden tercera.

Pronto construyen su pequeño convento anexo sin duda al santuario de la Roca, modelo de muchas de sus construcciones en Occidente.

Como tantas otras empresas humanas, los comienzos del Temple son difíciles; la explicación no exige razones complejas: la propia novedad que significa una caballería integrada por monjes, la permanente instalación en Oriente, requerida por su misión, son obstáculos más que suficientes.

Diez años después de su creación, Hugo de Payens se presentará en el concilio de Troyes, provisto de un texto de la Regla de la nueva milicia, que será aprobado en las sesiones del concilio8. Es un paso importante, pero precisa la obtención de apoyos en las potencias cristianas, lo que pretende el viaje de Hugo por Francia e Inglaterra, y una argumentación de carácter teológico que logra a través de san Bernardo.

Después de solicitárselo en varias ocasiones, logrará Hugo de Payens que san Bernardo dedique uno de sus escritos a la alabanza de la Nueva Milicia. El tratado escrito por san Bernardo nos permite conocer el concepto de su autor sobre la Cruzada y la misión de la naciente Orden; es posible valorar la importancia que el Cister —decir san Bernardo y espíritu cisterciense viene a ser lo mismo— tiene en la proyección hacia Oriente, objeto esencial de nuestra intervención en este curso.

El escrito se encuentra en la línea argumental habitual del santo; su objetivo esencial, más aún que la propia alabanza del Temple, es la conversión. Gran parte de sus obras tienen, efectivamente, esa línea argumental: la conversión del monje, en muchos de sus sermones; la conversión de los clérigos, en un escrito de ese título; la conversión de los obispos, objeto de la Vida de San Malaquías o de la Epístola al arzobispo de Sens; la conversión del propio pontificado es también el objeto del tratado De consideratione, dirigido al papa Eugenio III, al que nos referiremos después.

La alabanza de la nueva milicia responde ciertamente a su título: es una justificación de la vocación de los Templarios y una defensa de su modo de vida; pero es, sobre todo, el planteamiento de un completo itinerario espiritual para los caballeros, a través del cual podrán realizar plenamente el ideal evangélico.

El cumplimiento del ideal cristiano no exige al caballero el abandono de la misión que corresponde a su orden. San Bernardo tiene la plena seguridad de que es la vida del monje el camino más seguro para el cumplimiento de ese ideal, pero propone a los hombres de guerra un proyecto enteramente similiar: pelear el combate de Cristo, como, en otro orden de cosas, hace el monje; santificar la guerra —su actividad habitual— porque es una guerra contra los infieles, idólatras, por tanto, injustos, en defensa de los fieles de Cristo, peregrinos, los justos. En esta actividad hallarán la santificación, tomando de la santidad de los lugares en que desarrollan su actividad el motivo de su oración; o hallando incluso el martirio.

La obra consta de dos partes: en la primera se justifica la legitimidad y necesidad de la Orden; la segunda es un itinerario espiritual por Tierra Santa. No se trata de una descripción de los lugares mencionados, que san Bernardo desconoce absolutamente, sino una evocación alegórica de cada uno de ellos, a través de la cual el monje caballero —todos los caballeros y peregrinos, en general— sigue un itinerario espiritual cuyo colofón es la conversión personal y la plena identificación con Cristo, objetivo último de toda la obra del santo cisterciense…

Programa de renovación para el hombre y programa de vida, san Bernardo trasciende en su escrito la sola alabanza de la Orden. No es difícil suponer el efecto que tales argumentos, que constituyeron muy probablemente el esquema de sus predicaciones orales, hubieron de causar en los hombres de su tiempo. Es indudable que su acción fue decisiva en el crecimiento del Temple, tanto como en la promoción de una nueva cruzada.

lunes, 7 de junio de 2010

SER CONCHA Y NO CANAL (San Bernardo) _ Hay que experimentar primero antes de enseñar a otros.





Si eres sensato, preferirás ser concha y no canal; éste según recibe el agua la deja correr. La concha no: espera a llenarse y, sin menoscabo propio, rebosa lo que le sobra, consciente de que caerá la maldición sobre el que malgaste lo que le ha correspondido. No desprecies mi consejo y escucha a Salomón, más sabio que yo: El necio vacía de una vez todo su espíritu, pero el sensato guarda algo para más tarde. Hoy nos sobran canales en la Iglesia y tenemos poquísimas conchas. Parece ser tan grande la caridad de quienes vierten sobre nosotros las aguas del cielo, que prefieren derramarlas sin embeberse de ellas, dispuestos más a hablar que a escuchar, y a enseñar lo que no aprendieron. Se desviven por regir a los demás y no saben controlarse a sí mismos.

Yo creo que no se puede anteponer ningún otro criterio de servicio ante la salvación, sino el propuesto por el Sabio: Apiádate de tu alma procurando agradar a Dios. Si no tengo más que un poco de bálsamo para ungirme, ¿crees que debo dártelo y quedarme sin nada? Lo guardo para mí y no lo presto hasta que me lo mande el Profeta. Si me lo piden una y otra vez quienes me consideran mejor de lo que soy por mis apariencias o por lo que oyen de mí, les responderé: Por si acaso no hay bastante para todos, mejor será que os vayáis a comprarlo. Me replicarás: El amor no busca lo suyo. ¿Sabes por qué? No busca lo suyo, sencillamente porque lo posee. ¿Quién busca lo que ya tiene? El amor siempre disfruta de lo que es suyo, es decir, posee y le sobra lo necesario para su propia salvación. Desea que le sobre para sí mismo, con el fin de que llegue para todos; guarda para sí todo lo que necesita, para que a nadie le falte. Si el amor no estuviera lleno no sería perfecto.

Por lo demás, hermano, tú que aún no tienes muy segura tu propia salvación, tú que aún no posees la caridad, o es tan flexible y frágil como caña sacudida por el viento, porque da fe a toda inspiración, zarandeada por cualquier ventolera de doctrina; tú que te entregas a una caridad tan sublime que sobrepasa la ley, amando a tu prójimo más que a ti mismo; mas por otra parte, la diluye cualquier favor, decae ante cualquier temor, la turba la tristeza, la contrae la avaricia y la dilata la ambición, la angustian las sospechas, la atormentan las injusticias, la consumen los afanes, la engríen los honores, la derriten las envidias. A ti que experimentas todo esto dentro de ti mismo, a ti te pregunto: ¿qué clase de locura te domina para ambicionar o admitir la dedicación a los demás?

Escucha más bien este consejo de la caridad cauta y precavida: No se trata de aliviar a otros pasando estrechez, sino como exigencia de la igualdad. No te pases en tu afán de ser justo. Basta que ames al prójimo como a ti mismo. Eso es lo que exige la igualdad. Dice David: Que se sacie mi alma como de enjundia y manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Deseaba recibir primero y luego difundirlo; y no sólo recibir sino llenarse, para eructar de su plenitud y no espirar vaciedad. Cautamente, pues lo que para otros podría ser un alivio, para él sería un tormento; y desinteresadamente, imitando a aquel de cuya plenitud todos hemos recibido.

Aprende tú también a derramar sólo de tu plenitud; no pretendas dar más que el mismo Dios. La concha debe imitar al manantial, que no fluye por el arroyuelo, ni llega hasta el lago, hasta que no se colma de agua. No tiene por qué avergonzarse de no ser más profusa que la fuente. Al fin , el que es la Fuente viva, lleno en sí mismo y de sí mismo ¿no brota y fluye primero por lo más secreto de los cielos, para inundarlos con su bondad? Después, colmados los cielos más encumbrados y profundos, llega hasta la tierra, desbordándose para salvar a hombres y animales con su inapreciable misericordia. Primero llenó lo más inmediato, y rebosando toda su gran bondad apareció en la tierra, la regó y la enriqueció sin medida. Anda y haz tú lo mismo. Llénate previamente y luego tratarás de comunicarlo. El amor entrañable y prudente es siempre un manantial, no un torrente. Lo dice Salomón: Hijo mío, no lo dejes fluir. Y el Apóstol: Para no andar a la deriva, debemos conservar mejor lo que hemos escuchado. ¿Es que eres tú más sabio que Salomón y más santo que Pablo? Porque yo tampoco puedo enriquecerme con lo tuyo, si estás tú agotado. Si contigo mismo eres malo, ¿con quien serás bueno? Si puedes, dame algo de lo que te sobre; de lo contrario, resérvatelo.

San Bernardo – Del Sermón 18 del Cantar de los Cantares