Tomado de http://hesiquia.wordpress.com/2009/06/24/trapenses/
El viaje hacia el monasterio llevó doce horas y ya en el remis, campos vacíos y enorme cielo me regocijan, anticipando el silencio que prometieron.
Algunos pequeños bosques anuncian los edificios umbrosos, entre grises y verdes, antiguos, cansados.
Golpear la puerta gruesa y tosca de la portería y verlo aparecer anciano, arrugado, quedo, me introduce en un espacio interno críptico.
El monje aquel, me conduce solo con ademanes, a la oquedad del claustro; el ruido que nuestros pasos leves hacen sobre la piedra, parece lo único vivo.
Ya solo en la celda, reviso los horarios, que alternan entre oraciones cantadas y silenciosas, entre ceremonias y letanías repetitivas y centrantes.
Desde la madrugada cerrada hasta bien entrada la mañana, los orantes buscamos la sensación sagrada, la devoción que inflama, el encuentro sacro; mientras el sueño, la pesadez y el tedio, conspiran y alejan hacia fuera, hacia el cobijo de los sentidos.
Hábitos blancos y capuchas amplias esconden los rostros, que en lo íntimo, expresan lo que atraviesa el alma.
La biblioteca arcaica y devota destila un hermoso olor a pergaminos, que aventuran fórmulas, métodos, secretos atajos hacia el corazón de Dios.
La comida frugal, la lectura como compañía , las tareas del campo; atraviesan la tarde casi hasta vísperas, donde el crepúsculo esconde todo color y deja un mudo vacío.
La angustia hecha gemido resulta, ahora sí, oración eficaz.
Y es en la profundidad del llanto donde encuentra mi ser su calma, porque afianzo en la verdad de mi mismo, en mi desnuda ignorancia, en el absoluto desamparo.
Y es al reconocer la tragedia de la vida finita y condicionada al extremo, donde me siento obra de intención ajena y desconocida.
Es al sentirme vencido, abrumado por un plan inabarcable de ignoto sentido, cuando veo surgir, aleteando emancipada, una firme esperanza, una confianza terca en que tanto dolor y tanta maravilla escondan infinito amor.
(Recreación libre, recordando la visita al
Monasterio Nstra. Señora de Los Angeles
en Azul, Buenos Aires, Argentina; en Junio de 2005)
El viaje hacia el monasterio llevó doce horas y ya en el remis, campos vacíos y enorme cielo me regocijan, anticipando el silencio que prometieron.
Algunos pequeños bosques anuncian los edificios umbrosos, entre grises y verdes, antiguos, cansados.
Golpear la puerta gruesa y tosca de la portería y verlo aparecer anciano, arrugado, quedo, me introduce en un espacio interno críptico.
El monje aquel, me conduce solo con ademanes, a la oquedad del claustro; el ruido que nuestros pasos leves hacen sobre la piedra, parece lo único vivo.
Ya solo en la celda, reviso los horarios, que alternan entre oraciones cantadas y silenciosas, entre ceremonias y letanías repetitivas y centrantes.
Desde la madrugada cerrada hasta bien entrada la mañana, los orantes buscamos la sensación sagrada, la devoción que inflama, el encuentro sacro; mientras el sueño, la pesadez y el tedio, conspiran y alejan hacia fuera, hacia el cobijo de los sentidos.
Hábitos blancos y capuchas amplias esconden los rostros, que en lo íntimo, expresan lo que atraviesa el alma.
La biblioteca arcaica y devota destila un hermoso olor a pergaminos, que aventuran fórmulas, métodos, secretos atajos hacia el corazón de Dios.
La comida frugal, la lectura como compañía , las tareas del campo; atraviesan la tarde casi hasta vísperas, donde el crepúsculo esconde todo color y deja un mudo vacío.
La angustia hecha gemido resulta, ahora sí, oración eficaz.
Y es en la profundidad del llanto donde encuentra mi ser su calma, porque afianzo en la verdad de mi mismo, en mi desnuda ignorancia, en el absoluto desamparo.
Y es al reconocer la tragedia de la vida finita y condicionada al extremo, donde me siento obra de intención ajena y desconocida.
Es al sentirme vencido, abrumado por un plan inabarcable de ignoto sentido, cuando veo surgir, aleteando emancipada, una firme esperanza, una confianza terca en que tanto dolor y tanta maravilla escondan infinito amor.
(Recreación libre, recordando la visita al
Monasterio Nstra. Señora de Los Angeles
en Azul, Buenos Aires, Argentina; en Junio de 2005)
Este "aluvión de artículos" tan nuestros me emociona, los leeré poco a poco (estoy de exámenes y evaluaciones).
ResponderEliminarAunque no os conozco personalmente a quienes escribís en este blog, estáis en mi corazón por vuestro interés hacia algo tan mío como el Císter.
¡Cómo me gustaría poder ir a Azul, pero gracias a este texto tuyo, José Antonio, "me he situado".
Quizás un día os pase un texto mío, si queréis. Muchos besicos a todos.