El movimiento de las beguinas es uno de los movimientos más interesantes y más curiosos que se han dado en la historia de la espiritualidad occidental. Las beguinas eran, generalmente, mujeres de la clase alta, o de clase media alta. En un momento en que se empieza a derrumbar el sistema tan estructurado de la iglesia y del mundo feudal - como consecuencia por una parte del nacimiento de la sociedad burguesa y por otro de la deslegitimación del poder civil, fruto de su enfrentamiento con el religioso - aparece el deseo de una cierta libertad interior, libertad de conciencia, hace falta que cada hombre se exprese por sí mismo.
De ellas se ha dicho: «Era, fundamentalmente, un movimiento de mujeres y no sencillamente un apéndice femenino de un movimiento que debía su impulso, su dirección y su principal apoyo a los hombres. No había regla alguna definida de vida; no reivindicaba la autoridad de ningún santo fundador; no buscaba autorización alguna de la Santa Sede; no tenía organización ni constitución; no prometía beneficio alguno y no buscaba patrono; sus votos eran una declaración de intenciones, no un compromiso irreversible con una disciplina impuesta por la autoridad; y sus miembros podían proseguir con su trabajo normal en el mundo.»
Estas mujeres eran hijas de su tiempo. Muchas de ellas segundonas de las casas, que no tenían un matrimonio concertado, vírgenes y solteras por su propia situación social. Como tenían ansias de una vida espiritual profunda, de una vida espiritual auténtica, y al mismo tiempo un profundo interés cultural, hasta entonces casi reservado a las monjas, empezaron a reunirse en pequeños grupos a estudiar las Escrituras y a escribir sus propias experiencias. Esto ocasionó un cierto revuelo. La iglesia no las veía con muy buena cara, no las podía controlar, no tenían constituciones. Ellas hacían votos, pero hacían votos internos en su pequeña comunidad. Votos temporales y votos en función de su grado de entrega: votos de pobreza, votos de castidad, votos de obediencia.
El motivo fundamental era reunirse para la oración y para el estudio y, poco a poco, dándose cuenta de las necesidades de entonces, las beguinas empiezan a realizar algún servicio externo: cuidaban de los enfermos, cuidaban de las parroquias mal atendidas, pobres y miserables, cuidaban al párroco, limpiaban la casa, atendían a los ornamentos litúrgicos, pero siempre en la ocultación, en lo escondido. Las beguinas resultaron ser una fuerza espiritual profunda.
El mero hecho de la existencia de las beguinas significaba para los eclesiásticos una clara denuncia de su postura. Si ellos eran ricos, las beguinas eran pobres; si la iglesia hacía hincapié en el poder, las beguinas hacían hincapié en la espiritualidad; si el alto clero fomentaba la vida de lujo, la vida del poder, la vida del dominio, las beguinas destacaban por su la austeridad y por la profundidad de la vida interior; si la iglesia oficial hablaba de ortodoxia las beguina hablaban de experiencia.
Las beguinas resultaron ser una especie de moscardón incómodo que a la iglesia le sale durante dos siglos seguidos, era nuevo que las mujeres laicas, no sometidas a ninguna regla monástica, fueran capaces de alcanzar un grado de desarrollo teológico tan profundo y, sobre todo, una cosa llamaba la atención: vivían lo que pensaban. Había una coherencia perfecta entre su vida y lo que dicen. Esa vida y esa coherencia interna las hace muy fuertes, muy poderosas. La coincidencia entre vida y pensamiento es la más alta muestra de la sinceridad: «La sinceridad es el cimiento de la senda espiritual y la han definido así: “Muéstrate tal y como en realidad eres y se interiormente tal como muestras ser” [...] La base del sufismo no es otra cosa que la sinceridad.». Cuando una persona vive realmente lo que dice y dice lo que vive, no hay nada que pueda contra ella.
A finales del siglo XIII llegaron a ser más de doscientas mil beguinas. Hubo algunos que las atacaron, pero hubo otros que se dieron cuenta de la importancia que tenía este movimiento en la iglesia.
Surge así, de forma casi espontánea, la pregunta del franciscano Lamberto de Ratisbona :
He aquí que, en nuestros días, en Brabante y en Baviera,el arte ha nacido entre las mujeres.
Señor Dios mío ¿qué arte es ese mediante el cual una vieja comprende mejor que un hombre sabio?
Me parece que esta es la razón de que una mujer sea buena a los ojos de Dios: en la simplicidad de su comprensión, su corazón dulce, su espíritu más débil, son más fácilmente iluminados en su interior, de modo que, en su deseo, comprende mejor la sabiduría que emana del cielo, que un hombre duro que en esto es más torpe.
¿Cómo es posible que una mujer sea capaz de percibir de Dios algo que los hombres sabios no? y, entonces, este franciscano hace un estudio precioso de la feminidad: la mujer está más preparada para entender porque es receptora por naturaleza y, al ser receptora, es dulce y, al ser dulce, es capaz de percibir la dulzura de la unión.
También hay algún que otro cardenal que defiende y protege a las beguinas. Por ejemplo el cardenal de Vitry que dice de ellas: «Su nombre debe ser conservado y su voz transmitida. Mujeres audaces y bienaventuradas que nos recuerdan por qué y para qué hemos nacido». Esto, dicho en el siglo XIII acerca de las mujeres, nos parece, con los prejuicios de hoy, una cosa inaudita.
Las beguinas cumplieron una misión importante: formar, educar, cultivar. Muchas de ellas volvían al mundo, sus votos eran temporales, vivían una temporada y salían; otras entraban cuando eran mayores y al revés. Fue una fluidez, una libertad, que no daban las órdenes religiosas. Era una capacidad de vivir el amor libremente sin porqué, que dirá Beatriz de Nazaret (1200-1268), una monja cisterciense formada por las beguinas. Desde Flandes, en el norte de Francia y en Alemania, este movimiento se extendió por toda Europa; aunque su presencia fue especialmente importante en Centroeuropa, hay noticia de beguinas en Cataluña y en el reino de Castilla. La historia nos dice que en siglo y medio existieron unas doscientas mil beguinas, de ellas conocemos nada más que pequeños núcleos o lo escrito por algunas mujeres que nos han dejado algo de sí mismas.
La Iglesia oficial pronto empezó a mirar con desconfianza a estas mujeres, porque eran libres, no estaban sometidas ni a una regla ni a un marido - como dijo un eclesiástico -, porque ponían en evidencia la miseria moral y espiritual del mundo clerical y, de forma muy especial, porque expresaban sus experiencias místicas y su doctrina en lengua vulgar y podían ser entendidas por todo el mundo. A pesar de contar con frecuencia con la protección de la orden cisterciense y en ocasiones de algunos obispos, las beguinas empezaron a ser perseguidas, a algunas no les quedó más remedio que ingresar en monasterios convencionales, otras tuvieron que sumergirse y aparentemente desaparecer, alguna se encontró con la hoguera de la Inquisición, si bien el movimiento continuó durante siglos en Centroeuropa, pero con mucha más prudencia en sus manifestaciones exteriores. Su actitud y su experiencia, sin embargo, han llegado hasta nosotros y hoy parecen recobrar un nuevo atractivo, tanto por su doctrina basada en una mística experiencial como por su forma de vida absolutamente moderna en un mundo que ama la libertad y huye de los encorsetamientos institucionales.
"Al noble amor
me he dado por completo
pierda o gane
todo es suyo en cualquier caso.
¿Qué me ha sucedido
que ya no estoy en mí?
Sorbió la sustancia de mi mente.
Mas su naturaleza me asegura
que las penas del amor son un tesoro ".
Hadewichj de Amberes
Interesante historia. La verdad no siempre está en lo institucional, en los estamentos rigurosamente estructurados, sino que puede salirnos al paso en cualquier grupo de personas que hacen vida sus creencias.
ResponderEliminarUn abrazo
Pablo.
Efectivamente, en ocasiones las instituciones son un obstáculo y no una ayuda para la espiritualidad. El movimienot de las Beguinas es una buena muestra de la riqueza espiritual que se vivió en Occidnete hasta el siglo XIV, en el que progresivamente tanto los poderes laicos como los religiosos van a ir adquiriendo un excesivo control sobre la sociedad y van a desconfiar y en ocasiones eliminar o marginar la mística. Recuperar la espiritualidad es una de las urgencias de nuestro mundo hoy, creo.
ResponderEliminarExcelente artículo José Antonio... transparente y claro. Todo un aporte. El espíritu sopla donde quiere y ellas lo mostraron.
ResponderEliminarUn abrazo fraterno en Cristo.
Muchas gracias Mario, por tu amable comentario.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo con la urgencia de recobrar la espiritualidad y escuchar dentro de nosotros mismos; me conmueve la frase "Cuando una persona vive realmente lo que dice y dice lo que vive, no hay nada que pueda contra ella" me remueve leer esto. Me siento feliz y la he leído ya más de cien veces.
ResponderEliminarGracias
Pienso que la experiencia de las beguinas y beguinos (que también creo que hubo) y de los beguinajes son un ejemplo a seguir en el mundo de hoy en día, donde se necesitan ofertas que ayuden a las personas a volver a creer en la espiritualidad. Si hay alguien de la zona de Barcelona que quiera desarrollar grupos de encuentro y formación, puede ponerse en contacto conmigo. Josep M. Garcia
ResponderEliminarA mi tambien me ha interesado mucho este artículo. Ademas desearia entrar en contacto con Josep Maria,porque me atrae su proyecto. Tambien vivo en Barcelona.
ResponderEliminarMaria Rosa
Hola Maria Rosa:
EliminarSiento no haberte contestado antes. Un amigo me advirtió que tenía una respuesta a un comentario a este artículo. Mi mail de contacto es jmgofs@gmail.com. Envíame un email y hablamos. Gracias y perdona los tres años de retraso. Si es de Dios, será.